Ya se sabe que el plató de Sálvame es como el mediático corral de la Pacheca donde las comadres le dan a la de sin hueso en desesperado intento de mantener formato, audiencia y resultados económicos. Y para que el personal no se aburra, de vez en cuando, en función de lo que ordenen los gurús de la productora La Fábrica de la tele, unos se van, otros entran y algunos retornan a la cita vespertina con la fiel audiencia acostumbrada a gritos, sobresaltos, empujones y deseducadas maneras de hacer tele.
En esta ocasión le ha tocado tomar las de Villadiego a la ex del cantante Chiquetete con el que se las vio en tribunales por violencia de género y le lanzó al estrellato de las celebrities donde ocupaba escaño de honor, haciendo de un episodio personal carnaza para la trituradora de Paolo Vasile. La Bollo se va, abandona el elenco de actores de Sálvame y sale del foco de la popularidad y actualidad, retirándose con su nuevo y joven amor al ámbito de la privacidad.
El programa pierde a uno de sus puntales, no por lo que dice y cuenta, sino por lo que llora, se desgarra interiormente y diluye maquillajes, rímeles y otros potingues de belleza. Y su marcha dejará en la calle a muchas enemigas de Raquel que como Carmen Gaona, Aguasantas o las mellis se han aprovechado de la pelea con la meridional morena que ya no inundará el plato con su incontenible llanto de madre sacudida por novias manipuladoras de tierno hijito. Se ha ido Raquel Bollo, pero no es descartable que vuelva en función de las necesidades del programa, porque ya se sabe que Sálvame es como la vida misma, mejor dicho es la vida misma desarrollada ante las atentas cámaras de Telecinco que hoy destroza a Raquel y mañana deshace a Kiko en función de las necesidades del guión y buena marcha del espacio. Versión mediática de aquello que nos enseñaron en la tierna juventud y que tan poco practicamos: el fin nunca justifica los medios.