Tomando como título una canción oscura de Sex Pistols, su guitarrista, Steve Jones, pasa revista a su vida personal y musical en Lonely boy (Cúpula), libro en el que narra sus múltiples adicciones y conquistas, su regeneración personal en Estados Unidos y su visión crítica del punk a través de líneas arrojadizas contra varios miembros del legendario grupo. “Fue mi educación de mierda la que lo empezó todo”, resume el británico, que recuerda como “un nefasto concierto” su paso por el Azkena de Gasteiz.

El libro, escrito junto al periodista Ben Thompson, se edita en el 40º aniversario del nacimiento del punk. ¿Existiría como tal sin Sex Pistols? ¿Y estos sin Jones, “un dandy tímido y macarra”, según le califica Chrissie Hynde en su prólogo? Seguro que no. Nacido en 1955, “con el rock’n’roll”, vivió una infancia dura pero que recuerda como “los días más felices” de su vida. Sin padre, con la pasta justa y problemas escolares, explica que toda su vida es consecuencia de aquellos años.

“Fue mi educación de mierda la que empezó todo... mi necesidad de buscar un vida mejor”, escribe en referencia a los problemas con su padrastro (con 10 años le obligó a masturbarle), en la escuela (duda si era disléxico o tenía problemas de atención) y sus intentos de acceder al mercado laboral. De aquella época parten muchas de sus adicciones, de la cleptomanía (todo tipo de objetos, incluso a sus héroes musicales) al sexo (“un consolador andante” a la búsqueda de “un polvo rápido” que reconoce su incapacidad para “tener una relación normal con las mujeres”), el alcohol y la heroína.

El libro recoge múltiples “animaladas” juveniles (“me enferma pensar en lo que llegué a hacer”) y califica la música como “mi salvavidas”. Hendrix, Otis Redding, Black Sabbath y, sobre todo, los Faces de Rod Stewart, New York Dolls, Bowie y Roxy Music, a quienes perseguía en conciertos y hasta por la calle, le salvaron la vida. Con el pistol Paul Cook, su mejor amigo desde la escuela, montó sus primeros grupos hasta que llegó el punk.

La segunda parte narra su paso por Sex Pistols, que tuvo su germen en la tienda Let it Rock de Malcolm McLaren y su pareja, después llamada Sex. “Era como la Factory de Warhol”, explica Jones, que tilda de “pijo” a McLaren y niega que “él lo planificara todo”. Jones, por entonces “un sin techo” que pasaba horas en la tienda, impulsó el grupo (“era mi banda y Rotten, un recién llegado”) que “con su sonido hiriente e irritante” puso “al mundo los cojones por corbata”, indica.

¿Música o estética? La tensión con Rotten, las pruebas a Midge Ure y Mick Jones; los buenos y malos momentos (“antes de ser conocidos” y tras el ingreso de Sid Vicious, que era “incapaz de tocar una sola nota, pero tenía una pinta cojonuda y actitud”, respectivamente); la grabación del disco, en la que él tocó el bajo; la polémica en los medios y de la gira por Estados Unidos...

Todo lo refleja Jones, el más músico de la banda, que recuerda la grabación de Never mind the bollocks como “una experiencia cojonuda, lo mejor de estar en los Pistols”, resume.

Iletrado pero con gran capacidad analítica y crítica, Jones dispara contra sus compañeros (excepto a su querido Cook) y el propio punk. Alaba el trabajo de The Clash, Buzzcocks, Stranglers y The Damned, pero reniega de la ola posterior, la de “esas bandas con crestas” como Exploited y GBH, porque “se abandonó la emoción por el uniforme” y “la música, lo importante para nosotros, pasó a segundo plano”.

Jones también disiente del aspecto insurgente del punk. “Lo de estar con la gente de la calle, contra la clase dirigente, el no queremos el dinero y nunca dejaremos la casa okupada... ¡Cuanto más éxito teníamos, menos podíamos mostrarlo!”, lamenta.

Aunque la disolución se le atribuye a Rotten, Jones dice que fue consecuencia de su huida (“salí corriendo”) de la última gira. La tercera y última parte del libro resume su vida más desconocida, que va de algunas experiencias musicales y como actor (con J. Thunders, Iggy Pop, Phil Lynnot y el grupo The Proffesionals a Californication) a su enganche a la heroína (“fue un medicamento más, como lo habían sido el sexo y los robos, ante el vacío de la banda”) y su posterior recuperación hasta convertirse, en Los Ángeles, y con colegas moteros como Mickey Rourke o Paul Simonon, en un prestigioso locutor radiofónico. Tendrías que leer qué piensa de Jerry Lee Lewis, Bowie, Burt Bacharach, R. Plant o Brian Wilson.

A gusto con su soltería a pesar de “su reverso frío y solitario”, libre de adicciones (“excepto las putas y el pastel de carne”) y con el objetivo de “no ser un gilipollas”, también narra las giras de reencuentro de los Pistols, donde se ceba con Rotten y recuerda su convulso concierto en Gasteiz. “Fue un concierto nefasto en esa parte de España que no quiere ser española. Los vascos me jodieron el cuento de hadas. ¡Después de todo lo que había hecho por ellos!”, escribe sobre los lanzamientos de objetos después de que Rotten provocara con un “¡que viva España!”, recuerda.