Una trompeta vivaracha que se movía a ritmo de jazz; un diario con una portada azul cogiendo polvo en un cajón olvidado; un cuadro que viste las paredes del Museo de Bellas Artes; documentos escritos por el lehendakari Agirre que daban instrucciones a los que trabajaban para los Servicios Secretos vascos. Kirmen Uribe ha dado voz a objetos que durante años han permanecido mudos para crear un relato documental sobre una familia vasca. Esta es la de Karmele Urresti y Txomin Letamendi, que conoció el exilio después de la Guerra Civil, que tembló en Francia con la presencia de Hitler, y que fue testigo de cómo el franquismo inundó de oscuridad toda una generación de soñadores que creía en el pueblo vasco.

El marco histórico puede considerarse un personaje más de su libro.

-Es fundamental. Comienza con una fiesta que se celebra en el palacio de Ibaigane, residencia de los Sota, y ese momento es retratado por el pintor Antonio de Gezala. En la fiesta está tocando un grupo de jazz y el trompetista es Txomin Letamendi. Ahí está lo más granado de la sociedad bilbaina. Pero todo ese momento de felicidad va a cambiar de la noche a la mañana con la Guerra Civil.

La familia que describe es la de Letamendi-Urresti, pero podría ser un retrato certero de otras.

-Es la historia de una familia vasca. Hay muchas que vivieron de forma parecida la Guerra Civil, el exilio, el franquismo y la transición y creo que mucha gente se va a ver reconocida. Mi intención era contar el devenir de una familia en los años centrales del siglo XX.

Pero ha elegido una familia conocida para ello.

-Conocía la historia de Karmele y Txomin desde hace mucho tiempo. Desconocía más la de Txomin, todo esto de que perteneció a los Servicios Secretos vascos. Cuando hace cuatro años empecé a investigar sobre el tema me encontré con un mundo.

Manu Sota es un personaje clave.

-Es una de las partes fundamentales. Es una persona muy espiritual, culta, ética, que va marcando los pasos de la propia novela.

Él se encarga de promover y divulgar la cultura vasca fuera de Euskadi.

-Sí. A Agirre le dice un político europeo: “Vas a perder la guerra, pero gana la propaganda, la opinión pública”. Eso le daba vida a la causa vasca porque perdimos la guerra, ocurrió lo de Gernika, fue todo muy trágico pero contando lo que aquí había pasado, en el mundo se entendía la lucha por nuestra libertad, por las instituciones democráticas que estaban vigentes hasta la dictadura. La generación de Agirre estuvo a primer nivel mundial en cuanto a conexiones con la administración Roosevelt, con Donovan que era el jefe de los Servicios Secretos americanos, incluso con Hoover, que dirigía el FBI.

Asume el papel de narrador que va contando la investigación, como hizo Emmanuel Carrère en ‘El adversario’.

-Estoy próximo a Carrère, sí. Es el propio autor que entra en la novela; no como protagonista, pero es el que va descubriendo cosas y el que va cambiando a medida que descubre esos asuntos. Ahora se hace mucho a nivel internacional: yo soy ese individuo que mediante sus pesquisas va descubriendo una historia que nunca ha sido juzgada.

Durante el libro se mantiene lejos de los juicios, excepto en la última parte que lanza todas esas preguntas sin respuesta.

-En esta novela no hay juicios morales, lo que hay son reflexiones y preguntas que me salen a mí como persona. Al final de la novela digo: ¿cómo no nos dimos cuenta de lo que venía más tarde? Eso nos lo hemos preguntado muchos vascos. También hay varias reflexiones que hago sobre aspectos distintos: sobre la memoria, sobre cómo mirar al pasado... Dan color al texto pero he tratado de no entrar demasiado.

Pierre Vilar decía: hay que mirar al pasado para entender el presente.

-El fundamento de esta novela es ese. Con esta novela doy ese paso como lo hacen también Philipe Roth, Ethan Canin y Jonathan Franzen, que para hablar de un problema actual miran y buscan un poco más atrás.

¿Conocía todo lo que describe en la novela?

-No. Por ejemplo, la historia de toda la resistencia catalana y por qué detienen a Letamendi en Barcelona y todos sus papeles del interrogatorio, los conseguí en los archivos de Josep Benet, un historiador que había participado en la resistencia catalana y que se coordinaba con los vascos. Él cuenta todo ese mundo muy bien y cuando fui a Barcelona a ver sus archivos me encontré con 200 folios sobre Letamendi... ¡Él ya me había escrito la novela! (risas). También me sorprendió encontrar en los archivos de la CIA un texto titulado: The mission of Letamendi. Sabía que Agirre había estado reclutando a gente en Venezuela pero realmente no sabía qué estaba haciendo Letamendi y cuál era su papel.

¿Qué aspectos le han sorprendido?

-Dos cosas. Primero la fortaleza de esta generación que miraba mucho hacia fuera, con mucha confianza en sí misma, creían que el País Vasco estaba a nivel mundial. Lo segundo, la oscuridad del franquismo. Había leído cosas, pero cuando ves en documentos cómo funcionaba el Régimen...

En la narración impera la tristeza, pero también hay hueco para la esperanza.

-La novela pasa de la esperanza al desengaño, como si fuera una serpiente. La historia es muy dura y no podía terminarla en desengaño. Además, creo que la situación que vivimos ahora en Euskal Herria es también un momento de esperanza.