en el negocio de la tele hay cadenas que aciertan, unas más que otras, en la selección de guiones y contenidos con intuición mediática de temas y contenidos en series o espacios de entretenimiento que darán dineritos y brillo a estas cadenas olfateadores de éxitos y triunfos de audiencia y aceptación popular. Frente a la novedad de guiones y diseños de programas variados y nuevos, se da la práctica de recuperar del baúl de los recuerdos espacios señeros como el mítico Un, dos, tres de Chicho Ibáñez Serrador, Kiko Legard, las tacañonas o inefables secretarias de redondeadas y gigantescas gafas sin cristal que cualquier día volverá a la pantalla; también es el caso de Operación Triunfo, un programa musical con gotas de reality que ha vuelto a la parrilla de La 1 con acierto, apoyo popular y descubrimiento de media docena de voces que van a poder vivir de la música. La antigua Operación Triunfo dejó una estela de éxito, buen rollo y cantera de la que salieron Rosa de España, el inquieto David Bisbal, la explosiva Chenoa, el empático Manu Tenorio, el trueno de David Bustamante y un puñado más de artistas que supieron asimilar las lecciones de la genial Nina, gran directora de una academia que forjó el destino de un puñado de cantantes. En la nueva edición de Operación Triunfo, productora y cadena pública han sabido modernizar estética y diseño de espacios para la convivencia, ensayos y semanales galas, que ofrecen momentos estelares de compañerismo y actuación artística de muchos quilates. El gran fallo de la presente edición está en la composición y sosería de los poco presentables miembros del jurado que ofrecen insulsas y estúpidas valoraciones, comentarios anodinos que rompen la dinámica brillante de las noches de gala y adquieren protagonismo que por nivel profesional no tienen. Manuel Martos, Pérez Oribe y Mónica Naranjo, entre otros desafinan cosa mala, noche tras noche.