casi nadie discutiría a quien situara a Van Morrison (Belfast. 1945) entre los mejores músicos del último siglo, aunque el consenso no sería tan general atendiendo a su lírica. Quizás se debe al desconocimiento. Pero ¿a qué y a quién le canta cuando acaricia o ruge en clásicos como Gloria o In the garden? Malpaso acaba de publicar Toma interior, un libro que desvela la lírica del músico irlandés a través de un tercio de sus canciones traducidas. El ser humano, el misticismo, la espiritualidad, su tierra irlandesa y el amor recorren su lírica apasionada.
Un artista, da igual que sea pintor, escultor, músico o escritor, adquiere el estatus de clásico cuando adquiere una voz propia e identificable al enfrentarse a su obra. Y Morrison, como Picasso, Ramones, Nesbø, Dylan, John Ford, Chillida o Laboa, la tiene. “Todo escritor solvente crea su propio mundo y Morrison lo hizo con su música. Este libro existe porque también ha creado un mundo hecho de palabras”, explica en el prólogo de Toma interior Eamonn Hughes, profesor de Filología Inglesa y director del Institute of Irish Studies.
Esa voz, capaz de acariciar en una estrofa y rugir en la siguiente, resulta igualmente atractiva al ser ‘leída’, como prueba este libro, que ofrece más de un centenar de letras de Morrison en edición bilingüe, elegidas por él mismo y que recorren una trayectoria musical de medio siglo. Es casi un tercio de su producción, por lo que el análisis está bien documentado, ya que pasa “del asombro infantil a su trabajo adulto”, según Hughes.
Toma interior, un regalo para sus seguidores, desvela la personalidad del irlandés a través de sus letras. Una lírica que se disfruta más si se acompaña de la música, claro, pero que resiste en soledad. Y eso que él mismo intenta relativizar su importancia. “Soy cantautor, papel y lápiz en la mano/por favor, no me llamen sabio por poner negro sobre blanco/soy cantautor y lo hago para comer”, canta en Songwriter este pequeño gran músico refractario al negocio musical y a los medios de comunicación. “Te cuento quién soy una y otra vez”, confiesa en Why must I always explain, para justificar su silencio público. “Desnudé mi alma a la multitud, y a qué precio”, canta antes de acusar a “los hipócritas, parásitos y sanguijuelas”.
Morrison dice escribir sobre “el hombre y la mujer, las estrellas y el amor”. Y sobre el alma y la esencia, como canta en Soul, esa “esencia interior” donde “todo comienza”. En su caso, en aquella generación post II Guerra Mundial que él retrata en Wild children (“fuimos los niños de la guerra/1945, cuando los soldados volvieron a casa”) y que creció en Belfast (cita lugares concretos como Orangefield, Hyndford Street?), “cuando los amigos eran amigos”, en la calle, los bares y las salas de fiestas. La nostalgia puebla canciones como Gloria y The story of Them, al igual que su pasión por la mujer (y sus ojos: Mystic eyes, My lonely sad eyes, Brown eyed girl) y la música.
Morrison no sería lo que es sin la radio, la que le descubrió a Mahalia Jackson, Elvis, Muddy Waters, John Lee Hooker, Little Richard, Sinatra y Fats Domino a través de Radio Luxemburgo (“nunca me fallas, si ando mal me consuelas/me ganas como a un crío cuando me sintonizas a tu onda”, escribió en Wavelength) y le abrió a un mundo de referencias que desgrana sin pudor (de Blake a T. S. Eliot, pasando por Yeats, Rimbaud, Kerouac, Rembrandt, Tennessee Williams, Walt Whitman?) cuando escribe y canta.
Amor y mística El escritor Ian Rankin dice en el prólogo que Morrison busca “lo espiritual en lo ordinario”. Es un hecho que revelan sus canciones. ¿Y qué más universal que el amor? El viejo gruñón es un romántico y lo evidencia su repertorio con ejemplos múltiples. Desde cuando olvidó su importancia, en la fantástica I forgot that love existed, a cuando se lanzó a él sin protección alguna: “ven aquí, amor mío, siento el hechizo que se canta en esta canción”, escribió en Come here my love.
Morrison, que explicita su sentido de pertenencia a Irlanda en múltiples textos, dota de espiritualidad a sus canciones, siempre a la búsqueda de “la luz” y la “esencia sanadora”. Lo prueban Mystic eyes, Into the mystic y temas juveniles donde los territorios espirituales, inaprensibles y misteriosos de Avalon y Caledonia se confunden (en su juventud) con la religión (Cienciología incluida) hasta que, en la madurez, reniega de ella al cantar “sin gurú, ni método ni maestro” (en la escalofriante In the garden) o en No religion “hay que escoger entre la ficción y los hechos cuando el mundo entero se ha extraviado/por eso no hay religión aquí”. Tras leer el libro “sentirás que le conoces más después de leer sus canciones”, explica Rankin. Tiene razón, su música (soul, blues, jazz, folk, rock) y sus letras sosiegan el alma? y acaban sanándolo.