prayut Chan-o-cha es un militarote, primer ministro de Tailandia, a cuya superior magistratura ascendió gracias, dicen, a un incruento golpe de estado en aquel lejano territorio asiático y que ha sido desgraciada actualidad por un comportamiento fascistoide, alarmante y despreciable al sustituir su presencia en una rueda de prensa por una fotografía de cartón pluma, que abandonó con la estúpida sugerencia de “cualquiera que desee sacar fotos y hacer preguntas sobre política o conflictos, que se lo pregunten a él” (al muñeco), y de esta guisa abandonó al estupefacto ejército de periodistas que se dieron con un palmo de narices al quedarse compuestos y sin novio, porque además el mandatario tailandés remató su marcha con unos espléndidos signos de cornudos y apaleados defensores de la libertad de información y expresión. La profesión de periodista, y sobre todo de periodista en determinadas latitudes, comporta evidentes riesgos que en ocasiones desgraciadas acaban en muerte. Se empieza con signos soeces hacia la tropa periodística y se acaba en una cuenta con dos tiros en la nunca. Es evidente que al poder no le gustan los periodistas, reporteros y analistas de la actualidad que molestan sus manejos, merman las capacidades de cloacas y alcantarillas del poder y dificultan sucias maniobras gubernamentales al margen de la ley, y por ello vigilan y controlan las maniobras de poderosos y sus secuaces. Desde el plasma de Rajoy hasta la escena payasa del primer ministro tailandés, las relaciones entre mandatarios y medios de comunicación se tejen con dificultad y desprecio. Estos desencuentros, este choque trenes, este circo mediático sólo sirve para poner palos en la rueda de la fluidez informativa; y así todo, cómo sería el conocimiento de la actualidad sin la valentía y riesgo de muchos periodistas que se enfrentan a los poderes de la tierra, sean del signo que sean.