Vitoria - La programación invierno-primavera de la Red municipal de Teatros suma hoy otro nuevo ciclo a su oferta. En este caso, el abono correspondiente a los espectáculos de danza se pone en marcha y lo hace de la mano de la compañía Sharon Fridman, que acude al Principal para presentar, a partir de las 20.30 horas y todavía con entradas a 18 y 12 euros (no se vende el anfiteatro segundo), Free fall.

Esta propuesta, ganadora del Max 2015, tiene una doble personalidad: por un lado, la que configuran sólo los bailarines del grupo con sede en Madrid y que se desarrolla bajo el título de Caída libre; y, por otro, la que se puede ver hoy en Gasteiz y en la que la compañía colabora con intérpretes locales. De hecho, once artistas alaveses están desde el martes desarrollando un taller con la formación dirigida por el coreógrafo israelí, un camino vital y escénico común que tendrá su punto culminante en la representación de esta noche en la calle San Prudencio.

“Para nosotros este 2017 es un año importante puesto que la compañía celebra sus diez años de trabajo. Y en esta década Free fall ha sido y es uno de nuestros hitos”, describió ayer Lola Ortiz de Lanzagorta, responsable de producción del grupo, a la hora de presentar una pieza que responde a la perfección a los dos fundamentos básicos de la senda marcada por Fridman. Por un lado, la utilización de la técnica, a la hora de bailar, del llamado contact, “aunque para nosotros es más un lenguaje y un medio de transformación”. Por otro, la apuesta por la danza contemporánea en su dimensión social “como mensaje de transformación de la sociedad”. Todo ello bajo la idea básica de la ruptura permanente de la cuarta pared, algo que se lleva al extremo cuando se actúa también en parques o la calle.

En el caso concreto de este montaje, todo parte “de que te preguntes qué pasaría si te dejases caer sobre una comunidad, cómo lo harías”, comentó la bailarina Maite Larrañeta, sabiendo que “cada caída es única”, igual que cada persona y cada representación. De hecho, Free fall no puede ser nunca igual puesto que la presencia de los intérpretes voluntarios supone una conexión entre la pieza y el lugar en el que se representa que no se puede extrapolar de ninguna manera.