para algunos la página en blanco tiene el mismo efecto que un polígrafo: repele las mentiras. Hay autores que empujados por su honestidad se animan a reconstruir sus recuerdos para convertirlos en relato. Lo que vivió dentro también respira fuera.

Empiezan con apuntes desde el yo; confesiones que retumban en sus cabezas, que se moldean con el firme propósito de construir en primera persona lo que fue su realidad, lo que recuerdan que fue su realidad; una selección de imágenes que forma parte de su pasado; vivencias traumáticas, secretos escabrosos y deseos inconfesables.

Pinchan, extraen y lo vierten. Una herida que escuece y cura o por el contrario, es capaz de rematarte. El autor encuentra la historia observando, sí -¿cómo si no?- pero a sí mismo, y la confesión llega a los lectores. Lo vivido no muere en el papel.

Las experiencias de los autores están cada vez más presentes en los trabajos literarios; constituyen, de hecho, la esencia y la forma de un tipo de narración que se está imponiendo. El pianista James Rhodes se vació de recuerdos crudos y violentos en Instrumental: A Memoir of Madness, Medication and Music; Karl Ove Knausgard ha llegado con su obra monumental Mi lucha, una autobiografía compuesta por seis tomos; Carlo Padial se asoma en Doctor Portuondo a sus problemas para contar sus sesiones con el psicoanalista que le trató. Pero no hay que irse lejos para encontrarse con más ejemplos. La escritora bermeotarra Alaine Agirre ha publicado recientemente dos obras que siguen esa estela. En su primer poemario Txoriak etortzen ez diren lekua (Erein) narra cómo fue su día a día en un psiquiátrico y vuelve a retomar sus vivencias personales en la novela Bi aldiz erditu zinen nitaz, ama (Elkar). “En un primer momento, es una tabla de salvación. A partir de ahí, hay una necesidad de contar esa realidad y una intención de ayudar a otros, dado que la enfermedad mental sigue siendo un tabú y un estigma. Por último, hay otra ambición, sin la que no habría escrito el libro: el deseo de crear algo bello”, explica la escritora.

Nadie puede negar que estas novelas autobiográficas están poblando las librerías y con ellas llega la necesidad imperiosa de anunciar con etiquetas llamativas que, efectivamente, están basadas en hechos reales. El escritor donostiarra Iban Zaldua cree que quizás “hemos sufrido una inflación de malas ficciones en el campo de la literatura y del cine o la televisión de consumo, y mucha gente supone que esa marca proporciona un mayor anclaje a la realidad”. Algo con lo que él no está de acuerdo ya que ponerle esa etiqueta “no implica que estemos conociendo toda la verdad”. Para el escritor eso funciona como “envoltorio” a veces: “¿Hasta qué punto tiene que ver el vínculo que quiere establecer James Rhodes con sus lectores, por medio de la crudeza de sus recuerdos, con el hecho de que es un pianista mediocre, que no habría llegado muy lejos, me temo, sin esa trama autobiográfica de la que se ha rodeado?”.

Es cierto que los lectores pueden lograr una comprensión de sus experiencias personales mediante las confesiones de los autores. Alaine Agirre comenta que ese tipo de literatura confesional, “cuando es sincera y auténtica y está bien escrita, puede llegar al lector y conseguir que se sienta reflejado”. Zaldua, por el contrario, se muestra un poco reticente: “No sé cuánto hay de comprensión de nosotros mismos y cuánto de morbo”, aunque añade que en muchas ocasiones esas historias pueden servir al lector, sobre todo si se ve reconocido en esas vivencias. Pero afirma que, en ese sentido, un reportaje periodístico con testimonios o un informe institucional “pueden tener el mismo efecto catártico, y su fiabilidad suele ser mucho mayor”. En ese caso, afirma que “hay modos mucho más asentados, pautados y seguros que la literatura”.

la calidad Ambos escritores están de acuerdo en que una obra que se construye desde el yo no garantiza la calidad de la misma. Elena Ramírez, directora de la editorial Seix Barral y del Área de Ficción Internacional del Grupo Planeta, comparte opinión y dice que es cierto que se le da mayor credibilidad al texto si está avalado por la realidad. “Hemos visto cómo, al rechazar un libro ofrecido a la editorial para su publicación, la persona que lo ha enviado lo pone en valor afirmando: ¡Pero es que todo lo que dice es verdad! Sí, pero la verdad, como la mentira, hay que saber contarla”, asegura.

De esta manera, habría que diferenciar la habilidad de los autores y autoras por una parte, y lo que se relata, por otra. Zaldua habla de forma, estilo y también de planificación, de “arquitectura”. “Eso es algo que pertenece a la ficción, no tanto a la confesión, cuya estructura ya viene dada por la historia en sí del individuo que ha decidido contarla”. Asimismo, expresa que puede haber obras “valiosas” que partan de una autoconfesión, “siempre que se trabajen literariamente tanto o más que las obras de ficción”. El escritor donostiarra opina que “hay que rebajar el valor que se les suele atribuir por ser simplemente autoconfesión”.

La habilidad es lo que también destaca Agirre, que se pone en la piel del lector. “Cuando leo un texto, lo importante no es si lo que cuenta son hechos verídicos, si cuenta una realidad vivida por el autor, sino que me haga sentir esa realidad, que consiga transmitirla con eficacia, con credibilidad, emoción. No se trata del origen del material elegido, sino de la habilidad para narrarlo”, argumenta.

la era del ‘yo’ Parece que el yo no conoce derrota aún. Además de en la literatura, está muy presente en muchos ámbitos como en el de las redes sociales. A Zaldua no le parece casualidad que el auge de este género llegue ahora. “Estamos en The Age Of Self, como cantaba Robert Wyatt. Es como si la literatura hubiera dejado de mirar hacia fuera y se hubiera puesto a mirar exclusivamente hacia dentro”, explica. Para el escritor, esta forma de proceder puede ser “cómoda”, porque, por ejemplo, al escribir sobre uno mismo se ahorra mucho trabajo de documentación.

La directora de Seix Barral dice que la primera persona se ha convertido en la forma narrativa de nuestro tiempo. “Influyó mucho el fenómeno de Knausgard. La exposición en redes sociales, la inmediatez de Internet, ha terminado por dar un valor de verdad al testimonio personal que no tenía hace un tiempo. Hoy en día la pura ficción es sospechosa”, asevera. Del mismo modo, menciona que el yo terminará por “estorbar” y que los escritores que vengan regresarán a la ficción pura.

Uno de los problemas que trae consigo este tipo de literatura es que pueden llegar a crearse productos iguales. De hecho, según Zaldua, que se conviertan en moda ya es, de por sí, sospechoso. Agirre considera que la uniformización de las obras artísticas tiene una consecuencia negativa que es “un empobrecimiento de las mismas por la repetición, y también de la percepción del lector o espectador, que no aspire a otro tipo de productos”.

la fragilidad de la memoria Los escritores forman un texto mediante sus experiencias, y a la hora de valorarlos partimos del hecho que el recuerdo se mantiene sin alteraciones: un autor lo recuerda y lo procesa mediante la escritura. Nadie duda de él. Pero en ese desarrollo, hay una selección de imágenes y sobre todo, entra en juego el lenguaje, que al empalabrar esa vivencia, se consigue algo diferente. Zaldua dice que esta idea hay que tenerla “muy en cuenta”. “El problema se acentúa en subgéneros híbridos como el de la autoficción”, explica al tiempo que subraya que en estos casos el lector no sabe a qué pacto agarrarse, si al autobiográfico o al novelesco, “dado que el escritor decide a capricho qué es más o menos basado en hechos reales y qué no”.

La escritora bermeotarra también es consciente del riesgo de atenerse al recuerdo como fuente fiable. “El mismo hecho de recordar quiere decir que escogemos algunas imágenes, conversaciones y sucesos, y olvidamos otros. Eso que recordamos no sabemos hasta qué punto es fidedigno o lo ha manipulado nuestra conciencia”, explica. Igualmente, manifiesta que en el hecho de empalabrar, de escribir ese recuerdo, “la manipulación resulta mucho mayor, pero en sentido positivo: sin manipulación no habría arte”.

Ramírez, por su parte, comenta que por eso la no ficción narrativa, aquella que cuenta con el escritor inmerso en cuanto narra, puede ser “más rica” que la académica. “Mira el Nuevo Periodismo, pasa por el periodista, no a pesar de él, como antes. La subjetividad es un valor, paradójicamente, que aporta autenticidad a la investigación y eso puede ser muy empático a los ojos del lector”.

Además, sostiene que en la editorial Seix Barral interesa mucho esa vertiente. Prueba de ellos son los libros que han publicado con esa perspectiva personal. En un ejercicio de memoria, Ramírez aporta algún que otro título: “La aproximación que del vegetarianismo hizo Safran Foer en Comer animales o la del prejuicio de género en La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, de Siri Hudstvedt. Pero tanto en ficción como en no ficción nuestra prioridad es la calidad”.

El género autobiográfico vuelve a estar de moda y a estas alturas, como dice la directora, establecer usos correctos de la novela es ponerle puertas al campo. Bienvenido sea el yo, porque “en la novela cabe todo”.