Berlín - La actriz Kristin Scott Thomas levantó ayer la Berlinale con The Party, un recital de sarcasmo británico contenido en 71 minutos, dirigido por Sally Potter y con un coral de actores enormes, de Bruno Ganz a Patricia Clarkson y Timothy Spall.

El festival entró en su segunda semana necesitado de algo para levantar el ánimo y lo encontró en esa cáustica comedia en blanco y negro alrededor de un mujer que se cree en el cénit, personal y político, en un Reino Unido donde se respira ya el brexit. “Mi filme tiene algo de declaración política sobre una Inglaterra que se desgarra”, afirmó Potter.

La cineasta acudió acompañada de su elenco casi al completo y capitaneado por Scott Thomas, la anfitriona que pretende celebrar con una fiesta entre amigos su designación como ministra de un Gobierno a la sombra. El festejo deriva en catástrofe, entre un matrimonio ya moribundo -el de la incisiva Clarkson, empeñada en llamar nazi a su esposo alemán, Ganz- y el formado por Scott Thomas y Spall, en parecido estado, sólo que hasta ese día se lo ocultaban. Es una película con estructura teatral, que discurre entre el comedor, la cocina, el baño y el pequeño jardín de los anfitriones, pero que, según Potter, se concibió como un filme. “Rodar en un espacio reducido y en unas pocas semanas tenía algo de liberación. No es preciso pensar en grandes sumas de dinero, sino que nos concentramos en desarrollar los personajes”, explicó. “Todo el filme respira el pánico ante tanta cercanía”, apuntó Scott Thomas, la ministra que se defenestra ante sus invitados, sea el matrimonio amigo, sea una pareja de lesbianas que espera trillizos o el esposo cocainómano de una asesora traidora. Todos están impecables -especialmente Spall, en su papel de enfermo terminal- y todo, incluida la música, funciona en perfecta armonía en la coral que dirige Potter. Era el filme que la Berlinale precisaba para retomar brío, tras el flojo arranque que tuvo con Django y de que quedaran también por debajo de las expectativas algunos teóricos platos fuertes a concurso, como el The Dinner de Richard Gere y Laura Linney. Aportó, además, unos cuantos grandes nombres sobre su alfombra roja, asimismo necesitada de presencias mediáticas.

Potter compartió la jornada a competición con Mr Long, del japonés Sabu, y Helle Nächte, dirigida por Thomas Arlsan, el primer representante alemán a concurso.

El filme asiático parte de un asesino a sueldo taiwanés que se convertirá en cocinero accidental en Japón mientras busca la forma de regresar a su país, malherido tras una misión fracasada. Una botella de agua mineral recibida de manos de un niño da un vuelco a lo que inicialmente parecía una de tantas películas profusas en sangrías entre hampones asiáticos. Al botellín de agua seguirán vendas y desinfectante para curarse; luego, unas piezas de ropa para adecentarse y a continuación tres o cuatro vegetales, que Long convertirá en su primera sopa prodigiosa. De las guerras de hampones se pasa a una historia de solidaridad entre vecinos e integración del refugiado que ni habla su idioma. “Es cool porque no habla”, dice el nene respecto al matón, en esta peculiar historia de exitosa integración.

Lo contrario le ocurre al protagonista del filme alemán, un hombre que viaja a Noruega con su hijo adolescente para desmantelar la casa del abuelo, muerto inesperadamente, tras años sin visitarse. Trata de recuperar con su hijo la comunicación que no tuvo con su progenitor, pero tiene ante sí a un adolescente con cero interés en hablar con el mundo adulto, menos aún con su padre. La excursión por Noruega va de mal en peor, como la película, con un padre que no consigue dormir en el verano escandinavo donde no cae la noche.