madrid - Una estancia en Palestina hizo que un “internacionalista” como Régis Debray (París, 1940) comprendiera que las fronteras pueden ser la “llave de la paz” para algunos conflictos y ser sinónimo de “igualdad”, una convicción que el filósofo y escritor desgrana en su Elogio de las fronteras. “Vi que la frontera era la llave de la paz, sé que esto es un contrasentido, pero es la realidad”, aseguró ayer durante la presentación en Madrid de su libro (Gedisa) el hombre que intentara, junto al Che Guevara, extender la revolución a Bolivia en los 60.

Los palestinos le transmitieron a Debray que “anhelaban” las fronteras para poder “estar en su casa”, en contraposición al “muro” que les separa ahora de Israel y que, asegura el francés, defienden los “imperialistas clásicos” como Donald Trump. Para el filósofo galo, que reconoce jugar el papel de “abogado del diablo” al defenderlas, las fronteras son un “medio para coexistir”, y son imprescindibles porque, a su juicio, la convivencia de dos culturas distintas es “insoportable”. “No es posible el mestizaje que defiende el multiculturalismo porque es un fenómeno antropológico que la convivencia de dos comunidades culturales distintas exacerba los tradicionalismos”, argumenta Debray.

Desde su punto de vista, las fronteras deben ser “puerta y puente” y, pese a que en los billetes de euro “sólo aparezcan los segundos”, las puertas son “imprescindibles” para que no se imponga “la ley del más fuerte”. El inventor de la “mediología” y antiguo miembro del Partido Socialista francés señala que las puertas deben estar “entreabiertas”, en lugar del “cierre vergonzoso” que ha hecho Europa en la actual crisis migratoria.

El autor de obras como Revolución en la revolución o Crítica de la razón política cree que obviar las tradiciones ha sido el “problema” del marxismo, al que actualmente se debería “tomar más en serio” por lo que puede “aportar” en el plano económico. “El marxismo me parece necesario pero insuficiente”, puntualiza antes de defender la “compatibilidad” de una visión del mundo que “no reniegue” del marxismo pero, a la vez, preserve “la religión, el idioma, las identidades culturales y las costumbres”.

En ese sentido, se declara seguidor del filósofo alemán Walter Benjamin, a quien Debray dedicó el libreto de la ópera Benjamin, dernière nuit (Benjamin, última noche), y al que define como un hombre “paradójico” en el que conviven “progresismo y conservadurismo”. “Como Pasolini en Italia u Orwell en Gran Bretaña, era un hombre que no escupía en el pasado y reconocía un deber de asumir cierta tradición pero manteniéndose del lado de los oprimidos”, manifiesta antes de concluir que, para “salvar” la “idea revolucionaria”, es necesario sumarle “algunos puntos de cultura”.

El filósofo galo reconoce también que le causa “temor” que se forme un “círculo vicioso” entre la “globalización capitalista” y la “territorialización nacionalista”. Esos dos polos los encarnan, a su juicio, la “americanización tecnoeconómica” liderada por Estado Unidos y, en el otro extremo, la “desculturización” del islamismo radical. Sobre el fundamentalismo religioso, a este autor le llamó la atención “hace tres o cuatro décadas” que quienes lo profesaban eran quienes salían de las universidades “científicas”, mientras que los “progresistas o laicos” eran “los de letras”. “Elogio de las fronteras” es un recorrido sobre el concepto de frontera en la historia, a través del cual el autor reta al lector a comprender que la idea de frontera no sólo no se ha diluido sino que “emerge en nuevas y sofisticadas formas”. - Efe