En 1973 el dictador Francisco Masías prohibía el uso en Guinea Ecuatorial -el país que este tirano presidente dirigió durante diez años- el uso de la palabra “intelectual”. Masías no sólo acabó con los pensadores, con la gente de la cultura, sino que prohibió hasta el propio vocablo para nombrarles. Se trataba de un exterminio total del intelectual a través del lenguaje pues lo que no tiene nombre no existe. No deja de ser este hecho una caricatura extrapolable a nuestro contexto actual pues ejemplifica la degradación que hoy en día ha sufrido en nuestra sociedad la otrora importante figura del intelectual. Actualmente desde los gobiernos democráticos no se crean climas favorables para que los pensadores emerjan. Prefieren a una ciudadanía a la deriva, sin piloto. Y ésta cree también que los intelectuales no son necesarios pues se cree informada, con buen juicio: piensa que puede acceder a todo el conocimiento a través de Google. Caminamos sin rumbo. Guiados de la mano, más bien arrastrados, por el consumismo acérrimo y la banalización cultural.
De todo esto hablan los intelectuales Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis en un libro que desde hace un año está disponible en nuestras librerías: Ceguera moral. La pérdida de la sensibilidad en la modernidad líquida. Una clarificadora obra que nos puede servir para comprender las problemáticas en las que naufragamos, y, también, para entendernos a nosotros mismos. Porque, y ahí radica la importancia de la cultura y de la personas que la generan, solo a través de la reflexión y del pensamiento lúcido podremos propiciar las necesarias mejoras sociales y económicas que nuestras sociedades necesitan.
Al leer Ceguera moral uno piensa que sus autores se han dado una vuelta antes de parirlo por España pues nos dicen que nuestra ética se ha debilitado tanto que ya ni la echamos de menos ni la vemos. No existe. Somos ciegos morales. Contemplamos despreocupadamente la corrupción sin mover un dedo para impedirla volviendo a elegir a los mismos corruptos que nos roban nuestro presente y futuro. ¿Cómo hemos llegado a esto? Bauman y Donsky achacan la causa de nuestra ceguera al bombardeo diario que sufrimos de información y estímulos: nuestra sensibilidad acaba embotada. Y al final terminamos acostumbrándonos a ver el malestar de nuestros prójimos sin que nuestra conciencia se remueva. El mal actual ya no es el mismo que el de anteriores décadas. Ha mutado: el mal ahora radica en nuestra inacción, nuestro inmovilismo, en la falta de reacción ante las grandes problemáticas sociales. La trivialidad, la banalidad, son el caldo de cultivo de dicho mal. Y la cultura, la vacuna.
Los intelectuales poco pueden hacer ante este panorama. A no ser que se conviertan en celebridades públicas. Y lo digo con sorna. Pues la triste realidad es que en esta sociedad en la que prima la información sensacionalista solo las estrellas mediáticas tienen voz y son escuchadas?. pero no dicen nada relevante.