berlín - La nostalgia invadió ayer la Berlinale con el danés Thomas Vinterberg y su Kollektivet, un filme volcado en la utopía libertaria de los setenta y al que correspondió compartir jornada con el apocalíptico Zero Days, del estadounidense Alex Gibney, un documental donde la guerra cibernética no es una amenaza futura, sino realidad presente.

“No retrato familias anómalas, sino una comuna como en la que yo crecí, donde la gente convivía y compartía. Esos tiempos han pasado y lo echo de menos”, explicó Vinterberg en Berlín, definitivamente alejado del movimiento dogma del que fue cofundador en el 95. Su nueva película no se rige por las estrictas reglas con que filmó Fest (1998), pero cuenta con algunos rostros de la escuela escandinava, como Trine Dyrholm y Ulrich Thomsen. Ellos son la pareja que sustenta la comuna, firmes seguidores de las reglas de la relación abierta, a los que se resquebraja el ideal del amor libre cuando deja de ser un principio para pasar a la realidad. “Son gente que ama, que llora, que mantiene la capacidad de reír, que lucha y que defiende su fe en una forma de vivir que ahora se cataloga de utopía ingenua”, prosiguió Vinterberg. El segundo filme a concurso, Zero Days, evidenció hasta qué punto esta percepción de lo que vino después, o la pérdida de la inocencia utópica, era más que una premonición catastrofista. El estadounidense Alex Gibney, Oscar en 2008 con Taxi al lado oscuro (1997), traza su nuevo documental sobre el ataque cibernético como cuarto puntal de la guerra, tras los tres clásicos pilares de los ejércitos de tierra, mar y aire. - Efe