con la transición política de un régimen autoritario y fascista a un sistema democrático se desarrollaron derechos y libertades que tuvieron su plasmación más señera en la recuperación de partidos políticos y libertades de expresión e información en los medios de comunicación, según estándares europeos. Este auge de los medios tradicionales, prensa, radio y tele, trajo aparejado la presencia de una serie de profesionales de la opinión, comentario y análisis de actualidad, sin formación periodística en la mayoría de los casos y procedentes de ámbitos extraños, licenciados por ninguna cátedra y sabihondos por naturaleza propia.Cientos y cientos de comentaristas que consumen básicamente minutos de tele y radio con generosidad verborreica, palabrería fina y estilete agudo para destrozar al contrario, sin importarles un pito lo que demanden públicos, consumidores o sufridores de sus disparatados comentarios, que buscan quedar como el aceite por encima de sus adversarios. Mención especial merecen los aguerridos componentes de múltiples tertulias que se han montado en estudios de radio y tele, donde la actuación o sobreactuación de los titiriteros de la palabra, que no del pensamiento, se convierte en espectáculo vergonzante de personajes alienados partidariamente y todos ellos nutriéndose de la abundante pasta que cobran por cada aparición en pantalla. Es de suponer que en tiempo no muy lejano, pasada la crisis catalana, amansados los efectos destructivos de la crisis y barrida la basura asfixiante de la corrupción, dejen de ser necesarios estos depredadores del verbo y sus circunstancias para la narración informativa. De esta forma, tele y radio ganarían en calidad y acción pública para conformar opinión, análisis y conocimiento ciudadano. Cierto que la lista del paro se inflaría con tertulianos, comentaristas y personajes de pelaje demagógico y charlatán.
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