Madrid - Cartas, periódicos, octavillas impresas en locales subterráneos, ilustraciones, libros de contrabando o murales forman el repertorio con el que los perseguidos por el régimen franquista difundían ideas, arte, quejas y todo aquello que la dictadura prohibía y perseguía.
Son las Letras clandestinas, recogidas en una exposición en la Imprenta Municipal de Madrid, que hasta el próximo 30 de octubre muestra en múltiples formatos, de 33 centros de documentación, los rastros que la clandestinidad dejó entre 1939 y 1976 en España.
La exposición, comisariada por el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense Jesús A. Martínez Marín, retrotrae a los visitantes a los tiempos en los que una carta manuscrita o un rotativa causaban la persecución y hasta la muerte, como relata uno de los testimonios recogidos.
Desde la clandestinidad escribieron los partidos políticos, pero también los estudiantes, las mujeres, los poetas, los artistas, los trabajadores, los vecinos y todos los que contravenían la fuerte censura de la dictadura de Francisco Franco. Prohibidos estaban los libros que explicaban ideologías fuera del nacionalcatolicismo; marxismo, socialismo, anarquismo y las trayectorias de sus principales pensadores estaban vedados en la España de Franco. Pero existían, llegaban a través de la frontera camuflados en portadas de libros de recetas, rezos o buenas costumbres o se autoeditaban en imprentas clandestinas. Unas rotativas ocultas desde las que se imprimían y componían los periódicos proscritos como el Mundo Obrero, órganos de partidos y sindicatos.
Pero no todos los diarios eran impresos, pues España dejó a Gutemberg para volver a periódicos manuscritos, con maquetaciones similares a las de cualquier publicación impresa y caligrafiados con gran cuidado, ejemplares hechos a mano en las cárceles y cuyos originales exhibe la Imprenta Municipal.
Tras las rejas también se redactaban mensajes en clave, poesías, informes y sobre todo cartas, el género por excelencia de los doblemente clandestinos, los presos. La muestra conduce también a los tiempos en los que del cielo llovían octavillas, impresas o fotocopiadas, en las que se denunciaban, asesinatos como el de Julián Grimau o el ajusticiamiento del militante antifascista Salvador Puig Antich, impresas quizás en las más de veinte imprentas de la ciudad de Madrid, que, aunque efímeras, la exposición localiza en un mapa.
También con letras, sellos y fotografías se componían las identificaciones falsas, imprescindibles para quienes se movían en el exilio, como los dirigentes comunistas Dolores Ibárruri, la Pasionaria, o Santiago Carrillo, cuyas identidades falsificadas también se pueden observar. Y aunque el alfabeto dominaba la mayoría de los manuscritos, en las publicaciones de agitación también había lugar para los grabados y las ilustraciones.
Desde los años setenta, se observa la fuerza del asociacionismo, de las agrupaciones de trabajadores y de los estudiantes, sobre todo universitarios con los murales que, muerto Francisco Franco pero sin que se hubiese completado la transición democrática, honraban a los literatos en barrios como el de Arturo Soria.
La clandestinidad fue tan heterogénea como quienes contestaron al régimen ocultos desde las publicaciones pues la muestra no sólo recoge los mensajes de la oposición de izquierda a la dictadura, también la Falange, distanciada del franquismo o los carlistas catalanes, los requetés, se escondieron para difundir sus ideas.
Textos, canciones, grabados, publicaciones... todo tipo de formatos sirvieron para dar forma a las ideas con las que los silenciados por el franquismo quisieron arrojar luz al relato único de la dictadura, desde una clandestinidad que hoy se expone con toda claridad. - María López