Vitoria - La idea misma de narración centra el nuevo título que propone el poeta, ensayista y profesor de Torrelavega en su nuevo libro.

¿Cómo y por qué fue el encuentro con la editorial alavesa Sans Soleil?

-Sigo a Sans Soleil desde hace tiempo. Me han interesado mucho cada una de sus publicaciones, las cuales, tanto a nivel formal como de contenido, suponen apuestas que permiten una reflexión nada común sobre la imagen, sobre nuestro pasado y presente. Partiendo de este punto, el encuentro fue formidable. Creo que es una editorial profundamente necesaria y, en ese sentido, estoy encantado de haber podido tener la experiencia de editar con ellos.

La construcción de la narración, desde una perspectiva actual, está en el ‘punto de mira’ del ensayo, pero ¿no es ésta una cuestión casi tan antigua como el ser humano, como la idea de acaparar poder sobre el otro?

-El concepto de narración es un concepto complejo. Con narración, en este libro, nos referimos al modo a través del cual se estabilizan formas de sentir, de pensar, de ver que vienen gestionadas desde fuera, como si fuese posible una objetividad. Narraciones sobre las emociones, los afectos, la felicidad, la calidad, la creatividad, son narraciones que nos vienen, que nos asedian. Narraciones que vienen diseñadas por instituciones políticas, económicas, grandes corporaciones. Es decir, estamos rodeados por un capitalismo afectivo que nos dice cómo sentirnos. Antes el capitalismo se mostraba más opaco en todo lo relativo a las emociones, ahora es a la inversa: el neoliberalismo sabe que quien gestiona las emociones gestiona el poder. Y las emociones se convierten en el relato. Ordenar esas emociones, vaciarlas de todo componente transformador políticamente hablando, es el objetivo de la narración que nos rodea.

¿No da la impresión de que en esta llamada sociedad de la información, las voces que narran y los mensajes narrados son menos de los que pensamos o tienen parecidas orientaciones?

-Sí, exacto. Vivimos en un proceso de control de las narrativas, las cuales se estipulan como verdades e incluso entran a nivel jurídico. Un delito de odio no es más que un modo de controlar las formas emocionales a través de las cuales nos conectamos con la realidad. El delito de odio existe en sociedades neoliberales en la medida en que el odio es agresivo, desequilibra, puede fracturar el orden y el sistema. En cambio, lo que se nos impone es un sistema de felicidad. Ahora, lo que toca es ser felices y si eres infeliz es culpa tuya. El relato de la infelicidad no genera beneficios. La depresión es una de las enfermedades que más pérdidas económicas produce en este país. ¿No es lógico que las empresas estén con ganas de que todos seamos felices?

¿Qué busca proponer, incitar, provocar, a quién se dirige con el libro?

-Este libro lo que trata, en sus diversos niveles de lectura, es provocar la necesidad de repensar algunas de las narrativas que nos rodean. En este sentido, como digo, el libro tiene varios espacios de lectura. Podemos decir que hay un horizonte común en todo el libro, que es la práctica política de las narraciones que nos rodean, como ya he comentado. Pero a partir de ese horizonte el libro se expande por diferentes territorios a modo de hilos que se conectan y desconectan. Así se abordan cuestiones relativas tanto al concepto de esquizofrenia como a cuestiones vinculadas a la poesía. La idea es cómo la confusión es necesaria para cuestionar el orden narrativo que nos rodea.

¿Cómo se estructura la recopilación de otros autores con sus propias aportaciones?

-El libro recoge lecturas muy diversas, desde libros de psicología hasta novelas del siglo XIX, desde tratados de neuropsiquiatría hasta visiones políticas. Todo ello, en cualquier caso, se sitúa como estímulos que pretenden generar un cuerpo de texto que no tenga un único sentido. Con el ensayo me propuse que no tuviese la forma académica tradicional de un libro de filosofía. No tengo nada contra esto, es más, soy un firme defensor de ellos, sin embargo, en esta ocasión traté de repensar la relación orden-confusión-narración intentando que el propio texto contuviese un poco de la esquizofrenia de la que trata. Es, quizá, un libro-experimento.

¿Son posibles los discursos alternativos y que tengan eco?

-Creo que los discursos alternativos no son sólo posibles sino que son profundamente necesarios. Es necesario ofrecer una perspectiva diferente de los hechos, así como cortocircuitar la generación de relatos que nos rodean y que terminan por imposibilitar la propia concepción de alternativas. El pensar que no hay alternativa es el gran triunfo de la narrativa neoliberal.

Quienes monopolizan las narraciones, ¿buscan sólo perpetuar el modelo o algo más? ¿Hacia dónde iríamos si nada cambiase?

-El capitalismo entró en un proceso de maximización de beneficios que ha provocado graves desigualdades y graves problemas. Necesitaba un cambio de modelo en la gestión de las empresas y es ahí donde los afectos constituyen un lugar idóneo para la reinvención del neoliberalismo. El viejo sueño de Margaret Thatcher: “la economía es el medio; el objetivo es cambiar las almas”, parece que se ha cumplido. Lo terrible es pensar que la realidad meramente coyuntural es una realidad necesariamente verdadera. Creer que vivimos en la verdad, que estamos en el mejor momento de la historia... ése es el problema.

En el mundo de lo políticamente correcto, ¿es posible no serlo y salir vivo, por ejemplo, ante la Justicia?

-La corrección política es un extraño fantasma. La Justicia no persigue la incorrección política, lo que persigue es el cuestionamiento de un orden narrativo. Hernando puede decir las barbaridades que quiera sobre las víctimas del franquismo y ser todo lo incorrecto que quiera. Puede mentir y tergiversar, pero lo que no se tolera es que uno establezca lecturas contra cierto sistema de orden. Y eso es lo que estamos viviendo con el tema de los tweets y demás. La idea es gestionar el miedo.

¿Qué papel juega la cultura en esa homogeneización de la que, en principio, no debería ser parte?

-La cultura ha servido para generar un relato homogéneo del pasado. Al despolitizarse el relato cultural, todo vale, todo se nivela. Al neoliberalismo no le gusta la historia porque es problemática, genera disensos, controversias. En cambio, a través de la cultura se pueden generar relatos en los que se iguala el pasado, se despolitiza, se torna puro consenso. La necesidad de repolitizar la cultura, lo que implica convertirla en problemática para el poder, es importante. Frente al consenso que se pide a la cultura, ésta, alejada de viejos patrones y servilismo, debería responder con más disenso.