Vitoria - Vuelta a los orígenes. Mientras el resto del territorio sí cuenta con una oferta cultural a lo largo de estas semanas de agosto, en la mayoría de los casos vinculada a sus programas festivos, la capital alavesa apenas da señales de vida, gracias, casi de manera exclusiva, a la iniciativa privada y asociativa. El ciclo escénico Los Clásicos de la Muralla de Ortzai, los conciertos que conforman el Festival Curso Internacional de Música de Gasteiz, el cartel de Titereando organizado por Panta Rhei... y poco más. El desierto posterior a La Blanca cada año lleva más lejos sus fronteras, sobre todo ante la pasividad de lo público, que suele aludir a la crisis económica cuando se siente incómodo en estas cuestiones.
En ese contexto, el oasis viene dado por los programas expositivos que tanto museos como centros culturales y locales privados mantienen estos días, refugios donde poder perderse en un momento del año en el que muchos disfrutan de algo más de tiempo libre, sin olvidar a aquellos que acuden a la capital alavesa para hacer algo de turismo. Y aquí sí, en este apartado el abanico se abre en formas y fondos, aún sabiendo que en otras épocas del año, las propuestas son más numerosas. Pero, por lo menos, el silencio no es absoluto como sucede en otros casos. Al contrario.
Un caso especial, en esta ocasión, es el de Artium. El museo tiene en su horizonte más cercano la fecha del 1 de noviembre, cuando cerrará sus espacios expositivos más importantes para realizar una serie de obras de mejora que se sustentan, sobre todo, en el cambio de suelo. Eso le va a tener entre cuatro y cinco meses sin muestras (aunque la actividad cultural paralela seguirá) y está motivando también una alteración en su programación. Por ello, por primera vez en sus 14 años de existencia, el museo ha inaugurado una exposición en pleno agosto, 1989. Tras las conversaciones de Argel. Delirio y tregua.
Esta coproducción con la Fundació Antoni Tàpies, que después viajará a Barcelona y que está concebida dentro del programa de Donostia 2016, reúne obras de Jorge Oteiza, Joan Miró, Néstor Basterretxea, José Gutiérrez Solana, Luis Claramunt, Jeff Koons, Allan Sekula, Ibon Aranberri, Eduardo Nave, Jon Mikel Euba, Asier Pérez, Xavier Ribas e Iñaki Garmendia, junto a diferentes documentos y objetos para reflexionar sobre el papel de la cultura y el arte en el contexto de la violencia generada en el denominado conflicto vasco.
Esta propuesta se une a las que ya están en marcha en el centro de arte contemporáneo y que en todos los casos se podrán visitar hasta esa mencionada fecha del 1 de noviembre, salvo en el caso de El hombre que ríe de Iñigo Royo, que se despedirá un poco antes, el 16 de octubre. En este sentido, cabe recordar que el museo ha ampliado el calendario previsto en un inicio para La trampa de la sonrisa, la última revisión de los fondos de la colección Artium que, en teoría, iba a finalizarse el 4 de septiembre para dar paso a la siguiente re-lectura de los fondos alaveses, aunque ahora se extenderá hasta el final de temporada, igual que El fuego de la visión, de la artista Marina Núñez.
Sin irse muy lejos, en lo que a distancia geográfica se refiere, Montehermoso sigue intentando sobrevivir a pesar de contar con un presupuesto esquelético desde hace ya años. Este verano, de hecho, presenta una triple propuesta marcada por la distancia generacional. Los nombres propios vienen de la mano del fallecido Alberto Schommer, a través de una exposición realizada en su homenaje con algunas imágenes del vitoriano -y otros elementos documentales- unidas a instantáneas de otros autores locales, y del pintor Juan Mieg. Por su parte, [De] dentro [a]fuera reúne a los jóvenes artistas en vías de profesionalización Álvaro Aroca Córdova, Nerea Beriain Cebas, Oier Gil, Abel Jaramillo, Blanca Ortiga e Imanol Zubiauz. En los tres casos, la llegada de septiembre supondrá el cierre de las muestras para dar paso a la programación otoñal, así que no queda tanto tiempo para visitarlas en el centro cultural de la colina.
De todas formas, no hay que olvidar a otros espacios públicos como la sala Amárica, que también hasta septiembre está acogiendo una retrospectiva sobre la fotógrafa Piedad Isla; o al Archivo del Territorio Histórico de Álava, que en Arabaren zazpi Alabak retrata a las siete cuadrillas a través de 90 fotografías tomadas, sobre todo, entre los años 40 y 50 del siglo pasado, aunque la más antigua data de 1904 y la más actual es de 1977; o al Museo de Bellas Artes de Álava, que además de mostrar su colección, este año cuenta con una exposición específica sobre el centenario de su sede y la historia del matrimonio formado por Elvira Zulueta y Ricardo Augustin. Aunque si de aniversarios se trata, tampoco hay que dejar de lado los cien años que el Bibat está recordando tanto de la muerte de Heraclio Fournier como del inicio de la colección de naipes que lleva su nombre y que ahora guarda el museo de la Cuchillería.
En lo que se refiere a los espacios privados, la Sala Fundación Vital es sede, de nuevo hasta mediados de septiembre, de Mensajes desde la pared. Carteles en la colección del Museo de Bellas Artes de Bilbao (1886-1975), un viaje en el que apreciar la evolución y los diferentes lenguajes artísticos empleados dentro del cartel. A esto hay que añadir las muestras que permanecen abiertas en locales comerciales como la librería Zuloa (Ilustrando a Alicia) y hosteleros (entre otras, se puede visitar Estampillas, de Rafael Fernández de Carranza y Ugarte, en el Warhol), propuestas que completan este refugio expositivo en el desierto gasteiztarra. - DNA