Esta ciudad tiene un tesoro olvidado, incluso para los propios vitorianos. Una joya que en una hora promete enamorar a todo aquel que invierta esos 60 minutos en recorrer sus entresijos. Esto es posible gracias a las visitas guiadas a la catedral apodada como “nueva”, que pretenden “dar a conocer algo a lo que no se ha prestado atención y merece la pena”, explica el guía, Gonzalo Martínez de Antoñana. Por segundo año Kalearte y la Diócesis de Vitoria las están organizando desde el 15 de julio hasta el 15 de septiembre, con tres sesiones entre semana, a las 11.00, a las 12.30 y a las 17.00 horas, y los sábados se añade una cuarta a las 18.00 horas.

En ellas se puede ver la cabecera de la catedral con la gran girola que contiene capillas dedicadas a las provincias del País Vasco. En concreto, en la de Álava se resguarda la talla original de la Virgen Blanca, antes ubicada en San Miguel. Así como las cinco naves que componen la planta de cruz latina del templo, el pórtico, la cripta y alguna que otra sorpresa a la que no se puede acceder de forma independiente.

Nada más entrar al templo se aprecia el olor a incienso y velas derretidas característico de las iglesias. Pero es que la cocatedral de María Inmaculada Madre de la Iglesia, como se denomina en realidad, no es un templo al uso. Forma parte de la última generación de grandes catedrales entre las que también se encuentran la Sagrada Familia de Barcelona y la Almudena de Madrid y su construcción, que duró casi un siglo, ha estado repleta de curiosidades que hacen su historia única.

En 1861 se creó la Diócesis de Vitoria, que abarcaba las tres provincias del País Vasco, y se necesitaba un “asiento para el obispo”, es decir, una catedral, ya que la de Santa María les parecía un lugar “oscuro, lúgubre y pequeño”, asegura el guía. Por lo tanto, el obispo Cadena y Eleta decidió construir un nuevo templo. El diseño se sacó a concurso con la condición de que el estilo fuera neogótico. Los arquitectos elegidos fueron Julian Apraiz y Javier Luque que hicieron un diseño inspirándose en la catedral de Colonia (Alemania). Este proyecto iba a durar diez años y tenía un presupuesto de cinco millones pesetas, datos que resultaron anecdóticos pues ambos se incrementaron de manera notable.

En 1913 Cadena y Eleta fue nombrado arzobispo de Burgos por lo que abandonó el proyecto, que tan solo se había edificado hasta los ocho metros de altura, y se llevó consigo a los arquitectos. Debido a esto, la construcción de esta catedral estuvo parada más de 30 años hasta que el obispo Carmelo Ballester la retomó en 1946 junto con el arquitecto Miguel Apraiz, hijo de uno de los arquitectos originales. Ambos modificaron el diseño del que tan solo queda una maqueta-farol expuesta en el interior del templo que se sacaba en la Procesión de los Faroles para que los vitorianos pudieran ver el aspecto que iba a tener el templo una vez acabado. El nuevo plan eliminaba gran parte de los elementos decorativos, por lo tanto el mito de que se encuentra inacabada es falso, la catedral está arquitectónicamente terminada, aunque en su interior sí que encierra algunos rincones sin rematar que permanecen ocultos a sus visitantes. Finalmente se obtuvo un majestuoso edificio de 5.750 metros cuadrados de superficie solo superado por las catedrales de Sevilla y Zaragoza, 118 metros de longitud, 62 de ancho y en alguna de sus partes alcanza incluso los 35 de alto, una extensión tal que “desde fuera no hay ningún punto que se vea la catedral entera”, apunta el experto.

Entre las sorpresas que esconde esta visita guiada está la azotea, uno de los rincones más bonitos y más desconocido de la catedral. Desde ella se ve todo el Casco Viejo y el centro de la ciudad e incluso en un día claro como ayer se aprecia el monte Gorbea. En concreto, se distinguen las cuatro torres de Vitoria, la de San Pedro, la de la catedral de Santa María, la de San Vicente y la de San Miguel, de donde baja Celedón cada cuatro de agosto, día en el que también se puso la primera piedra de esta joya neogótica en 1907.

Más curiosidades Otro de los rincones para detenerse a admirar es la cripta. 800 metros cuadrados que contienen siete capillas, donde cada día muchos feligreses se acercan a recibir misa, pero pocos reparan en el gran valor artístico que encierran. El objetivo inicial de este espacio mortuorio inspirado en el de la catedral de Milán era albergar las tumbas de los obispos de Vitoria, aunque finalmente no contiene ninguna. En el residen los mejores ejemplos de escultura y vitrales, como las imágenes esculpidas de estilo modernista de gran calidad, ya que se trajeron artistas de “primera fila” que también esculpieron para la Sagrada Familia de Barcelona, explica Martínez de Antoñana, o las magníficas vidrieras de la famosa casa francesa Maumejean. Éstas encierran otra particularidad y es que a la hora de ser colocadas hubo una equivocación y en la capilla siete donde deberían estar las escenas relacionadas con Lázaro, se encuentran las de la asunción de la Virgen. Un error que se mantuvo ya que no les pareció mal que “lo primero que se vea al bajar a la cripta sea la virgen que da nombre a la catedral”, asegura el experto.

Por si fuera poco, en esta iglesia se encuentran elementos contemporáneos en sus muros que merecen la pena ser buscados, como la rueda de coche esculpida ubicada dentro del templo o a los propios constructores con grandes bigotes entre los elementos decorativos de la fachada. También destacan las campanas talladas que anuncian una torre del campanario que nunca se llegó a construir. En ese afán por eliminar elementos decorativos quedaron bloques sin esculpir y hornacinas sin esculturas en los muros de este templo, mediante los que “la iglesia está contando su historia”, apunta el guía.