Hace unas semanas leíamos en los medios como a través de una declaración de intenciones, bastante mal redactada, por cierto, Susana Díaz se dirigía a las bases del PSOE esbozando una hoja de ruta para abordar el futuro de la cultura de nuestro país. Más allá de que finalmente el bloque socialista desde el que se arropaba la peregrina propuesta no fuera el caballo ganador, se patentizaba lo que muchos que se autodenominan socialistas entienden por hacer política hoy en día en materia de cultura. Resumiendo mucho el programa cultural -por llamarlo de alguna manera- que se lanzaba a las militantes bases, lo que se ponía sobre la mesa era lo siguiente: que los esfuerzos desde la gobernanza deben dirigirse a impulsar propuestas culturales que sirvan para entretener a los millones de turistas que acuden a nuestro país. Algo muy en línea con lo que también desde el Partido Popular se piensa.
La cultura no importa, en resumen. Sólo si a través de ella se consigue algún beneficio económico, tiene interés el “gasto” que se le presupone. De ahí la idea de incentivar el “turismo cultural”. Con ese fin, el plan consiste en ampliar el modelo de “fiesta española” que ya se proyectaba desde la España franquista hacia el exterior para atraer turistas a nuestro país. Parece ser que aún seguimos utilizando la misma herramienta que utilizó Franco durante la postguerra para que nuestro país saliera rápidamente de la pobreza pero que nunca fuera rica: puso a campesinos y pescadores a servir copas y vender suvenires. Y así, hoy en día aún, en nuestras ciudades los turistas tienen que seguir encontrando esa diversión “a la española”: ferias de vino, gastronómicas, mercados medievales, festivales a tutiplén? Lo toros, la paella y la sangría ya no venden tanto como antes. Hay que buscar productos sustitutos para envolver la “marca España”. Y la cultura debe de enfocar sus esfuerzos en ello. No es de extrañar que en Japón exista un parque de atracciones enteramente dedicado a nuestro país: Parque España, se llama. Porque, en fondo, lo que muchos de los que nos gobiernan quieren es que ese parque japonés se extienda a toda España: un parque de atracciones de 500.000 kilómetros cuadrados.
Cuando un país se regodea en su propia incultura jactándose de que el criterio, el saber, no dejan de ser valores “elitistas” y que hay que ser “sencillo” y “descomplicado”, ese pueblo es ignorante. Y la ignorancia es peligrosa porque una comunidad obtusa se creerá cualquier cosa que el poder le diga. Un pueblo mostrenco es manipulable. Hace años un, por entonces, alcalde de nuestra ciudad proclamaba públicamente que los vitorianos deberíamos aprender el idioma de Shakespeare para poder comunicarnos en condiciones con los turistas extranjeros. Ahí queda eso. El conocimiento debe de ser usado no para intentar mejorar el mundo que nos rodea, no. Debemos aprender inglés para que los que nos visitan se sientan a gusto y consuman más.