Tercera cita en Mendizorroza de esta cuadragésima edición del Festival de Jazz de Gasteiz la que se vivió el jueves por la noche con un polideportivo a media entrada. Al público le esperaba una doble sesión de altos vuelos teniendo en cuenta el nombre de los dos protagonistas del día, Tom Harrell y Joshua Redman. Antes de que nada empezara, eso sí, como dos espectadores más entraron en el pabellón Dave Holland y Kenny Barron. Vamos, que había muchos quilates sobre y bajo las tablas.
Le tocó poner en marcha el programa diseñado a un Harrell que regresaba a la capital alavesa tras su última visita en 2013, ocasión en la que también estaba el contrabajista Ugonna Okegwo. Esta vez, completaban la formación Ralph Moore al saxo y un Adam Cruz que después de hacer un muy buen papel a la batería se quedó en el pabellón para ver casi toda la actuación posterior.
Trompeta y fiscornio en mano, a Harrell le sucedió casi lo mismo que a Redman después, los suyos fueron dos conciertos interesantes y apasionantes que terminaron dejando la sensación de que faltó la chispa definitiva para de verdad redondear sus propuestas. Claro, que más de uno pensara que una buena noche de jazz, aunque sólo sea buena, no es poco en estos tiempos.
Quieto y a la espera, generando una imagen casi hipnótica, Harrell dejó que sus compañeros de viaje tuvieran momentos de lucimiento propio para después cobrar vida como de repente y tomar la palabra. Ahí, en esos instantes, el de Illinois, que acaba de cumplir 70 años, volvió a demostrar que calidad le sobra por los cuatro costados y que la enfermedad que le acompaña no es ningún problema. Todo ello condensado en seis temas y ochenta minutos de música, concluidos los cuales el público despidió al músico con una gran ovación puesto en pie.
Tras el perceptivo descanso, fue el turno para Redman, muy bien acompañado por Joe Sanders al contrabajo (que cada vez que le tocaba un solo, se descalzaba) y unos soberbios Kevin Hays al piano y Jorge Rossy a la batería. El saxofonista, que felicitó en castellano al certamen (“uno de los mejores del mundo”) por su 40 aniversario, y los suyos fueron concatenando composiciones de cada uno de ellos para completar un concierto al que le faltaron detalles para subir el escalón definitivo que pedía la noche.
Más allá de eso, con temas como Borrowed eyes el grupo alcanzó la brillantez, destacado un Redman inconmensurable en varios de sus solos, sintiéndose cómodo junto a unos compañeros con los que compartió varias risas. A eso de las doce de la noche, el público se puso en pie para reclamar un bis tras el que el saxofonista se despidió con un “paz y amor” que habrá que aplicarse. - DNA