e s una obviedad reconocida y proclama que en los tiempos que corren, la política de cuece en los medios en un goteo machacador impresionante que llega a atosigar al personal y hartarle de conocidos rostros, repetidas expresiones y maneras ocurrentes que adoban informativos de tele, radio y periódico.

Las disputas políticos, procesos legislativos, maneras de gobernar del ejecutivo de turno tienen que pasar por el túrmix de la opinión pública y en este quehacer, el papel de los medios es determinante, como se ha podido ver en el inconcluso proceso de proclamación de la República de Catalunya. El plan de comunicación de cualquier batalla, desafío o confrontación política debe pasar por la plataforma de los medios, midiendo tiempos, graduando intensidades expositivas y calibrando la presencia de los protagonistas con mesura, equilibrio y eficacia.

Los medios no son ni neutros, ni neutrales y por ello, la necesidad de un plan de comunicación es condición indispensable para comenzar el más mínimo avatar político. Se dice que en esta batalla, sobre todo a nivel internacional, la ha ganado Puigdemont y sus posiciones políticas, generosamente regadas por la incompetencia, brutalidad y agresividad de las mal llamadas fuerzas de orden público. Las brutales imágenes de las cargas policiales han ayudado a vender las ideas y propuestas políticas de los independentistas. Medir tiempos, ordenar declaraciones, controlar nuevos modos de comunicación gracias al universo digital, son variables que los responsables de imagen manejan con destreza y astucia. Todo sea por la eficaz venta de un proceso político, en este caso instalado en la sociedad por tiempo impredecible. La política se cuece en los medios, obviedad como un templo que podemos comprobar jornada a jornada; por ello el control de los medios se hace cada vez más necesario por parte de los políticos.