Vitoria - Fue uno de los participantes en el primer Konexioa. En 2007, el Festival de Jazz de Gasteiz decidió poner en marcha esta propuesta en la que unir a músicos vascos con, sobre todo, intérpretes norteamericanos para ofrecer conciertos únicos. Aquella edición inicial se llevó a cabo en Mendizorroza, aunque al año siguiente ya se trasladó a un Principal donde mañana, a partir de las 18.00 horas, Hasier Oleaga colaborará de manera especial con Jorge Rossy, ambos acompañados por Julen Izarra (saxo) y Jorge Abadía (guitarra).

¿Volver a Gasteiz para tocar es...?

-Importante, para empezar, porque para eso estamos. Cuando uno tiene la oportunidad de tocar, por así decirlo, se completa el círculo. Así que cuando uno va a actuar, sea donde sea, siempre es una suerte. Pero, en mi caso, ir a tocar a Vitoria tiene algo muy especial, por supuesto. Pasé allí mi infancia, mi adolescencia y parte de mi juventud, y eso son muchos amigos, momentos y vivencias.

Mendizorroza, Gaztetxe, The Man in the Moon, Dublín... No sé la cantidad de lugares de la ciudad en los que ha tocado hasta ahora, pero ¿y en el Principal?

-Sí, acompañando algunas actuaciones de la Escuela Municipal de Música Luis Aramburu.

En este caso, hay una circunstancia especial que es el encuentro con Jorge Rossy.

-A Jorge tuve la suerte de conocerle en mis años de conservatorio aquí en Donostia. Además, de él puedo decir que es uno de los culpables de que yo en su día dijese: me quiero dedicar a esto. Cuando le escuché por primera vez acompañando a Brad Mehldau, no entendí nada pero me sentí muy atraído por ese algo que había ahí, detrás del sonido. En Barcelona no coincidimos, pero luego en Musikene, aunque no me dio clases directamente, sí tuve la oportunidad de juntarnos con otros y con él para tocar. Cada vez que venía, aprovechábamos. Eso nos llevó a hacer algunas actuaciones con él en el Jazz Terrassa, en el Jazzaldi donostiarra... Fueron años muy prolijos, más allá de que estar tocando la batería mientras Jorge Rossy estaba sobre las teclas del piano era algo muy peculiar. Así que esta oportunidad que nos han brindado Iñaki Añúa y el Festival de Jazz de Vitoria es la mejor excusa que me podían dar para volver a tocar con él, y por eso estoy inmensamente agradecido a Iñaki y al certamen.

¿Se queda algún día o la agenda no para?

-La agenda está muy caliente (risas). De hecho, a Vitoria llego de una liada tremenda, actúo y me voy a otra mayor. Vengo de El Escorial, Zugarramurdi, Legazpi y Hendaia, toco en el Principal y me voy a actuar a Nueva York. Así que no tengo mucho tiempo para saborear lo que va a suceder en Vitoria, aunque sé que va a ser un momento muy importante.

¿Cómo se hace para tener la cabeza en el Sónar -donde ha actuado hace un par de semanas-, en Zugarramurdi, en Nueva York... y saber qué hay que tocar en cada lugar, qué es lo que pide cada sitio, qué tipo de público está escuchando?

-Es que no sé si lo consigo, la verdad. Voy tirando y a ver... (risas). Para seguir ese ritmo necesitas apego, querencia y amor por lo que haces, que es el factor común denominador entre una actuación y todas las demás. Al final, es sentarse y estar con la batería. Ese lugar es un pequeño refugio. Me acuerdo que antes de tocar en el Sónar en junio, llegué a Barcelona en un avión que cogí por los pelos. Luego me metí en el taxi, llegar... un follón tremendo. Pero al final, me subí al escenario, me puse con la batería y punto. Estaba en ese refugio que te decía. ¿Cómo tienes tanto repertorio en la cabeza o cómo llevas a cabo la música? Como soy fan de la música, como me gusta, como tengo la suerte de dedicarme a lo que me apasiona, no es algo tan forzado que me obligue a estar de manera constante leyendo partituras. La música sale de otro sitio, no de los ojos al leer una partitura. Sale de otro sitio más íntimo. Así que no tengo esa sensación de decir: en cuántas cosas tan diferentes me encuentro. Además, como fan de la música que soy, también estoy abierto en todo momento a ponerme un disco de Michael Jackson, del trío de Dave Holand, de Silvia Pérez Cruz... Eso me gusta. Así que como esa variedad forma parte de mi realidad, no hay que forzar nada. Es algo vivencial, que te lo pide el cuerpo.

Aunque Hasier Oleaga es un hombre joven, como empezó en esto tan pronto ha recorrido ya muchos caminos. ¿Complicado encontrar nuevas motivaciones? ¿La música todavía le ofrece esos alicientes?

-Siempre estás aprendiendo. Además, cosas como la que hice en el Sónar, participando en el proyecto de Aitor Etxebarria, son historias que me mantienen alerta porque no están dentro del contexto en el que me suelo mover. Este año, por ejemplo, es el décimo en el que vamos a tocar en diciembre con Ruper Ordorika en Bilbao y esa cita la vivo como si fuera la primera vez. Hay que cuidar esa virginidad, que es la que te da el respeto para con la música, y también hay que mimar la capacidad de sorprenderte. Aunque haya estado en mil batallas, cada día es una aventura nueva.

Su batería ha tocado jazz, rock, pop... ¿Da igual el género?

-La música está por encima de cualquier etiqueta, sin duda.

¿El jazz tiene futuro en este siglo XXI?

-Por supuesto que sí. Lo que hay que estar, como músicos, es muy despiertos. Esto es algo muy personal. Yo me puedo conformar con lo que hago, creerme mi historia y hacer un personaje de ello. O puedo tratar de estar despierto y procurar mantener ese espíritu de búsqueda, que bien puede tener que ver conmigo, con mi forma de tocar, con mi forma de relacionarme con la música que escucho o con la forma de entender un estilo. Y puedo optar por dedicar toda mi energía a aprender un estilo tal y como fue hecho hace 80 años o por buscar una forma de expresarme, tratando de encontrar el modo de usar ese estilo de música para expresarme. Hay personas que usan el medio para contar las historias que tienen en el corazón y personas que son grandes maestros en usar un lenguaje que utilizaron otros hace un determinado tiempo, limitándose a ello. Si me dedico a la música antigua, igual soy un crack, lo cual tiene un mérito de la leche, pero ahí se queda. ¿Qué margen tengo ahí para expresar mi persona, mi vivencia, mis deseos y frustraciones? El jazz, la música, la pintura, el arte... están para que uno los use a su medida, como los necesites. La música está para que puedas romper sus límites. Pero bueno, ésta es una percepción muy personal.

En ese no parar suyo dentro del género, hace un año estuvo en Vitoria participando, junto a otros músicos vascos, en la grabación de ‘Jazzteizz’, un homenaje al Festival de Jazz de Vitoria impulsado por Sonora Estudios.

-Tengo un recuerdo muy bonito de aquello, de encontrarme con músicos que ya conozco de otras batallas pero también de conocer a intérpretes como Iñigo Ruiz de Gordejuela que me dejaron boquiabierto. Fue muy emocionante.