Vitoria - Su cuarto álbum es una realidad desde el 21 de septiembre, aunque es ahora cuando el músico guipuzcoano Xabi San Sebastian está arrancando con los conciertos de presentación de las diez canciones que componen Zuhaitzak ez du beldurrik. Matthieu Haramboure, Josu Erviti y Satxa Soriazu le han acompañado en el estudio para hacer realidad un álbum autoproducido y apoyado por el sello Belarri.
¿Publicar el disco en pleno cambio de estación fue algo premeditado, verdad?
-Sí, sí. Tenía ganas de sacarlo en una fecha relacionada con la naturaleza, un día no tanto que tuviera sentido urbano, por así decirlo, sino sentido astronómico. La simbología es muy bonita porque el 21 de septiembre es una jornada en la que el día y la noche duran lo mismo, hay un equilibrio. En el álbum también hay partes de sombra, partes e luz, hay razón y locura... y me gustaba esa fecha y lo que transmite de símbolo de equilibrio.
¿Pero existe eso del equilibrio en la vida?
-(Risas) Bueno, por lo menos uno lo busca para intentar avanzar.
¿Y en la música?
-Lo mismo. Es importante a la hora de hacer una canción, no se te puede ir demasiado hacia un lado o hacia otro. Igual sucede con un disco o con un concierto. Eso no quiere decir que no sea bonito jugar también con el desequilibrio.
Ya desde el título del disco marca usted el camino...
-Es una idea que me surge cuando estoy entre los árboles. Me paso mucho tiempo en el monte y me da la impresión de que estén en el sitio que sea, no tienen miedo. Hunden sus raíces y tiran hacia arriba sin miedo, sin mirar alrededor, sin saber qué les rodea. Es una idea que me gustaba.
¿Pero la cabra tira al monte, que se suele decir, porque allí está a gusto o porque quiere escapar de lo que ocurre aquí, en el asfalto?
-Creo que es algo de huida y algo de búsqueda. Tengo la suerte los fines de semana de ir a un txoko que tengo en el monte y es una gozada estar ahí y notar cómo se van disolviendo todas las tensiones y los problemas del día a día. Cambia mucho el punto de vista de la vida.
Cuarto disco en solitario. ¿Qué ilusiones busca después del camino ya recorrido?
-Los retos me gustan mucho. Soy de los que me lanzan un órdago y lo coge a la primera aunque no tenga cartas. En este caso, quería ir un paso más allá, quería irme del camino que llevaba hasta ahora, aunque ha sido diverso, y adentrarme un poco en la abstracción y la experimentación en la música. Hay bastante de eso en el disco. Conectando con lo que decíamos antes de las luces y las sombras, me ha gustado hacer mía la sombra, nuestra parte irracional de locura para plasmarla en improvisaciones e investigaciones sonoras con la voz.
De todas formas, solemos identificar la luz con el bien y la oscuridad con el mal, aunque no es así en estas canciones...
-No, no. Yo hablo de parte visible y parte oculta, inconsciente, de razón y locura... Es que es algo que está muy presente en la naturaleza.
Ahora están llegando los primeros conciertos, como este viernes en Amurrio. ¿Mejor sobre las tablas que en el estudio?
-Es diferente. Cuando estás haciendo el disco, en realidad nunca sabes cómo va a sonar en el directo, sobre todo en mi caso, que hago conciertos muy diferentes en cuanto al formato. Cuando llega el directo, siempre tengo un vértigo diferente.
¿Qué espera del oyente ideal, qué le gustaría provocar cuando termine de escuchar el álbum?
-Que se dejase llevar y no pusiese barreras, sobre todo en los momentos de locura. Que bucee un poco en su propia locura y parte oscura. Es interesante que cada uno asuma que no conoce una parte de sí mismo. Todos tenemos culo pero no nos lo vemos (risas). Este disco quiere ser espejo de la parte oscura que tenemos cada uno.
¿Al monte siempre hay que volver sí o sí?
-El monte es vital. Además, tenemos un tanto olvidada a la naturaleza, incluso despreciada y es un error muy grande. El monte es un sitio donde se aprende mucho.
¿Pero hay que ir con música o los auriculares se tienen que quedar en casa?
-Buena pregunta. No sé qué decir. Me gusta ir sin escuchar música, pero es cierto que me suelo llevar la guitarra y tocar para ver cómo la recibe el entorno. De hecho, una vez me pasó que me puse a tocar sobre un dolmen que está cerca de Hernani y se me acercó una ardilla. Me quedé alucinado. Pensé que la canción podía tener buena aceptación (risas).