El fútbol es el opio de muchos. Pero no del conjunto de la sociedad. Como dice el tópico “para gustos están los colores”. O, más bien y en este caso, digamos que “para sentimientos están los colores”. Pero es interesante escuchar a la disidencia y no sólo los vítores de los hinchas. Pues detrás de sus gustos, están sus argumentos. Ahí van.
El fútbol, entendido como espectáculo de masas, se sustenta en la competitividad y en el arraigo territorial. Y en el afán de lucro: veinticuatro millonarias personas pateando un balón mientras las masas enfebrecidas les aplauden o gritan. Es el circo romano. Vencedores y vencidos. Lenguaje victoria/derrota. Ni en el deporte ni en ninguna otra esfera social la competitividad aporta valores positivos. El fútbol representa mucho de los rasgos que están presentes en nuestra sociedad. Por eso éste cala de manera tan profunda en ella: culto al territorio propio, al capital, a la fama, al triunfo? No son, desde luego, valores sobre los que se pueda construir una sociedad más justa.
Apena ver a miles de personas asaltando las calles para homenajear a los futbolistas. Muchas personas se ven -o más bien: quieren verse- reflejadas en ellos. “Que su triunfo sea nuestro triunfo”, piensan aquellas. ¿Por qué esas miles de almas no asaltan las calles para reclamar mejoras sociales?, piensan -pensamos- los discrepantes.
Los amantes del fútbol podrán decir que, bueno, ellos disfrutan con el deporte rey. Y punto. Se emocionan viendo un partido en el que su equipo juega. Pero es curioso que cuando éste pierde, las ofrendas brillan por su ausencia. Las masas no quieren a los perdedores. Nadie quiere a los perdedores. Y no debería de ser así. Esta sociedad debería estar al lado de los perdedores. Un futbolista, un dios llamado Messi, defrauda cuatro millones de euros a Hacienda y sus fans, los hinchas, salen a la calle para apoyarle. Estos nuevos dioses pueden hacer lo que quieran. Ese es el mensaje que nos transmiten.
Pero debemos alegrarnos -sentimientos aparte- de que el Deportivo Alavés suba a Primera División. ¿Por qué? Porque la empresa que gestiona el Grupo Baskonia -donde están incluidos el equipo de baloncesto Laboral Kutxa y el Glorioso- recibirá 40 millones de euros de las televisiones ahora que su equipo ha ascendido de rango. Eso significa que ya no necesitarán que nuestras instituciones públicas les den esas ayudas nominales -ayudas a dedo, traduciendo y que, por cierto, en Europa no son bien vistas- que han supuesto para nuestras arcas 12,8 millones de euros en un lustro. Ahora, ese dinero podrá destinarse a sufragar al deporte de base. A todos esos equipos de las múltiples modalidades deportivas existentes. Para apoyar también a los equipos femeninos, al deporte paralímpico? Para que esos deportistas que tienen que costearse de su bolsillo hasta las camisetas que sudan tengan el apoyo que se merecen. Personas que sí nos transmiten valores positivos. Para eso es el dinero público.