Madrid - El cineasta argentino Emiliano Torres acaba de presentar en los cines estatales El invierno, una película árida y seca que muestra la resistencia de los hombres rudos del campo de la Patagonia más desconocida, la que está “más lejos de la postal” y la que esconde la pelea más antigua por la supervivencia.

Así lo explica el realizador en una conversación telefónica desde Buenos Aires, la ciudad natal de Torres y en la que vive actualmente. El director afirma que El invierno es más que el momento del año al que se refiere: “Es el momento en el que la vegetación muere y los más débiles también, sobre todo en el sur. Es el momento de la supervivencia”. Y habla también del invierno “del mundo y de la humanidad, de un momento como el actual en el que más que vivir nos vemos obligados a resistir para sobrevivir”.

La película, que se llevó en la pasada edición del Festival de San Sebastián el Premio Especial del Jurado, se estrenó el pasado viernes en los cines estatales. Sorprendentemente, apunta el argentino, su estreno en Francia hace unos meses ha triplicado el número de espectadores conseguidos en Argentina, “y sigue en cartelera”, se admira Torres, que bromea con lo que parece ser una empatía “mucho mayor” de los europeos con su cine que la de sus propios compatriotas.

La historia que cuenta es simple: Evans (Alejandro Sieveking) es un capataz encargado de una enorme finca de la Patagonia que se está haciendo viejo; los dueños de la hacienda deciden reemplazarlo por alguien más joven, Jara (Cristian Salguero), que llega desde el otro extremo del país para encargarse de la esquila de las ovejas que les da de comer a todos. “Hablamos de una región de la Patagonia que existe, está a tres horas y media de vuelo de Buenos Aires, más dos horas por tierra. Está completamente aislada; no tiene telefonía, ni internet, ni agua ni electricidad y el hospital más cercano está a dos horas de camino. El vecino más cercano, a hora y media”.

Son hombres secos, rudos, huraños, tanto o más que el paisaje que muestra, apabullante y duro, tan diferente al de “la postal” del Perito Moreno, al que está acostumbrado el público, dice Torres. “Es nieve, barro, pero es la verdadera Patagonia”, apunta. Un panorama que el cineasta conoció en su época como ayudante de dirección en varios trabajos sobre la emigración y que, asegura, “vuelve duras a las personas”. “Es imposible sobrevivir en este contexto sin curtir un poco la piel, de hecho, la misma filmación nos obligó a endurecernos un poco a nosotros y a mirar las cosas como ellos”.

Confiesa que “el gran desafío” era rodar “no como el chico que viene de Buenos Aires unos días, sino realmente transportarme a la manera tajante que tiene esta gente de observar y de decir, y de relacionarse con el tiempo”. Reconoce el autor que hablan poco, “pero son fáciles de entender; para ellos, las palabras valen menos que las acciones, viven un eterno presente, con la urgencia de las tareas diarias. Eso quise filmar. Intenté ser tan esencial, crudo y duro como ellos, no interpretarlos, sino mimetizarme”, explica. Del mismo modo, niega que denuncie actitudes, o injusticias, que sin duda las hay en la cinta, pero ese no es su propósito. “En realidad, evado los temas políticos aunque inevitablemente llego a ellos. Son una consecuencia, no un objetivo”, asegura.

Torres se declara “ferviente defensor del cine narrativo”, mientras le preocupa poco la forma, que sale según “lo que va pidiendo” la historia. Así, un mismo filme, como este, puede ser a la vez documental, thriller, melodrama y hasta western. “Yo creo en un cine que viaja, que se mueve, se adapta y tiene que negociar con el clima y las posibilidades. Necesito atravesar una experiencia personal cuando filmo y ésta fue enorme”.