Vitoria - Escribir una palabra y que casi al instante, de manera inconsciente, venga a la mente el eco de otro autor, de otro poema, de otro libro... De aquello que a lo largo de los años ha alimentado a la escritora en su faz de lectora. “Es como estar poseída”, sonríe Ángela Serna. Siguiendo esa senda se ha construido Máscaras para no enloquecer (Editorial Celya), “un tributo a la cultura, a la lectura, a la poesía, una invitación a que se lea”.
Con prólogo de Ángel Guinda -y tras la portada ilustrada con una fotografía de Pako Serna-, la publicación llama desde su título al arte, a “cualquier tipo de manifestación artística con la que uno se viste, se cubre, en todos los sentidos, para no enloquecer, para no ir al otro lado, o para ir pero saber volver”. En ese empeño, a Serna le acompañan Juana Castro Muñoz, Carmen Borja, Blanca Sarasua, Arthur Rimbaud, Juan Carlos Mestre, Mario Benedetti... la lista es larga. “Éste es un tributo a los libros en general pero fundamentalmente a los de poesía”.
Tres son las partes que estructuran un poemario que se abre con Somos aquello que leemos. “Recuerdo siempre lo que decía Pessoa: escribo, y cuando escribo soy lo que escribo; leo, y cuando me leo soy lo que leo. He leído tanta poesía, que es como si estuviera ocupada por las palabras de otros y tenía que darles salida”. El relevo lo toma Sin ruido, donde, “de alguna manera, se hace un homenaje a la poesía de José Corredor Matheos. De hecho, él tiene un libro que se titula así”. El camino se completa con Un Beethoven cualquiera en la novena. “En un momento en el que por circunstancias personales tuve mucho tiempo libre, escuché música y leí literatura más de lo acostumbrado. Iba escribiendo al hilo de la escucha de la colección de CD de clásica que tengo, un poco a la manera en la que los surrealistas hablaban de la escritura automática. Al principio, eso se producía de manera bastante inconsciente. Fue después, de manera consciente, cuando me dediqué a informarme de cada pieza y volví a lo que había escrito. Ahí fue cuando, mandando yo, me quise quedar con aquellos pensamientos y sensaciones más fuertes”.
Con todo ello se configura un libro que, en definitiva, “es una incitación a la lectura, una obra que está dirigida al lector de poesía y al que quiere leer poesía pero no sabe por dónde empezar”. Una publicación en la que Serna hace tres tipos de referencias a otros creadores. Las hay que están realizadas “porque de manera premeditada quería usarlas para expresar lo que quería decir. Hay otras que aparecen porque me apetecía que poetas amigos estuvieran aquí aunque no tuvieran nada que ver las palabras que ellos han utilizado con cómo las uso yo. Y luego hay una que aparece aunque no estaba contemplada”, una conexión con Miguel Casado (“un poeta como la copa de un pino”) a través del “sentimiento” de la vista, más allá de que el concepto tenga significados distintos en un caso y en el otro.
Por supuesto, en Máscaras para no enloquecer se encuentra también el eco de la propia escritora. “Si he hecho este libro es porque todo lo anterior está escrito, con sus errores y con sus aciertos”, describe, al tiempo que apunta que cada vez regresa a sus creaciones lo hace de manera distinta: “Hay veces en las que me devuelven cosas de mí que ni yo misma sabía. Me permiten ver por dónde he ido evolucionando, conocerme un poco más. Incluso descubrir lo que alguien me comentó de un texto en su momento pero no entendí”. En este contexto, Serna cita a Alejandra Pizarnik. “Ella decía: escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea. De alguna manera tanto este último poemario como el resto de los títulos que he escrito están hechos un tanto por esto”.