Bilbao - Una tempestad rítmica, de origen y circuitos electrónicos, pasó como un ciclón veraniego caribeño por el BEC en la jornada de clausura del IV BIME. Y su efecto resultó devastador con The Chemical Brothers, dúo que hizo bailar a casi 14.000 personas con sus ritmos rotos y marcados, sus proyecciones y una luminotecnia efectista y de espíritu químico y psicodélico. Moderat abundó en la propuesta, con ausencia de himnos de estadio, mientras que la elegancia, la sensibilidad y el corazón lo pusieron Lambchop, The Divine Comedy y James Vincent McMorrow.

La clausura del BIME tenía como reclamo el baile electrónico. Y funcionó porque los cuerpos (y, ejem, bastantes mentes) acabaron agarrotados por el cansancio tras tanto baile y salto cuando bien entrada la madrugada del domingo concluyó el set del dúo The Chemical Brothers. Tom Rowlands y Ed Simmons llegaban con disco nuevo, un Born in the echoes que les reconcilia con su historia pero, por si fuera poco, su ordenador acogía ese aluvión de hitazos revientaestadios capaz de volar la cabeza a miles de personas y hacerlas saltar como si no hubiera mañana.

Entraron amagando, con la versión de Junior Parker de la beatle Tomorrow never knows, pero Hey boy Hey girl puso pronto las cosas claras. Tras su título llegó la invitación con "”here we go”" y se desató el huracán rítmico. Las cartas están marcadas desde hace dos décadas pero a la peña no le importó que le hicieran trampas con tanto ritmo cortado, parada y búsqueda de clímax, con acid house de los 90, guiños psicodélicos, bajos omnipresentes y beats orgiásticos.

Entre lo nuevo destacó el poso soul de Sometimes I feel so deserted, su último hit, Go, que sonó imparable, y, al final, la pop y tranquila Wide open, con unos guiños a New Order (en tributo a los mayores de su ciudad, Manchester) que antes tuvo su preludio en el uso de su mítico Temptation. Todos ellos sonaron con el dúo escondido tras un aluvión de ordenadores, sintetizadores y mesas de mezclas. Ante tal falta de dinamismo, el espectáculo se completó con una tormenta de haces de luces coloristas entrecruzadas que salían del fondo de escenario, de grandes robots suspendidos sobre el dúo o de una antena parabólica, y con proyecciones de muñecos bailongos, patinadores, payasos, explosiones de fluidos coloristas y formas geométricas varias.

Antes, los alemanes Moderat calentaron al personal con una propuesta similar, más oscura y modesta en lo visual aunque igualmente rítmica y con el único debe de su falta de estribillos y ganchos reconocidos por el público.

magia reposada El largo retraso del inicio del concierto de los berlineses provocó que no viésemos las primeras canciones de The Divine Comedy, el brazo expresivo de Neil Hannon. El irlandés, tipo de gran personalidad, trasladó su universo sonoro (a caballo entre el pop orquestal, el rock suave, el vodevil, los estándar y las bandas sonoras) al escenario Antzokia con un mágico repaso a su carrera.

Y si lo del teatral y trajeado Hannon (se disfrazó de Napoleón y de caballero inglés, con bombín y paraguas) fue todo simpatía, lo de Kurt Wagner al frente de Lambchop se transmutó en un recogimiento todavía mayor del habitual. Con su guitarra apenas audible y apoyado solo por un bajista y un pianista, el estadounidense apostó por lo minimalista y las notas justas. Wagner logró momentos de serena y delicada belleza con temas conocidos como Poor bastards, If I´ll just die y Gone tomorrow y dejó con el pie cambiado a sus fans ante temas de su nuevo disco.

La promesa (confirmada) de la velada era James Vincent McMorrow, un joven irlandés que convenció y levantó aplausos y bravos con su dominio vocal (su falsete es su principal instrumento) y su soul moderno, que bebe tanto de James Blake como del mejor Prince y Stevie Wonder, a quienes se acercó alternando pop, folk y r&b en canciones como Rising water, Get low o la postrera Cavalier.

asistencia BIME Live, con dos jornadas de conciertos, ha cerrado esta edición 2016 con una asistencia total de 23.018 personas, concretamente 9.240 en la velada del viernes y 13.778 en la del sábado. Son, en total, en torno a mil personas más que el año pasado. Los responsables de su organización, la promotora vasca Last Tour y la Diputación de Bizkaia, tenían la previsión de superar las cifras de la edición de 2015. "”Agradecemos, un año más, el apoyo y la fidelidad del público al festival"”, explicaron ayer.