madrid - La actriz y directora Nuria Espert, la gran dama de la escena española, obtuvo ayer el Premio Princesa de Asturias de las Artes por ser una de las más eminentes figuras de la escena mundial tras una extensa carrera en la que ha recuperado y dado continuidad a la gran tradición del teatro español. El jurado incidió, además, en que esta tarea la ha desarrollado tanto en lengua castellana como en catalán y en que ha proyectado internacionalmente la literatura y la creación teatral hispana, clásica y contemporánea, “a lo largo de una dilatada y rica carrera que la ha conducido al triunfo en escenarios de todo el mundo”.
“Su teatro se caracteriza por la fidelidad a los ideales y aspiraciones del humanismo y ha estado siempre al servicio de la poesía y de la esencia de la escritura dramática”, añadió el acta. La candidatura de Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935) fue propuesta desde el Teatro Real de Madrid y el Teatre Lliure de Barcelona y se impuso en las últimas votaciones a las del artista estadounidense James Turrell y del estonio Arvo Pärt, así como de John Williams y Ennio Morricone.
Tras conocer la noticia, Espert dijo que no tiene “ninguna intención” de parar de trabajar en teatro, y sobre los 50.000 euros del premio, que recogerá en octubre, comentó que gastará una parte “alegremente” y dedicará otra a los “refugiados”. Nuria Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935), que el próximo 11 de junio cumplirá 81 años, ha celebrado este reconocimiento porque premia también al teatro, una disciplina artística que, a su juicio, lo merecía “desde hace tiempo”. “El teatro tenía que figurar en una lista extraordinaria de gente premiada”, subrayó. Actriz, directora teatral y escenógrafa, Espert ha hecho suyos los personajes más míticos del repertorio nacional e internacional, desde La Celestina a Bernarda Alba y de Medea a Salomé tras compaginar desde joven su formación en música e idiomas con actuaciones de aficionada. A los 13 años ya formaba parte de la compañía infantil del Teatro Romea de Barcelona, a los 17 llegó al teatro profesional como sustituta de Elvira Noriega en Medea y fue la primera mujer que interpretó el papel de Hamlet en España y que sacó los textos de Jean Paul Sartre de los pequeños círculos de teatro de cámara.
En 1969 Espert vio como, tras su estreno en Barcelona y en el Festival de Belgrado, la censura prohibió la gira programada de Las criadas, de Genet, una situación que se repitió con Yerma, de Lorca, que no pudo representar hasta 1971. Esta obra se convirtió en su producción más emblemática con la que recorrió todo el mundo, y en 1979 asumió, por dos temporadas, la dirección del Centro Dramático Nacional y la programación del María Guerrero, que se nutrió solo de autores españoles. En 1986 comenzó a ejercer como directora de escena en producciones teatrales y en óperas como Madama Butterfly, Electra, Rigoletto, La Traviata, Carmen o Turandot y los últimos años 90 le depararon grandes sorpresas: La gaviota (1997), llevada a escena con Josep Maria Flotats en el Teatro Nacional de Cataluña, o Master Class (1998), en la que encarnó a María Callas.
Con el cambio de milenio Espert no paró. Dirigió Tosca en el Real, protagonizó La Celestina de Robert Lepage en el Teatre Lliure y continúa activa a sus 80 años tanto como para desdoblarse en tres papeles durante la interpretación de La violación de Lucrecia en el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá (FITB).
“muchísimo por hacer” Espert es consciente de que la palabra “nunca” no está en su mano y que en la continuidad de su trabajo “mandan”, entre otros aspectos, “la memoria, la salud, el entusiasmo y los contratos”. Sin embargo, ayer afirmó que trabajará mientras sienta la “excitación” que le producen los nuevos espectáculos y mientras su cuerpo lo permita. Y aseguró que aun le queda “muchísimo por hacer” porque “ni siquiera una vida tan larga” como la suya es suficiente para llevar a cabo lo que quiere y desea. En este sentido, asume que no podrá representar a autores a los que adora y entre sus deudas hace referencia a la totalidad de la obra de Shakespeare o a Ibsen, un “pecado mortal de los gordos”. Además, resaltó que sigue aprendiendo “de cada espectáculo, de cada compañero y de la reacción de gente”, porque las sensaciones aún parecen “nuevas y diferentes”. “Tengo mi curiosidad intacta, la misma de cuando tenía 15 años. Todo me interesa y todo me afecta, eso es estar vivo”.
Respecto a la revitalización que vive el teatro desde hace unos años, señaló que el público funciona como “un todo” y, sin ser consciente de ello, tiene gestos similares a los de la última etapa del franquismo, cuando acudían a ver obras por la necesidad de “expresarse”. “Se ha maltratado mucho a la cultura y de pronto el público abarrota las salas”, subrayó. - Agencias