En esta sociedad mediática que sufrimos con más pena que gloria, los poderes de cualquier signo, desde lo político a lo deportivo, tienen la constante inclinación a poner mordaza a los medios, sobre todo a los que no satisfacen sus estrategias y los mandamases son incapaces de entender que en una sociedad sana, la libertad de expresión e información es consubstancial a su existencia.

Políticos, empresarios, dirigentes deportivos de mayor o menor nivel desean poner mordaza silenciosamente a periodistas, que bastante tienen con mantener el puesto de trabajo en esta situación de crisis que sigue machacando a la profesión y aguantan manejos espurios contra los mensajeros, que resisten presiones y manejos un día sí y otro también.

Estos poderes, pequeños o grandes buscan aplaudidores de su quehacer, desdeñando las críticas, sean fundadas o infundadas, en un deseo de monopolio informativo que la sociedad rechaza y desprecia. Acallar las voces contrarias a los intereses de un partido, asociación o club deportivo es práctica social que empobrece a quien la práctica y provoca rechazo ciudadano.

El deseo agazapado, el intento subterráneo de controlar los medios desde esferas alejadas de las redacciones es creciente dinámica de actuación fascista, sea quien sea el diseñador de tal comportamiento, que la sociedad desprecia y rechaza.

La creciente ansia de poder, de dinero, de influencia, mueve a los depredadores a meter mano a los medios, a manipular noticias como elementos de gestión, y en definitiva, a poner mordaza a quienes se deben a su público, a la sociedad entera. Cuando esto ocurre y ocurre más de lo que se cree, se enfanga la necesaria relación entre poderes y medios, y los periodistas salen paganos de este antidemocrático choque de trenes. La mordaza siempre presente en esta aldea global de nuestros pecados.