Incluso en su última etapa, cuando se acercaba a los 90 años de edad, Alberto Schommer se enclaustraba en su estudio para crear y perdía la noción del tiempo. “Entraba después de desayunar y no salía de allí hasta la hora de comer”, recordaba ayer su sobrino Nicolás Casla sobre uno de los referentes de la fotografía española e infatigable rastreador de nuevos territorios estéticos.
Kutxa Kultur Artegunea, que desde la inauguración de Tabakalera solo ha acogido la exposición Historias compartidas. El siglo XX en la Colección Kutxa, dedica su segunda muestra gratuita al artista Alberto Schommer, fallecido hace ahora un año en Donostia. Buena parte de las 89 obras pertenecen a la colección del Bellas Artes de Bilbao, donde protagonizó una retrospectiva en 2010, aunque la Fundación Schommer ha cedido varias piezas no tan conocidas y de carácter experimental que se exhiben por primera vez. La directora de la sala, Ane Abalde, anunció que durante 2017 las exposiciones estarán centradas en la fotografía.
Hijo del fotógrafo alemán Alberto Schommer Koch y de la vitoriana Rosario García, comenzó su carrera artística como pintor, aunque también trabajaba en el estudio de su padre, un fotógrafo de corte clásico. Pronto descubrió su verdadera vocación y en 1952 viajó a estudiar fotografía a Hamburgo, donde encontró una estética “más trascendental”. Según apuntó Casla, responsable de la Fundación Schommer, “allí vio que la fotografía tenía un alma creativa y que se situaba en el mismo plano que la pintura o la escultura”.
Hasta el 19 de marzo podrá visitarse la exposición Alberto Schommer ...hacia la modernidad, que arranca con las “imágenes de búsqueda” de su primera época, los años 50. La sala ofrece una pequeña pero interesante selección de instantáneas tomadas principalmente en Vitoria, donde el fotógrafo jugaba con el movimiento de los personajes y dejaba entrever la influencia del neorrealismo italiano o de los ensayos humanistas de las grandes revistas ilustradas internacionales. El proyecto The Family of Man, la influyente exposición que en 1955 Edward Steichen organizó en el MoMa de Nueva York, le animó a echarse a la calle con la Rolleiflex y una vieja Leica. De esa época son los retratos de familias gitanas que evocan el recuerdo de maestros estadounidenses como Richard Avedon.
Varios años después de casarse con la donostiarra Mercedes Casla, en 1966 se instaló en Madrid, en cuya calle Ferraz abrió el primero de los tres estudios que regentó en la capital. El éxito fue tal que pronto se trasladó a un lugar más amplio para hacer trabajos industriales y publicitarios. En 1972 recibió una llamada providencial de Luis María Anson, director del diario ABC que le sugirió retratar “chicas guapas” para el dominical. Schommer, que estaba “muy implicado políticamente”, esquivó ese encargo y realizó una serie de fotografías con “elementos surrealistas y una estética muy teatral” que pasaron a engrosar sus denominados Retratos psicológicos: en realidad eran una “crítica soterrada” a la dictadura.
En Artegunea se exponen tres de ellos: Eduardo Chillida mostrando uno de sus puños, Salvador Dalí pertrechado con diversa imaginería y José Luis López Vázquez emergiendo de un montón de latas de celuloide. Vinculadas a esas obras también se muestran dos irónicos montajes de la serie Levitación, en la que monseñor Suquía y monseñor Tarancón se elevan del suelo. También hay un tríptico de 1975 que muestra cómo queda reducida a cenizas la máscara mortuoria de Franco, que antes de fallecer había prohibido a sus ministros posar para “ese fotógrafo alemán”.
De 1983 datan los coloristas retratos de los artistas estadounidenses Andy Warhol y Roy Lichtenstein, que aparecen envueltos en banderas de barras y estrellas. En 1985 inició una de sus más poderosas series, Máscaras, que en 2014 le convirtió en el primer fotógrafo en exponer en el Museo del Prado junto a Goya y Velázquez. Casla advierte “pequeños paisajes autobiográficos” en el trío de retratos de Celaya, Alberti y López Aranguren: sus arrugas sirven para revelar el alma de unos personajes alumbrados por una sola luz cenital que anula sus miradas y otorga a sus caras un dramatismo especial. A su lado sobresale una imagen del pétreo rostro del poeta José Hierro sobre el que aparecen posadas mariposas y libélulas.
Trabajos inéditos También hay instantáneas de sus Paisajes negros, de la serie vasca El grito de un pueblo (1978) y de los reportajes que, una vez cumplidos los 60 años, comenzó a hacer por un sinfín de países y ciudades como Nueva York, Roma, Venecia, Shangai o Berlín, así como instantáneas de museos como el Reina Sofía, o el Thyssen. Pero el mayor aliciente de la exposición está en el piso superior, que incluye obras más experimentales y menos conocidas. Es el caso de Composiciones numeradas, serie realizada entre 1984 y 1990 con extraños bodegones protagonizados por pescados, mariscos y vegetales que no se habían exhibido nunca. O de las flores de Transfiguración, en las que el fotógrafo incluía también la pintura en una especie de vuelta a sus orígenes. A modo de “homenaje”, estas piezas se muestran por primera vez en copias de 150 por 150 centímetros que el artista no llegó a ver.
Este apartado de “fotopintura” incluye también trabajos que son pura abstracción y montajes como los del metro de Madrid, realizado en 2010 que alimentó el último de sus 55 libros, La muestra concluye con las denominadas cascografías, realizadas a partir de 1973 mediante el troquelado previo del papel fotográfico y que luego evolucionaron hacia escultura, prueba de que Schommer jamás desistió de su permanente empeño en buscar la modernidad.