Penúltima doble sesión la que el viernes a la noche se vivió en un Mendizorroza que de nuevo volvió a estar en media entrada. Allí estaban esperando para abrir el cartel diseñado por esta cuadragésimo primera edición del Festival de Jazz de Gasteiz Jean Luc Ponty, Biréli Lagrène y Kyle Eastwood, quienes precedieron a la cantante Patti Austin, invitada para conmemorar el centenario del nacimiento de Ella Fitzgerald, todo un mito de la música que, a su manera, también quiso sumarse a la propuesta ya que la organización tuvo el buen ojo de colocar sobre las tablas el primer micrófono que la intérprete utilizó hace 35 años cuando actuó por primera vez en la capital alavesa.
Pero este apreciable detalle no puede ocultar que, de nuevo en esta edición, la cita se quedó a medias, ofreciendo dos actuaciones que adolecieron de carácter e intención para completar un doble programa que, eso sí, tuvo la suerte de ser corto. Justo a medianoche, todos fuera tras tres horas (descanso incluido) que se vieron salpicadas por algunos chispazos y poco más.
Con el personal esperando puntual, el trío francés (si Eastwood permite la licencia) salió al escenario con un planteamiento sencillo, directo y, en principio, bien diseñado. No hubo complicaciones ni estridencias, ni intentos por hacer nada que se saliese del guión establecido de manera previa. Todo fácil, también para el oído de los presentes. Pero, como sucedió en el tema Andalucía, cuando los músicos decidieron darse libertad para tal vez dar un paso hacia adelante fue cuando se notó que no sabían muy bien cómo atacar lo que estaba sucediendo. La calidad individual les salvó, eso sí, de esa sensación de perdida momentánea.
Fue Ponty solo al violín el que ofreció el mejor instante de una actuación en la que Eastwood, una vez más, demostró que ha madurado mucho como músico y que podría estar haciendo propuestas bastante más interesantes que ésta. Junto a ambos un excelente guitarrista como Lagrène no tuvo la oportunidad de brillar como suele hacer, cayendo, con sus dos compañeros, en un concierto que terminó por ser un tanto repetitivo.
A eso de las diez y veinte de la noche llegó el habitual descanso para cambiar el set y dejarlo todo dispuesto para Austin, que acudió a Vitoria acompañada por tres músicos del continente contratados para la ocasión que se limitaron a seguir las partituras y no molestar ni equivocarse. En eso, cumplieron.
Retomando un disco que, en realidad, la cantante realizó hace 15 años, Austin cometió una primera equivocación fundamental: pensó que estaba más en una clase didáctica sobre la vida y milagros de Fitzgerald o en un monólogo a veces salpicado por música que en un concierto, con lo que ello implica. Sus parrafadas, aunque en ocasiones divertidas, rompieron por completo el ritmo de una actuación en la que además quedó patente una vez más que la intérprete tiene un buen instrumento en su voz pero tampoco para volverse loco.
Poco más de hora y veinte minutos duró un recital al que si se le quita la parte hablada se queda en mucho menos. Terminó así una doble sesión en la que en todo momento dio la impresión de que los músicos de calidad pueden querer a veces poner toda su buena intención sobre las tablas, pero eso no significa que, de verdad, sean capaces de dar lo mejor de sí.