Madrid - De Afganistán a Libia y de Irak a Darfur, las fotografías de Lynsey Addario son un testimonio único de los conflictos del mundo post 11-S. Tras más de 15 años en primera línea de fuego, la ganadora del Pulitzer hace balance en unas memorias, En el instante preciso, que Steven Spielberg llevará al cine. “Uno de los motivos por los que escribí el libro era procesar lo que había pasado”, señala Addario. “El hecho de haber bordeado la muerte y haber perdido a muchos de mis amigos hacía que me preguntara constantemente por qué sigo viva”.

Publicadas en España por Roca Editorial tras convertirse en un bestseller en Estados Unidos, sus memorias también ayudan a derribar la imagen del corresponsal de guerra adicto a la adrenalina e incapaz de vivir lo que se considera una vida normal. “Es una manera muy despectiva de hablar de las personas que trabajamos en esto”, subraya. “En mi caso me motivaron muchas cosas, como ser capaz de influir en la política exterior o contribuir a la educación de la gente, apartando ideas preconcebidas que muchos pueden tener sobre un determinado país o sociedad”. En las páginas del libro lo describe como fotógrafo “pensante” frente al “reactivo”.

Addario formó parte del equipo del New York Times que ganó el Pulitzer por la serie Talibanistan, publicada en 2008 y que ha documentado ampliamente el Irak posterior a la caída de Sadam Hussein. “Por supuesto que cambió mi visión de la guerra. Al principio era idealista, creía en América y en su política exterior, pero me desilusioné mucho. Abu Ghraib es para mí una de las mayores vergüenzas como país, y creo que todos los americanos aún pagamos el precio de eso”.

Algunas de las fotografías que ilustran el libro no llegaron a publicarse por problemas de censura, como la de Jalil, un niño herido en los bombardeos de la OTAN en Afganistán en 2007 que quedó fuera de un reportaje para New York Times Magazine. O toda una serie encargada para la revista LIFE en 2005 sobre los soldados americanos heridos en Irak que tampoco llegaron al papel porque los editores consideraron que eran “demasiado reales para el público estadounidense”. “Ese fue uno de los momentos más descorazonadores que he vivido como fotoperiodista. Fue muy difícil para mí aceptar que LIFE decidiera no publicar esas fotos”, admite.

La hambruna en Somalia o la violencia contra las mujeres en el Congo son otras emergencias humanitarias que no han escapado al objetivo y a la sensibilidad de esta fotógrafa de 42 años que habla perfecto español, ya que comenzó su carrera en Argentina y México.

Hija de peluqueros y licenciada en Relaciones Internacionales, Addario cuenta que la idea de ser fotoperiodista estaba muy lejos de sus planes. Una Nikon que su padre le había regalado y descubrir el trabajo del brasileño Sebastiao Salgado, fueron decisivos en el descubrimiento de su vocación. En el caso de Salgado, según revela el documental La sal de la tierra, hubo un momento en que entró en crisis, a punto de perder la esperanza en el ser humano después de ver tanto horror. Addario asegura que eso aún no le ha sucedido. “He cubierto estas historias durante casi 20 años y siempre es lo mismo. Es duro porque quieres pensar que algo va a cambiar y no tener que volver al cabo de los años y ver que no es así, pero no he perdido la esperanza, porque la gente a la que fotografío tampoco la ha perdido”, señala. “No estoy en ese punto aún, pero respeto las elecciones de los demás”, precisa. “Si haces este trabajo, tienes que poner tu alma en ello. En el minuto en que tu corazón no está ahí, tienes que dejarlo”.

Para Addario el fotoperiodismo no es un trabajo, sino una forma de vida. “Es algo que mucha gente no entiende. Muchos me siguen preguntando por qué tengo que ir a la guerra, por qué no paro ahora que tengo un hijo. No entienden quién soy y que quien hace este trabajo dedica su vida a ello”.