Vitoria - Zuloa ha visto y vivido propuestas expositivas de muy diferente índole a lo largo de los años, pero la memoria no alcanza a recordar nada parecido a lo que la artista gasteiztarra Anabel Quincoces propone en esta ocasión en la librería de la calle Correría ya que lo que se abre ante el visitante según va bajando las escaleras no es otra cosa que un mar en medio de la colina. No hay agua pero sumergirse es inevitable. Uno no se moja de manera física, pero puede salir empapado. Sólo tiene que estar dispuesto a bucear entre los dominios de ese ser en teoría imposible que es la sirena Onacel.
La instalación -que está abierta hasta el próximo 18 de noviembre- no puede ser mirada a través de las partes que la componen aunque en ella coincidan fotografías, pinturas, vídeo-creaciones y esculturas. Todas estas piezas están al servicio de una forma y un fondo únicos, ese universo de Onacel, ese “mar de los silencios” que lleva al visitante, incluso aunque no lo tenga previsto, a dejarse llevar por la corriente. Eso sí, es mejor adentrarse solo o con poca compañía. Y dejar que el sonido del agua domine la experiencia. A partir de ahí, el recorrido es libre, un buceo al que puede ayudar incluso la utilización del móvil y su linterna, como cuando se está debajo del agua a cierta profundidad y es necesario romper la oscuridad. Pero es sólo una sugerencia. Ni siquiera la artista quiere entorpecer la experiencia. “Cuantas menos pistas de lo que quiero, mejor puesto que me interesa de manera especial qué se puede generar en cada persona”, explica la creadora.
Del suelo al techo, Onacel. El bosque de la sirena atrapa cada rincón del espacio expositivo que en su sótano tiene Zuloa. Ni un sólo hueco escapa a la intervención de Quincoces, que apela a todos los sentidos en una inmersión en la que las paredes parecen moverse entre el reflejo que produce el sol al encontrarse con el mar, donde el coral se crea entre vidrio manipulado, en el que los peces nadan rodeando al espectador aunque sean esqueletos, en el que las algas flotan, en el que la sirena es la anfitriona.
Poético, sensual, íntimo y también un tanto inquietante es este guiño de la artista hacia su propia trayectoria, puesto que el mundo de las sirenas, del mar, de lo líquido siempre ha tenido un peso específico en su camino. En este caso concreto, la idea de la instalación empezó a fraguarse entre ella y los responsables de la librería el pasado mes de julio, aunque fue la semana pasada -después de meses de preparación y diseño- cuando tomó forma gracias a cinco intensos días de trabajo en los que la artista, como ella misma pone en valor, ha contado con la complicidad y el apoyo de no pocas personas. “Sin todas las sinergias que se han producido, esto hubiera sido imposible”, apunta la autora, consciente de que ese esfuerzo artístico necesita del público para terminar de completar su sentido. Pasen y naden. - DNA