Uno puede viajar a otra ciudad, conseguir un estupendo plano en una oficina de turismo y visitar todos los espacios que nos ofrecen de cierto interés cultural, gastronómico, social, comercial? Pero también uno puede perderse entre sus calles. Sin usar coche, autobús metro? Puede callejear usando los pies, desgastando la suela de sus zapatos, errante entre la multitud. Conversar, quizá, con alguien en un banco. Disfrutar así del anonimato. Como dijo el poeta: “Las ciudades son libros que se leen con los pies”.

Aunque también es posible hacer lo propio en nuestra ciudad: poner un pie delante de otro y fijarnos en todo lo que nos rodea con curiosidad. No se trata de pasear como por el campo, sino de hacerlo fijándonos en esa gran obra de arte producto del hombre que es la ciudad, pues el acto de callejear sólo es posible en la urbe. Baudelaire, el gran poeta francés, acuñó un término para referirse a esa persona que vaga sin rumbo, dejándose llevar, como si de un vagabundo se tratara: el flaneur. Un flaneur es un solitario paseante que encuentra en las calles su inspiración, que recorre la ciudad pero sin verla como un lugar de consumo. No necesita entrar en una tienda, una cafetería? Le basta con disfrutar de su arte de ver, de contemplar. No es un consumidor, sino un observador. Se escapa de las garras del marketing. En ese sentido, la figura de flaneur no deja de tener un carácter subversivo pues disfruta de lo que le ofrece una urbe pero sin gastar dinero en ella. El paseante urbano no deja de ser como el visitante de un museo. Pero sin pagar entrada. Sin dejarse dirigir, pues el flaneur va a la deriva por la ciudad.

Baudelaire escribía: “No todo el mundo tiene el don de bañarse en la multitud.

Gozar de la muchedumbre es un arte y sólo puede entregarse a esa orgía de vitalidad, a costa del género humano, aquél a quien un hada infundió en la cuna, el gusto por el disfraz y la máscara, el odio al hogar y la pasión por los viajes”.

El escritor francés Guy Debord dio otra vuelta de tuerca al hecho de errar por el paisaje urbano, por caminar a la deriva como un barco sin rumbo por el mar. Y en 1958 escribió Teoría de la deriva, que no deja de ser un manual reflexionado dirigido al paseante urbano. Incluso Debord plantea una deriva grupal: “Se puede derivar en solitario, pero todo indica que el reparto numérico más fructífero consiste en varios grupos pequeños de dos o tres personas que compartan un mismo estado de conciencia. El análisis conjunto de las impresiones de los distintos grupos permitirá llegar a conclusiones objetivas. Es preferible que la composición de estos grupos cambie de una deriva a otra. Con más de cuatro o cinco participantes, el carácter propio de la deriva decae rápidamente, y en todo caso es imposible superar la decena sin que la deriva se fragmente en varias derivas simultáneas”.

En definitiva, amigos lectores, den lustre a sus zapatos y salgan a la deriva por su ciudad.