Veinticinco años después de convertirse en referencia del indie estatal y tras una larga ausencia que hizo temer por su disolución, Los Planetas han regresado, sin apoyo de una multinacional, con su noveno disco, Zona temporalmente autónoma. Política y amor se entrecruzan en sus versos a ritmo de pop certero, psicodelia y, al igual que en sus trabajos recientes, ecos de la música popular andaluza con referencias a Triana, The Beatles, Pixies, The Cure y hasta Víctor Jara.
Siete años después de Una ópera egipcia y tras dejar atrás más de una crisis, Los Planetas han vuelto con el primer disco de su carrera que editan en su propio sello, sin el amparo de una multinacional. Consumado el abandono de Sony, Zona temporalmente autónoma se ha publicado en su propio sello discográfico, El Ejército Rojo, en colaboración con El Volcán Música.
Los Planetas, que J (su cantante) y Florent (guitarrista) crearon a principios de los 90, tienen a sus espaldas algunos de los discos más atrayentes y seminales del último cuarto de siglo. Su trayectoria, iniciada en 1993 con el EP Medusa, ha dejado hitos como Una semana en el motor de un autobús, Unidad de desplazamiento o La leyenda del espacio, el cual abrió una vereda flamenca por la que transitaron antes Lagartija Nick y el maestro Enrique Morente.
Los Planetas se han apropiado del título del ensayo homónimo del escritor anarquista Hakim Bey (pseudónimo de Peter Lamborn Wilson) en su noveno disco, en el que J., su ideólogo, aboga por estructuras situadas al margen de la sociedad (zonas autónomas) que trabajan de manera temporal hasta ser absorbidas y que se basan en las relaciones personales.
Política y amor Entre ambos extremos se mueve el disco, el más político de una banda que ya dejó pistas de su pensamiento en temas como Canción del fin del mundo y Reunión en la cumbre, en las que J. cantaba “van a pagarte lo mismo por el doble de trabajo” y “se han reunido los de la policía y han decidido que la comisaría es el sitio adecuado para que pases el día”, respectivamente.
Tan admirado como odiado, en ambos casos por su carácter indolente, ególatra, con visos de rock star y sosias de Peter Pan, J. abre y cierra el CD con dos diatribas políticas de fuerte calado. En la monumental Islamabad, que parte de una adaptación de un tema de Young Beef (adalid del trap estatal) e incorpora un guiño rapeado entre colchones psicodélicos y un enorme crescendo, J. alude a las guerras y las muertes que provoca la religión.
“Atacas a los tuyos por dinero que te llevas a tus paraísos fiscales/dinero con sangre de tus hermanos a los que traicionaste”, canta en la apertura; mientras en la clausura, en una adaptación del poema de Martín Castro, Guitarra roja, hace suyos los versos “libertaria y redentora... que no se robe al obrero el fruto de su trabajo y que no haya más esclavos, políticos ni guerreros”, en el papel de un Víctor Jara indie.
Fatigas Además de sus recurridas loas al espacio (“es infinito y estamos solos”) y a las huidas químicas (“estoy cayendo pa’ arriba”), son las relaciones y el dolor que provocan los protagonistas del CD. “Las fatigas que yo tengo no las puedo aguantar” y “si ya no puedo estar contigo, no merece la pena vivir”, canta J., que vuelve a dejar algún guiño machista en La gitana: “Voy a hacer contigo todo lo que me dé la gana”.
Musicalmente, el grupo engarza cada vez mejor todas sus vertientes, dejando trallazos pop incuestionables como Espíritu olímpico (con la vizcaina La Bien Querida), Hierro y níquel o Porque lo digas tú, esta última con unas bellas cuerdas. Las raíces flamencas de Una cruz a cuestas (con Soleá Morente) o Libertad para el solitario se embadurnan de pop y psicodelia narcótica, y el grupo deja guiños a The Cure (Seguiriya de los 107 faunos) y a The Beatles y Pixies (Ijtihad), mientras que ofrece un inesperado arreglo folk en Hay una estrella. No será la obra maestra por la que abogan sus fans, ni la autoparodia que defienden sus detractores, pero sí su mejor disco en años.