Hubo un tiempo en el que el polideportivo Landazuri fue el epicentro de muchas cuestiones relacionadas con la historia cultural gasteiztarra de los años 70 y 80 del siglo pasado. De hecho, conciertos, actuaciones teatrales y alguna que otra cita por el estilo darían para, por lo menos, un libro entretenido. Fue en su escenario en el que a finales de julio de 1977, los días 28 y 29, se llevó a cabo la primera edición del Festival de Jazz de Gasteiz, organizado, desde un punto de vista oficial, por el no siempre bien valorado Consejo de Cultura de la Diputación Foral de Álava en colaboración con el CAT de San Sebastián e impulsado, en realidad, por un publicista, un músico y un odontólogo reunidos en la asociación Jazzteiz, es decir, José Ignacio Polo, Pedro Osés (que tocó junto a Ángel Celada dentro del proyecto Fausto en la segunda jornada del certamen) y Carlos de Lario.
La semilla, por tanto, ya estaba plantada, sin saber ni cómo iba a crecer ni hasta dónde podía llegar. Hoy, ese festival nacido desde la modestia es una referencia internacional que ha visto actuar en sus tablas a casi todos los grandes nombres del género y a quienes deben marcar su futuro, por lo menos más inmediato. Son miles los músicos que han acudido a la llamada del evento y aunque sería injusto olvidarse de algunos, cómo no mencionar a Miles Davis, Ella Fitzgerald, Oscar Peterson, Sarah Vaughan, Pedro Iturralde, Herbie Hancock, Muddy Waters, Dizzy Gillespie, Sonny Rollins, Tete Montoliu, Stan Getz, Chick Corea, Wynton Marsalis, Ibrahim Maalouf, Jaco Pastorius, Joe Pass, Cassandra Wilson, Ornette Coleman, Brad Mehldau, John Scofield, Ethan Iverson, Joshua Redman, Michael Brecker, Antônio Carlos Jobim, Allen Toussaint, Mike Mainieri, Paco de Lucía, Dee Dee Bridgewater, Esbjörn Svensson, Tito Puente, Bobby McFerrin, Al Jarreau, Jorge Pardo, Pat Metheny, Charlie Haden, Buddy Guy, Iñaki Salvador, Kenny Garrett, Jimmy Cobb, Dr. John, Chucho Valdés, McCoy Tyner, Ron Carter, BB King, Joe Lovano, Dave Holland, Roy Hargrove, Marcus Miller, Wayne Shorter, Jan Garbarek, Gonzalo Rubalcaba, Kenny Barron, Esperanza Spalding, Tony Bennett, Stefano di Battista, Al Foster, Béla Fleck, Diana Krall, Gilberto Gil...
El estreno en Landazuri de 1977 no duró mucho. El festival se encaminó pronto a un Mendizorroza que, a pesar de los últimos parches, sigue pidiendo a gritos -no ya para su uso cultural sino sobre todo deportivo- una verdadera reforma que ni está ni se le espera. Por lo menos, con todas sus taras, sigue siendo mucha mejor opción que esa idea de bomberos de trasladar el certamen al Iradier Arena, algo que el Ayuntamiento de Vitoria ha intentado forzar en más de una ocasión a lo largo de la última década. El polideportivo ha sido un fijo. Igual que el Principal desde hace ya unos años. Pero el evento también ha visitado el Conservatorio Jesús Guridi (convertido además en estudio para buena parte de la grabación de Vitoria suite por parte de Wynton Marsalis), el Palacio Europa, el Aula Fundación Vital, el Guridi, el Ciudad de Vitoria, el Canciller Ayala... sin olvidar, por supuesto, las calles de la capital alavesa, las añoradas campas de Armentia o la larga lista de locales que, de manera paralela, se han unido al cartel a lo largo de estas cuarenta ediciones (Dublín, The Man in the Moon, Molly Malone...).
Un paso tras otro En la segunda y la tercera edición se repitieron esquemas, aunque entre ambas entregas se produjo un cambio fundamental para entender el desarrollo del certamen y su actual senda. La Diputación y la Caja de Ahorros Provincial, los dos cimientos económicos del proyecto en ese momento, encargaron a Iñaki Añúa que se hiciera cargo del festival y su mano se empezó a notar de manera sustancial a partir de 1980 y 1981.
Además, en aquel primer lustro de la década de los 80 del siglo pasado, el evento tenía, por así decirlo, una sucursal invernal, aunque el alto precio del dólar, y por lo tanto la carestía de las contrataciones, terminó por cerrar esa puerta y centrar todos los esfuerzos en julio. De hecho, desde un punto de vista presupuestario, la asociación cultural sin ánimo de lucro que es responsable del festival ha pasado alguna época incluso bastante más complicada que la actual, aunque estos últimos años de crisis han tenido graves consecuencias como la pérdida de dos jornadas y que se dejen de llevar a cabo iniciativas como el Seminario de Jazz o el Picnic de Nueva Orleáns. Esos son regalos que el certamen espera poder tener entre sus manos cuanto antes, aunque ya se verá qué pasa en el futuro y cuál es el compromiso por parte de las instituciones públicas y las empresas privadas.
Con todo, la cita ha ido dando pasos de crecimiento sin parar. En los 80, queriendo tener en su cartel a los grandes del género. En los 90, propiciando la contratación de artistas de otros estilos pero con proyectos paralelos en el jazz (Phil Collins, Eric Clapton...) y en el arranque del siglo XXI, queriendo potenciar encuentros exclusivos y la vinculación personal de determinados artistas con la ciudad.
Con todo, este 40 aniversario debería ser aprovechado por el evento para pensar en su futuro. Puede seguir la línea de otras citas cercanas y dejar de ser un festival de jazz para convertirse en un cajón de sastre de las músicas pensado sólo para el gran público; puede repetir sine die la fórmula que, por ahora, sigue encontrando respuesta en taquilla; o puede empezar a abrir nuevos caminos. Todo se andará.