Kirk Douglas, que el viernes 9 de diciembre cumplirá 100 años, ha sido una fuerza de la naturaleza, un actor de energía desbordada y un físico espectacular. De hecho, la primera imagen que evoca oír su nombre es la del esclavo sobrehumano Espartaco. Fue “el hombre duro”, que, curiosamente, se midió más veces en el cine con parejas masculinas que con femeninas. Su implicación emocional con los atormentados e impulsivos personajes a los que dio vida le labraron a Douglas su fama de “duro”; es histórico su enfrentamiento (casi siempre, muerto de celos) con Burt Lancaster, con quien rodó siete cintas, las más memorables Siete días de mayo (1964) y Duelo de Titanes (1957). Douglas, que reconocía ese complejo, escribió en su web tras la penúltima película rodada con el acróbata: “Por fin me he librado de Burt Lancaster. Mi suerte ha cambiado para mejor. Ahora trabajo con chicas guapas”.
Entre la primera, Al volver a la vida (1948), y la última, Otra ciudad, otra ley (1986) que rodaron juntos, ambos actores ensayaron una amistad, a decir de quienes les rodeaban, fingida, que sin embargo contribuyó a reforzar el mito.
A partir de Duelo de Titanes, un western en el que Lancaster era Wyatt Earp y Douglas Doc Holliday, el mujeriego, viril y arrogante Issur Danielovitch Demsky, hijo de inmigrantes judíos analfabetos (Douglas eligió este apellido artístico por su adorado Douglas Fairbanks), el actor comenzó a coleccionar “duelos” cinematográficos masculinos que ya han quedado para la historia.
El siguiente fue con Anthony Quinn en El loco del pelo rojo; con Tony Curtis se midió en Los vikingos (1958) y en 1959 hizo El discípulo del diablo, donde volvía a coincidir con Lancaster, aunque la escena más recordada es precisamente el juicio en el que Douglas se enfrenta, en un diálogo lleno de cinismo, a sir Laurence Olivier.
Al año siguiente, Douglas se emparejó con Kim Novak en Un extraño en mi vida, pero solo fue un respiro para su “duelo” definitivo, el más sólido, coral: el que marcaría el resto de su vida y su carrera.En 1960, Douglas se convirtió en productor, actor y casi en director de Espartaco, una película que comenzó a rodar Anthony Mann, pero que pasó a manos de Stanley Kubrick, ante las presiones del “jefe”.
Kubrick, por entonces un joven treintañero, vio cómo el poderío de Douglas daba al traste con sus ambiciones cinematográficas: “Yo era el director -dijo, sobre el rodaje de Espartaco-, pero mi voz sólo era una de las que escuchaba Kirk”.
La película, que tuvo un presupuesto colosal (doce millones de dólares, equivalente a una producción actual de más de cien) era, aparentemente, un filme histórico, pero su mensaje progresista, que enfatizaba la sublevación del gladiador contra la Roma del año 73 a.C., hizo que Hollywood le mirase de otra manera. De hecho, Douglas basó la cinta en una novela de un escritor comunista cuya adaptación corrió a cargo de Dalton Trumbo, una de las principales víctimas de la caza de brujas. Pero lo más notable fue la elección del reparto. “Era una película hermosa. Además de a mí, la historia atrajo a Laurence Olivier, Charles Laughton, Peter Ustinov, Jean Simmons y Tony Curtis. Había una escena maravillosa con Laurence y Tony en la piscina, pero había un trasfondo de homosexualidad y no permitieron que la escena se exhibiera”, recordaba Douglas en su web. Y siguió Los valientes andan solos (1962), el filme en el que años más tarde se inspiraría la película Acorralado, es decir, el personaje de Rambo. El duelo, en este caso, era prácticamente consigo mismo, aunque tiene escenas memorables con el sheriff Walter Matthaw y con su amigo encarcelado Michael Kane.
Con John Wayne rodó Primera victoria (1965); la bélica La sombra de un gigante (1966), donde también coincidió con Frank Sinatra, y el western Ataque al carro blindado (1967).
En ¿Arde París? (1967), la histórica cinta sobre la ocupación alemana de la capital francesa en 1944 sobre la novela de Larry Collins y Dominique Lapierre, que fue adaptada por los guionistas Francis Ford Coppola y Gore Vidal, Douglas mantiene el tipo frente a Orson Welles, Jean Paul Belmondo y Charles Boyer.
Ese mismo año rodó con Robert Mitchum y Richard Widmark Camino de Oregón, y, en 1970, El día de los tramposos, el único western dirigido por Joseph L. Mankiewicz, con el “malote” Douglas midiéndose al “modosito” Henry Fonda.
Después fueron Yul Brynner, La luz del fin del mundo (1971); Johnny Cash, El gran duelo (1971); Giuliano Gemma Un hombre a respetar (1972) John Cassavetes La furia (1978) y rozando los 80 (en este caso, una pareja para olvidar), con Arnold Schwarzenegger Cactus Jack.