en la cabeza del pionero Charles Lindbergh, un gorro marrón de cuero, con forro interior de borrego y sin un botón en la frente, hizo historia al cruzar por aire el Atlántico. Perdido en una huerta parisina y custodiado durante décadas por una familia, la prenda busca hoy nuevo dueño en una subasta. El gorro, que fue adquirido en una tienda de deportes de Chicago y que lo mismo le servía a un aviador que a un automovilista, es tan ordinario como extraordinario fue su periplo. Han pasado casi 90 años del vuelo. El nombre de Lindbergh quedó asociado el 21 de mayo de 1927 a la gran aventura humana gracias al monoplano Spirit of St. Louis, con el que viajó desde Long Island hasta el aeródromo de Le Bourget, en las afueras de París.

Fue recibido como un héroe en la capital francesa y, a su regreso, Nueva York le dispensó una acogida como sólo se ven en las películas: cuentan las crónicas que más de tres millones de personas salieron a las calles para el mayor desfile de confetis jamás visto. Pero Águila Solitaria Lindbergh volvió a su patria sin gorro. Al poco de culminar su travesía transatlántica de 33 horas -la primera sin escalas y en solitario-, un antiguo mecánico le birló el casquete en plenas celebraciones. Horas después devolvió la prenda al embajador estadounidense. Había sido un primer aviso, pero el segundo sería el definitivo. El 27 de mayo, Lindbergh regresó a Le Bourget con permiso para sobrevolar París junto a un piloto francés, Michel Détroyat. Ante los espantados ojos de las autoridades, los dos aviadores se retaron a un duelo de maniobras acrobáticas a los mandos de sendos cazabombarderos biplanos Nieuport. En uno de esos tirabuzones, el estadounidense perdió el gorro para no volver a verlo más.

A partir de aquí, su rastro es difícil de verificar “al cien por cien”, reconoce Nicolas Couvrand, tasador de la casa Drouot, que lo saca a subasta en una puja que se espera que se sitúe entre los 60.000 y los 80.000 euros. Al parecer, solo un día después de los ejercicios de exhibición una mujer halló el gorro en una huerta y decidió quedárselo. Solo reaparece más de cuatro décadas después, en 1969, cuando el programa de la televisión francesa Les dossiers de l’écran (Los expedientes de la pantalla) lo muestra al público, en presencia de testigos de la gesta y de expertos. Ahora, el bisnieto de la descubridora ha decidido subastarlo para financiar un proyecto personal.