Coinciden por completo en la misma idea: lo mejor de este cuarto de siglo ha sido “el contacto y el trabajo con el resto de profesores, y el trato con los alumnos”, dice Carmen Ayastuy. “Es que si tuviera que poner una nota media al grado de felicidad de este tiempo, en mi caso por lo menos, sería un 10”, incide Belén Vallejo. Ambas intérpretes y profesoras se reúnen con DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA para echar la vista atrás y también para mirar al presente y futuro de la Escuela Municipal de Música Luis Aramburu, un centro que este curso está celebrando su vigésimo quinto cumpleaños.

Fue en septiembre de 1992 cuando el proyecto, bajo la dirección de Roberto Ugarte, se puso en marcha sin tener una sede fija y con algo más de 350 estudiantes y ocho maestros en plantilla, entre los que estaba Vallejo, quien a lo largo de estos años también ha sido jefa de estudios y directora de la escuela, además de, por supuesto, profesora de violín. “El alcalde Jose Ángel Cuerda, que es un grandísimo aficionado a la música, apostó por el proyecto, aunque supongo que se estaba a la expectativa de ver qué íbamos a hacer con aquello que nos estaban dando; no dejaba de ser un experimento” nacido a raíz de la implantación de la LOGSE.

“Había mucha ilusión. Además, prácticamente nos conocíamos todos los que estábamos en ese inicio. Es verdad que estaba todo por hacer pero la música siempre ha existido y se trataba de enseñar lo que tenías, lo que sabías, lo que habías aprendido; sólo teníamos que empezar a trabajar” rememora Ayastuy, que entró a formar parte del claustro en 1993 -cuando la escuela tuvo su primera sede física en el antiguo convento de las Aliadas, en la calle Zapatería-, desarrollando su labor como profesora de piano hasta 2015.

El objetivo esencial sigue hoy vigente, es decir, conseguir que cualquier persona pueda acceder al conocimiento de la música sin que eso conlleve que se haga una carrera con una titulación, aunque ha habido estudiantes de Luis Aramburu que han terminado acudiendo al conservatorio y dedicándose de manera profesional a este área cultural tras llevar a cabo estudios reglados. “En mi caso, lo que he buscado es que quienes han acudido a mis clases hayan vivenciado la música lo mejor posible. De lo que se trata es de que entiendan bien el lenguaje de la música, que lo interioricen, que lo sepan expresar”, dice Ayastuy, al tiempo que Vallejo pone en valor también el contacto permanente entre los estudiantes, las amistades creadas, los grupos surgidos...: “esto es la vida con la música, que es un camino interesantísimo porque enseña a la gente lo que es la colaboración, el respeto y el hecho de vivir juntos de la manera más feliz posible, sin diferencias de edad ni de nada”.

Aún así, ambas reconocen que no es lo mismo trabajar con los alumnos tengan unas edades u otras. Ayastuy recuerda que ha contado con estudiantes de 8 a 83 años; Vallejo, que ha habido ex del centro a los que dio clase cuando eran jóvenes y que ahora traen a sus hijos. “Pero esa variedad ayuda también a que este trabajo sea tan interesante. Claro, el planteamiento con un niño, un joven o un adulto es completamente diferente, también el tipo de cosas que les puedes enseñar, el estilo de música que les puede interesar... Eso es distinto y te tienes que adaptar un tanto a los gustos de cada uno”, describe la violinista.

Un esfuerzo diario Desde diciembre de 2002, esas clases en las que tantas horas han pasado están en la calle Correría, en una sede que “cuando entramos en ella, pensamos: ¡esto es un lujazo!”, más allá de que, en su momento, se planteó llevar al centro al antiguo hospital militar o al convento de las Salesas. Hoy, el personal de administración arranca cada jornada a eso de las ocho de la mañana, mientras que las puertas se abren al público un poco después, a las nueve y cuarto. De hecho, en horario ininterrumpido, la actividad no cesa hasta las nueve y cuarto, pero de la noche, siendo el tramo entre las cinco y media y las ocho de la tarde el de mayor afluencia.

“La clave para enseñar depende por completo de tu experiencia personal y con la música. Si tu vivencia con la música ha sido buena, saludable, satisfactoria, eso es lo que va a trascender a quien tienes delante en una clase; si es rica por los profesores que has tenido, eso también se transmite”, explica Ayastuy, más allá de que cada estudiante es un mundo, como ambas dicen.

Esa sintonía también se refleja cuando se les pide que formulen un deseo que pedirle a este 25 aniversario, un regalo que debería estar junto a la tarta de cumpleaños: “Juanjo Mena, en la charla que dio hace unos días en la escuela, hablaba de la importancia del canto, que es algo que yo también comenté cuando hice las oposiciones en su día. Aunque no cantes profesionalmente o no sea tu meta, te tienes que dar cuenta de la importancia que tiene el canto desde que se inician los estudios de cualquier instrumento. Pero no sólo es importante trabajar el canto, sino también la expresión corporal, el movimiento, el ritmo. Así que sería bueno que hubiera específicamente una persona, más allá de lo que se estudia en conjunto coral, trabajando en este sentido, en la enseñanza del canto, de la respiración -que es importantísima para cualquier instrumento aunque no cantes- y del ritmo”, señala Ayastuy.

Por cierto, que, aunque parezca obvio decirlo, tampoco hay que olvidar que tanto ella como Vallejo son, además de profesoras, intérpretes, una faceta que no siempre ha sido fácil cuidar en estos años de dedicación al centro. “Seguir estudiando y practicando, dar conciertos... no es sencillo, igual que mantener la ilusión, pero se puede hacer”. Una energía que también transmiten cuando van a alguna actuación y está uno de sus estudiantes: “no vamos a criticar, sino a disfrutar y a animar”.