- “Los dos primeros días me quedé sin comer”. Normal, había que recibir al casi centenar de alumnos y a la quincena de profesores que acuden este año al Festival Curso Internacional de Música de Gasteiz, así como poner en marcha el programa gratuito de conciertos abierto a la ciudadanía. Aún así, aunque el certamen ya lleva unas jornadas en funcionamiento, la agenda del clarinetista vitoriano Iñigo Alonso tiene pocos huecos. A las nueve menos cuarto de cada mañana empieza su labor. Todo tiene que estar preparado para que clases y actuaciones se sucedan dentro de la normalidad de este maratón educativo y musical que está soplando en este 2016 sus diez primeras velas. “La verdad es que no me he dado cuenta de que han pasado diez años. Cuando sea la vigésimo quinta edición, que tendré 61, igual sí que digo: pues oye, algo hemos hecho”, sonríe el instrumentista.
Hace una década, Alonso hizo una apuesta en firme que, en su esencia, se mantiene a día de hoy: generar un punto de encuentro estival donde estudiantes de música de distintas procedencias pudieran tener un contacto directo con profesionales de primer nivel para completar su formación y, además, vivir una experiencia que les ayudase a conocer otras culturas y lenguas con la intención, además, de servir como puerta al mundo para los alumnos de aquí. A grandes rasgos, esa filosofía sigue en la base de una propuesta que al poco tiempo sumó la posibilidad de ofrecer una programación paralela de conciertos que ofreciese recitales de calidad al público, sumando, de paso, su grano de arena a una programación cultural que en agosto suele pecar por defecto. “Si pudiera hablarle a aquel Iñigo Alonso de hace una década le diría: impresionante lo lejos que ha llegado tu iniciativa”, algo que, a juicio de Alonso, se demuestra en el número tanto de estudiantes matriculados en estos últimos años como de profesores que se suman. “Hemos conseguido conformar una gran familia”, asegura.
El Conservatorio Jesús Guridi vuelve a ser una vez más sede del festival curso, aunque como si se tratase de regresar a los orígenes, este año también hay clases en la Escuela Luis Aramburu, la primera casa del certamen. “Nos hemos encontrado con 20 estudiantes de piano y aquí era imposible habilitar más huecos, así que hemos conseguido que allí también nos reciban”, aunque eso a él le suponga estar todos los días de paseo entre la plaza de la Constitución y la calle Correría. Entre medio toca encargarse de la gestión, de las incidencias que se van produciendo, de las producciones y presentaciones de los recitales, de... así hasta la cena, que cada jornada comparte con los profesores para comentar la marcha de las clases. Así hasta que llegan las once de la noche y toca descansar un poco antes de arrancar de nuevo. Es decir, sin parar desde el pasado día 18 hasta el próximo viernes 26. “Lo ideal sería poder contar con una persona más, que sumar a la que ya me ayuda, aunque esta vez hasta tenemos un voluntario”.
Mientras Alonso habla con DNA, los sonidos llegan desde distintos puntos del Jesús Guridi. Las aulas están a pleno rendimiento. Nathaniel Vallois, Leo de Neve, Alexander Baillie, Albert Nieto (en su caso desde Luis Aramburu)... rompen sus vacaciones para sumarse -son varios los profesores que repiten- a este trabajo intensivo. “Éste es de los pocos festivales curso donde realmente los chicos y chicas ven que se aprovecha al 100% su tiempo. Aquí la mayoría de los maestros dan una clase diaria a sus alumnos y estamos hablando de profesores que tienen unos doce alumnos, es decir, que están doce horas sin parar. Por lo general, en otros cursos vas cinco o seis días, tienes tres clases con el profesor y punto. Pero el profesorado que invito sé que es gente que adora lo que hace y que adora trabajar con los chavales y ellos eso lo valoran mucho”. Chicos y chicas que a lo largo del curso tienen que hacer malabares para cuadrar sus estudios normales con la formación en los conservatorios, un cúmulo de horas y esfuerzos que no tienen problema en mantener en un momento del año en el que el resto está de vacaciones. “Pero es que están tan enganchados a lo que hacen, a su instrumento, que para ellos venir a Vitoria estos días no supone un sacrificio. Es como algo normal”.
Al fin y al cabo, de lo que se trata es de que “los alumnos puedan tener una visión diferente de su instrumento, de la interpretación de las obras que suelen trabajar durante el curso escolar”, a lo que se añade “el intercambio cultural que se produce tanto entre los chavales como con los profesores. Es gente que viene de diferentes países y es bueno que se den cuenta, también pensando en los jóvenes de aquí, de la importancia que tiene el conocimiento de otras lenguas más allá de las maternas para el desarrollo no tan sólo instrumental o musical sino personal. Así puedes entender mucho más la sociedad en un momento de globalización”. Claro que Alonso reconoce que él también aprende de la experiencia, incluso de quienes acuden a su festival curso para que les enseñen. “Cuando empezamos, yo tenía en mi mente una serie de necesidades que debíamos cubrir, pero ellos y ellas me han enseñado que además de esas, tenían otras más que quizás a mí se me habían escapado. Eso ha ayudado a que el festival curso haya evolucionado todos los años y que cada vez podamos ofrecer algo nuevo y diferente. Y humanamente también he aprendido muchas cosas. Es que estamos en un aprendizaje continuo. La música siempre está en movimiento”.
Así lo viven también quienes cada tarde acuden al Jesús Guridi a las 19.30 horas para asistir a los conciertos programados (hoy habrá un recital de arpa y flauta a cargo de Gabriella Dall’Olio y Anna Noakes). “Tenemos un público que ha tomado el hábito de venir, gente que incluso cuando me ve por Vitoria el resto del año, me pregunta. El boca a boca nos ha ayudado mucho. Y hay gente de fuera que también está al tanto. El festival quiere ayudar a que seamos capaces de atraer a ese turista que además de venir a ver la ciudad, diga: sé que también está este certamen”.
De hecho, con estos elementos en la mano, el clarinetista tiene claro qué debe sentir el 27 para estar satisfecho de lo acontecido en esta décima edición: “quiero ver de nuevo la sonrisa en los estudiantes y percibir que los espectadores siguen demandando las actuaciones”. Por eso, el mejor regalo que espera en este aniversario es “sentir el calor de la gente”.
Ese respaldo también tiene que tener una base económica, un sustento que Alonso siempre ha fijado en tres patas: el apoyo privado, el dinero obtenido por las matriculaciones y la aportación pública. En este último sentido, el clarinetista, aunque asume que siempre hay que pedir más para poder desarrollar la iniciativa, asegura que “tengo que agradecer a todas las instituciones su colaboración. Tanto el Ayuntamiento de Vitoria como la Diputación de Álava y el Gobierno Vasco han estado ahí, de una forma o de otra, desde el primer año y eso hay que reconocerlo”. - DNA