Vitoria - Dice que la diplomacia no es lo suyo y que a veces le pierde la sinceridad. En esta conversación, ninguna de las dos cuestiones supone un problema. Todo lo contrario. Idoia Zabaleta abre un paréntesis en su agenda. DNA escucha.
Con todo el camino que ya ha recorrido, ¿la danza le tiene todavía algo que enseñar?
-Si no, no estaría aquí. Soy una yonqui de los procesos de aprendizaje, del pensamiento, del conocimiento. El arte es uno de los sistemas que más me excita e inquieta. En mi penúltimo trabajo utilizaba una máxima de José Bergamín que dice: existir es pensar, y pensar es comprometerse. A mí el arte me da lugares para seguir ejercitando esa idea. También la danza, como disciplina, me sigue alimentando desde puntos de partida diferentes como puede ser el cuerpo y su estudio.
No sé hasta qué punto este último aspecto lo tiene ahora más en un segundo plano y le toca, sobre todo por la existencia de Azala, desarrollar otros roles, desde anfitriona para otros artistas hasta gestora ante la administración, entre otras cuestiones.
-De todas formas, incluso ahí, en esa relación del arte con el sistema, sigo teniendo curiosidad, ganas de aprender. Es que si no, lo dejaría. Me sigue interesando, inquietando, excitando. Mira, el pasado fin de semana estuve en Madrid porque doy clases en el Máster en Práctica Escénica y Cultura Visual, que es algo, por otro lado, que me encanta porque es poder llevar a cabo un aprendizaje con las nuevas generaciones de artistas. Acudí a las sesiones que tenía, una de ellas contando con la presencia de Isidoro Valcárcel Medina, persona que es un ejemplo claro de que la curiosidad pervive a la edad que sea. Además, como el máster es en el Reina Sofía, aproveché para ver las exposiciones de Erlea Maneros Zabala y Ulises Carrión. Ya que estaba allí, fui a los Teatros del Canal a ver a Mikhail Baryshnikov, y tampoco me perdí a Olga Mesa y Francisco Ruiz de Infante. Y todo ello en tres días. Pero no es una cuestión sólo de ver, sino también de saber qué de todo eso puedo relacionar con los estudiantes del máster y también con mi persona. De hecho, con los imputs que me llegaron el fin de semana pasado tengo para el resto de mi vida y eso que espero que sea larga.
El laboratorio que nunca cesa.
-Sí, sí, por eso te decía lo de la yonqui de esto.
¿Pero dónde quedan esos cinco minutos que uno necesita para pensar en las musarañas?
-Es que pensar en las musarañas es parte del laboratorio también. Hombre, yo luego llego a casa, estoy con mis hijos... Además, también tengo presente esa máxima de Robert Filliou de que el arte es aquello que hace que la vida sea más interesante que el arte. De todas maneras, lo que ahora mismo más me aburre de todo lo que hago es luchar contra la falta de legitimidad, ese lamento que parece inagotable, esa pelea continua de tener que estar poniendo en valor. La falta de legitimidad hace que me ponga en plan macarra y me termino aburriendo a mí misma.
Antes de seguir hablando del presente, echemos la vista atrás. ¿En qué momento decidió que la Biología no iba a ser lo suyo, que era con la danza con lo que se quería ganar la vida?
-Es que nunca he dicho: me voy a dedicar a esto. Llegar a la universidad a hacer la carrera de biológicas fue una decepción. No se me dio lo que esperaba, algo que alimentase mi curiosidad. Sin embargo, en esos años empecé a conocer la danza y ahí sí encontré un lugar de conocimiento. Así que me propuse probar qué era eso que me llamaba antes de seguir instalada en una decepción que se traducía en que en cuarto de carrera una profesora universitaria nos dijese: la geología es la ciencia que estudia las piedras. Eso sí que fue performativo (risas). Ahí empecé a estudiar danza y vi que se estaba abriendo algo y... hasta hoy. Pero no hubo un día concreto en el que dije: me voy a dedicar a esto. A mí me interesa el conocimiento, y el arte, aunque muy desprestigiado, me parece que es un medio más de conocer, acceder, mirar y entender el mundo.
Con o sin decisión, hay que desarrollarse en el mundo de la danza en contextos como el vasco o el español donde el caso y la atención a la disciplina, sea contemporánea o clásica, es casi nulo. Decía antes que está aburrida de tener que seguir reivindicando la legitimidad de lo que hace.
-Te reconozco que en este sentido tengo un escepticismo muy grande. No veo que esto vaya a cambiar en los próximos, no sé, diez años. La falta de puesta en valor del arte como eje fundamental, articulador e integrador de una sociedad es total. La falta de legitimidad es continua, y no te digo nada siendo bailarina y coreógrafa, siendo mujer, viviendo en un pueblo y perteneciendo a lo contemporáneo y lo experimental. Claro, te enfadas y te cansas. En esa reflexión, te encuentras con una ciudad como Vitoria, donde el contacto con el político es muy fácil para lo bueno y lo malo a diferencia de lo que puede ser, por ejemplo, Madrid. No sólo pero también como directora de Azala me toca mucha parte de esa interlocución con la parte política y es muy duro que te den la palmadita en la espalda y adiós muy buenas, que le estés mirando a la cara a determinadas personas y veas con claridad que no te hablan de tú a tú, que no te ponen en valor. Eso es algo muy duro, que atenta contra la dignidad de una. Y los nuevos políticos que están ahora en Álava, con mejores voluntades y lo que se quiera, son del mismo patrón: sí, sí, eres super-interesante y tal y te doy la palmadita... Eso te hace ponerte macarra.
Lo que decía antes que también le aburre.
-Claro. Es que, además, entre los artistas se genera la sensación de que tú eres el listo y que podrías hacer su trabajo mucho mejor, solo que no lo haces. Eso te lleva a un exceso de conceptualización de todo, de análisis, de... y eso hace que se profundice en la separación entre los dos sectores. Eso deriva, al mismo tiempo, en un elitismo como artista que también es muy perjudicial porque, a veces, nos creemos al margen del bien y del mal. Así se produce una situación peligrosa porque el político no te atiende y tú, como artista, te aíslas a modo de defensa.
En ese contexto hemos llegado a un momento en el que parece que la sociedad hace su vida al margen de la cultura.
-Sí, sí, eso era lo que te decía que es muy peligroso porque el artista se va aislando de una de sus funciones. De todas formas, Vitoria es una ciudad perfecta como laboratorio cultural porque tiene una escala ideal para hacer cosas. Y en Álava hay una serie de proyectos que son referenciales, incluso en el ámbito europeo, como puede ser Conexiones Improbables, Paraíso, Inmersiones... Azala mismo, Baratza, Kolectivo Monstrenko, el festival Sinkro, Sleepwalk Collective... no quiero entrar en nombres porque me voy a dejar cosas, pero hay gente que está trabajando muy bien. Y el ciudadano y la ciudadana también tienen que currárselo. La curiosidad está en el crecimiento como persona. Así que también hay que decirle: diferencia las cosas, aprende, mira.
Bailarina, coreógrafa, gestora, anfitriona, programadora... ¿Muchas Idoia Zabaleta o son más o menos la misma?
-La diplomacia no es mi talento y eso que he ido aprendiendo. Eso se combina con que una de mis cualidades es la sinceridad obscena. Así que el lugar en el que menos cómoda me siento es en ese que tiene que ver con la interlocución con la administración y similares. Ahora, además, con Azala, mi trabajo de creación artística está en un segundo plano, aunque siempre hay algo en marcha. Y en Lasierra la labor es generar las condiciones para que la persona que acude a crear pueda hacerlo con la serenidad y la calma suficientes pero también con el rigor necesario. Ese es un trabajo que también ejercito en el máster y es algo que me sirve mucho para mi propio camino.
¿Atender a unos y a otros no termina siendo esquizofrénico?
-No. De hecho, me siento muy a gusto ahí, en esa posición que me permite ver dónde está situado cada trabajo, en qué momento del proceso, qué puede llegar a generar, qué preguntas son pertinentes para que el material pueda desarrollarse... ese papel de escáner me encanta.
Desde esa posición, desde ese balcón de observación, ¿ve preocupaciones y lenguajes comunes?
-Sí y dentro del mundo del arte ves que mucha gente está haciendo cosas pero también que hay veces en las que parecemos una banda de aburridos. La homogeneización llega a todo. A ver, hay una serie de cuestiones que es necesario preguntarse, que son comunes y que es normal que se repitan. Pero también es verdad que hay ocasiones en las que todo parece moverse por modas. Eso se nota hasta en el lenguaje. Ahora en la cultura tienes que decir prototipo, mediación, agenciamiento... También, estar en Lasierra y ser de Álava me da la perspectiva de ver que necesito reírme de mí misma en cuestiones de éstas. Por eso valoro mucho el riesgo, el compromiso por hacer lo que crees que tienes que llevar a cabo.
Cuando hace ocho años nació Azala, la aparición de este espacio de creación en una localidad de a penas una decena de habitantes le pilló al territorio alavés con el pie cambiado. ¿Cree que, después de este tiempo, el proyecto se puede sentir más asentado?
-No en el sentido de que pensaba que iba a llegar una estabilidad de puesta en valor del proyecto que no se ha dado desde la parte más política. Por ejemplo, creo que es un espacio que Diputación debería apoyar puesto que es una propuesta territorial. Eso se traduce en que no hemos podido obtener cierta estabilidad dentro del pequeño grupo de trabajo que somos. Y creo, además, que esto no va a cambiar, así que no puedo idealizar más. Venimos de ocho años en los que hemos dado mucho, aunque eso tampoco nos ha agotado o quemado pero hay que redimensionar el proyecto. Además, tengo la sensación de haber cerrado un ciclo de Azala como centro de alto rendimiento, aunque va a seguir siendo un lugar de refugio para los artistas, y queremos iniciar un trabajo más territorial, entender que estamos en el sur de Álava. En este tiempo nos hemos dedicado más a lo que sabemos hacer, a un trabajo más específico del arte, y tenemos ideas para situar Azala más en el territorio y en qué significa una propuesta de estas características en la zona rural. Pero bueno, sigue siendo un proyecto saludable.
Seguro que en ese máster en Madrid le piden algún que otro consejo de cara a dedicarse a la creación contemporánea.
-Sí, claro. Hombre, lo primero, tienes que arriesgarte, comprometerte y pringarte. También hay colegas, algunos más jóvenes, que han estado fuera y ahora quieren volver, como lo hice yo en su momento, para dedicarse a producir piezas, y les digo: ahora no se dan las condiciones. Ni en Euskal Herria ni en el Estado español. Si eso es lo que quieres, si quieres venir, montar tus piezas, hacer giras y demás, y ganarte la vida con esto, aquí no. Así que suelo recomendar que estés medio año aquí y el otro medio trabajando fuera. Aún así, si quieres quedarte, tienes que vincular tu acción con un proyecto con otro nivel de envergadura que tiene que ver con generar contextos. Ahí, Azala ha sido posible igual que Bulegoa, Consonni... pero aún así, el nivel de pringue es muy grande. Esos consejos los he dado porque no tiene sentido creer que vas a venir y va a haber una puesta en valor, que vas a tener actuaciones, que va a existir un programador que se interese por tu trabajo, que vas a tener posibilidades de co-producción, que vas a poder trabajar en tu casa que es el teatro y no en los museos o en los off de los off...