La amistad a la que hace referencia el título impuesto por el distribuidor español, es la que sostuvieron Alberto Giacometti y el escritor James Lord. En realidad, esa relación amigable con la que el actor y director Stanley Tucci ha firmado este largometraje, consistió en las dilatadas sesiones que ambos sostuvieron durante la realización del retrato de Lord por Giacometti. Fiel a su personalidad, Alberto Giacometti culminó una pieza pictórica considerada como una de las más definitorias y celebradas de quien por encima de todo era escultor. Por su parte, James Lord, además de posar y de pasar así a la posteridad, escribió sus sensaciones durante los días que ambos convivieron en ese juego de mirar y ser mirado. Es decir, mientras el pintor pintaba, el escritor acumulaba experiencias e impresiones que son las que luego nutrieron su pequeña novela-ensayo con anécdotas e impresiones diversas.

En algún modo ambos se autorretraban porque, no se olvide, eso, autorretratarse es lo que siempre hace todo artista. Vista la adaptación que del mismo hace Tucci, cabría pensar que también fue una suerte de venganza de Lord por las largas y tediosas horas de posar y posar viendo como Giacometti, al decaer la jornada, borraba la pintura.

Con parecido material, en ese caso con las conversaciones de Cezanne con Joaquim Gasquet, Jean-Marie Straub y Danièle Huillet levantaron dos pequeños monumentos Bajo el título de Soy Cezanne, los magistrales maestros trasladaron al celuloide las confesiones y los diálogos entre el artista y su interlocutor. Son dos clases magistrales con las que es posible adentrarse hasta acariciar lo inaprensible, en el misterio del artista y las dudas del hombre. Nada de eso hay en este ejercicio pasado de revoluciones entre un Giacometti permanentemente exaltado, enojado sin motivo y patético sin enigma ante la mirada imperturbable de su modelo, un James Lord del que tampoco se nos desvela nada. Volviendo a la idea del autorretrato, el verdadero juego consistiría en percibir en el dibujo que Giacometti hizo de Lord, en ese rostro de mirada perdida, la angustia existencial del escultor y, en este relato estrambótico y epidérmico que Lord hizo del artista suizo, su idealizada querencia por el exceso y una bohemia entendida como sexo, alcohol y dinero. Así, el Giacometti que aquí aparece no merece la pena. Su vanidad y su desapego no inspiran nada, salvo tristeza y aburrimiento. Su obra fue grande. Si su vida era eso, carece de interés.