- En la tercera de las seis entrevistas que ha ofrecido durante los últimos días, Berástegui se muestra “cansado” pero “con ganas de tomar cierta distancia para mirar atrás y tomar conciencia” de lo que ha supuesto Donostia 2016.

Sorprende que en el balance preliminar del pasado lunes pusieran el acento en haber “completado” el programa. ¿Acaso cabía la posibilidad de no haberlo completado?

-Fue una decisión deliberada. En ocasiones, los responsables técnicos de Donostia 2016 tenemos la sensación de que cada ciudadano proyecta su propia idea de lo que habría querido que fuera de la capitalidad, pero el título lo obtuvimos por un proyecto concreto al que nos hemos ceñido.

Pero daba la impresión de que querían huir de términos como “éxito” o “balance positivo”...

-En la medida de lo posible queríamos que fuera un primer balance objetivo y basado en los datos más que en calificaciones personales o subjetivas. Habrá tiempo para hacerlas pero aún es pronto. Ahora hay que extraer conclusiones de lo realizado y hacer análisis calmados y con distancia, algo que no hemos podido hacer durante el año con tanto trabajo y tanta polémica.

¿Por qué cree que el proyecto “ha merecido la pena”?

-Porque planteaba cuestiones importantes que van a marcar el futuro no solo de esta ciudad y este país, sino de Europa: cómo nos comportamos ante los diferentes, ante los retos y conflictos inherentes al ser humano. Aunque nuestra capacidad sea limitada, podemos aprender y ser capaces de ofrecer desde la profesión artística o cultural herramientas la reflexión y el pensamiento crítico, usar metodologías vinculadas a las artes escénicas como el proyecto de Teatro fórum ¿Y tú qué?, salir de nuestra realidad y proyectarnos en algo que nos cuesta hacer de manera directa. Con honestidad, habremos llegado más o menos a nuestras aspiraciones pero ahora queremos llamar la atención sobre lo que cosechado, no sobre lo que habríamos podido conseguir y no hemos conseguido. Eso solo genera frustración y no es constructivo.

Al ser eminentemente cuantitativo, ese primer balance no menciona la desafección de buena parte de la ciudadanía y creadores que no han conectado con el proyecto o lo han considerado una macroestructura, una intromisión en la normalidad cultural de la ciudad...

-Es complejo, no quiero obviar nuestra responsabilidad en esa apreciación... Para desarrollar Donostia 2016 se creó una organización que debía incidir sobre un sector, el cultural, con cierto peso en la ciudad; una organización que además, estaba llamada a desaparecer, que ha trabajado bajo un escrutinio público enorme y con recursos desproporcionados para lo que es habitual en ese ámbito... Tenemos todos los elementos para que lo que hacemos, más allá de logros y errores, sea mal recibido. Pero no deberíamos obviar la importancia de subrayar que la cultura es importante y puede contribuir a la convivencia. Igual hemos sido algo extemporáneo al sector pero no pasa nada: si hemos podido contribuir en algo...

Con lo que sabe ahora, ¿qué cosas haría de forma diferente?

-Muchas... (Varios segundos de silencio) Algo que hemos intentado hacer pero igual no ha sido suficiente es ser más capaces de recibir las aportaciones y comentarios de otros y, desde ahí, construir. Me da la sensación de que hemos estado tan presionados, urgidos y obligados a entregar una serie de cuestiones a tiempo que no hemos estado lo suficientemente abiertos a incorporar esas mejoras. O la inauguración de Hansel Cereza... Hay decisiones que han podido ser críticas y han marcado mucho nuestro devenir, pero cuando nos vimos en la disyuntiva, pensábamos que era la mejor opción, aunque luego se haya demostrado que no.

¿Apostar por los proyectos pequeños ha impedido que ese sirimiri del que hablaban haya calado en la ciudadanía? Muchos han echado en falta actividades más vistosas...

-Creo que las transformaciones más profundas se consiguen mejor a través de actividades para grupos pequeños, que han sido la mayoría, que en espectáculos para grandes masas. Estoy pensando en Hibrilaldiak, proyecto que ponía en relación a empresas con retos y una persona externa que les ayudaba a superarlos: quienes han participado en ella consideran que ha sido una experiencia esencial. O Dance Together: a quienes asistieron a la presentación de los bailes en Alderdi Eder igual no les cambió mucho, pero quienes lo han vivido desde dentro creen que ha sido determinante. Nuestro proyecto era valiente porque intentaba conseguir aprendizajes desde otros lugares. También es verdad que cuando llegué aquí hice el diagnóstico de que eran necesarios momentos de mayor brillantez o atractivo, y los intentamos canalizar mediante la línea Conversaciones, colaborando con agentes que ya trabajan en la ciudad, pero no hemos tenido tiempo suficiente para que cristalicen los proyectos.

No son pocos los agentes culturales cuyos proyectos fueron rechazados por Donostia 2016 y consideran que se han primado proyectos banales...

-En el caso del programa Olas de Energía (subvenciones a proyectos ciudadanos o colectivos sin ánimo de lucro) hemos recibido infinidad de propuestas: por cada una que hemos elegido se han quedado fuera 59, y claro, quien ha presentado una idea que no sale adelante piensa que la suya era mejor e igual lo era, pero ha sido un grupo de personas (el consejo ciudadano Ardora) el que ha elegido esas iniciativas, no nosotros. Y lo mismo sucede con las actividades que hemos desarrollado por encargo de Europa y que formaban parte del programa que ganó la capitalidad: recibimos 1.500 y han quedado 100, que son las que finalmente han tratado la cultura para convivir. Si algunas de esas no ha funcionado, alguien puede pensar que no eran las más adecuadas, e igual ha sido así, pero unas hemos podido canalizarlas y otras no. No quiero que suene a excusa, pero Donostia 2016 ha sido un tren a gran velocidad y no siempre era posible escuchar lo que nos decían desde el andén.

Al recibir la Medalla de Oro de Gipuzkoa, Ramon Saizarbitoria arremetió contra la reducción de lo cultural al entretenimiento. Muchos pensaron que hablaba de Donostia 2016 al criticar que se considere cultura “tirar de una cuerda de un lado a otro en un puente”.

-No tengo datos para saber si es una crítica a Donostia 2016... Nosotros hemos trabajado sobre un concepto recogido por la UNESCO, que entiende la cultura como el resultado de una comunidad. Por eso, el proyecto ha dado cabida también a la gastronomía y al ejercicio físico: no consistía en hablar solo de las bellas artes. Se puede estar en desacuerdo y hay un gran número de definiciones de cultura, pero no procede hacernos una crítica por estar siendo coherentes con la acepción establecida en el juego de la capitalidad. El tema de la cuerda igual hacía alusión a Hansel Cereza, pero Juan Luis Moraza hizo una performance maravillosa vinculada a la sokatira y a la cuerda como acuerdo. En ese caso funcionó. Te puede parecer absurdo pero que haya dos personas tirando de una cuerda en un proyecto sobre cultura para convivir, igual tiene sentido, al menos metafórico. Y eso no quiere decir que estemos defendiendo la sokatira como práctica artística. Creo que desde el principio nos ha faltado un poco de mirada pausada y sosegada al proyecto.

¿Con ese “nos” se refiere a la ciudadanía?

-Hablo de todos, nosotros incluidos. Ha faltado una cierta tranquilidad de espíritu. Como sociedad nos interesarían más los análisis pausados que tanta opinión y declaración. Nosotros hemos tratado de favorecer la idea de buscar elementos comunes en lugar de destacar lo que nos separa.

De las críticas que se vierten contra Donostia 2016, ¿cuáles son las que le parecen más injustas?

-Aquellas que no están argumentadas y las que detrás esconden agendas ocultas o intereses personales.

¿Por ejemplo?

-No voy a dar ningún ejemplo, pero las ha habido en todo el proceso. A veces algunos han utilizado la crítica a la capitalidad como altavoz para arrimar el ascua a su sardina, y eso me parece deshonesto. Soy el primero que está abierto a la crítica y haríamos más autocrítica si hubiera una medida más equilibrada de lo que hemos conseguido o dejado de conseguir: ahora nos toca reivindicar lo que se ha conseguido porque también ha habido cosas muy positivas.

¿En qué no han acertado?

-Por ejemplo, me habría gustado generar mejores redes de comunicación fuera del ámbito de la ciudad y me parecía más importante generar nuevas audiencias que nuevas actividades, pero al final nos hemos visto obligados a lo segundo por la propia urgencia de ofrecer contenidos. No era nuestro objetivo y en ocasiones no ha sido voluntario, pero al final hemos inflacionado la oferta cultural de la ciudad. Lo que no se puede decir es que no haya habido buena fe en el trabajo realizado...

¿Y cómo cree que se ha comportado Donostia durante la capitalidad?

-Desde el inicio he visto una ciudad muy preocupada, quizá de manera excesiva, por lo que iba a resultar y no por disfrutar de las posibilidades que ofrecía la capitalidad. Aquí hay una sociedad muy activa, muy capaz, aunque en ocasiones le cuesta adoptar nuevas situaciones. Pero de algún modo, por acción o reacción, vamos a contribuir a ello, a hacerlo más efectivo y visible. Siempre se dice que Donostia es una ciudad muy crítica y no me parece mal porque otro de nuestros objetivos era difundir el pensamiento crítico, pero éste debe servir para construir y no para destruir. No me interesan las críticas que no proponen soluciones y se limitan a decir “Esto es una mierda”. Las mejores son las críticas sosegadas, las que aportan consejos... Hemos aprendido de algunas de ellas.

¿Cuáles han sido su mejor y peor momento de este año?

-Me vienen a la memoria cantidad de instantes bellos... Uno que parece trivial es la primera caminata de 2016 Bidea: llegar a Zarautz tras un día caminando, ver la alegría de la gente por haber cubierto una etapa... fue un momento precioso de escasa trascendencia mundial pero que a título personal fue precioso. Y en cada una de las funciones de Sin adiós (actos de homenaje a las víctimas de la violencia) ha habido momentos de cierta catarsis colectiva, de darnos cuenta de que estábamos trabajando con material muy sensible. Por otro lado, ha habido momentos complejos pero casi todos los hemos sabido canalizar o superar, como el caso de la censura de Giltzapekoak. Los comisarios de la exposición sintieron que la retirada de las obras (de presos de ETA) era una intromisión en su labor, pero nos ayudó a sobrellevarlo hablar con ellos y ver que no compartían pero entendían nuestra postura. Ha habido otros episodios complejos, como el relacionado con el Foro de Derechos Lingüísticos, que al final ha terminado muy bien. Todos los malos momentos, reconducidos convenientemente, han generado mejores momentos.

Termina el año y las partes más tangibles del legado siguen sin concretarse... ¿Habrá futuras representaciones de obras como ? ¿Continuará el proyecto Sin adiós?

-Hay interés, pero serán otras instituciones las que gestionen esos proyectos y corresponde a ellas presentarlos. El Gobierno de Navarra ha mostrado interés en reproducir Sin adiós, una fórmula interesante para abordar el problema de la violencia. También podría reeditarse en el futuro la idea de una gran producción escénica al aire libre como Sueño de una noche de verano, también seguirá el apoyo a la energía y creatividad ciudadana con distintos programas... Algunos proyectos y procesos de trabajo tendrán continuidad: las residencias artísticas, el trabajo en red con otras capitales... Cabe la posibilidad de que no se nos atribuya a nosotros esas mejoras, pero me da igual con tal de que se produzcan.

¿Qué consejo daría a los directores de Aarhus 2017 y Pafos 2017?

-El mismo que me dieron a mí en su día: que sean honestos con sus proyectos y que si cometen errores no los escondan, que los muestren, porque realmente se trata de trabajar para aprender y seguir creciendo.