Algún día no muy lejano muchos padres serán encarcelados en este país por mandato de un juez. ¿El delito? Leerles a sus hijos pequeños los mismos cuentos que ellos mismos escuchaban de infantes. Cuentos terribles: lobos que comen abuelitas, brujas y ogros que matan y devoran niños? Maltrato infantil, queda claro.

En España, el nivel de incultura de la población ha llegado a tal extremo que ésta es incapaz ya de distinguir la realidad de la ficción. Como el lector puede suponer, estoy hablando de la reciente detención de dos titiriteros que han sido imputados por los delitos de incitación al odio y enaltecimiento del terrorismo (este último incluido entre los delitos de terrorismo en el Código Penal) por mostrar -dentro de una obra de títeres y siguiendo una trama argumental- una pancarta en la que se podía leer Gora Alka-ETA. Como no se puede detener al personaje de ficción que portaba la susodicha, se detiene a los autores que han creado al títere. Deberían, por lo tanto, arrestar también y ahora mismo a todos los escritores, cineastas, actores, ventrílocuos, humoristas, historietistas? de este país. Pues cualquiera de ellos ha participado de alguna manera en una obra de ficción con un argumento que incluyera un acontecimiento ilusorio que si se hubiera desarrollado en la vida real sería punible. Deberían detener al creador, por ejemplo, de El Correcaminos por asesinar mil y un veces a El Coyote.

Tantos recortes en la cultura han conseguido bajar la sesera de la ciudadanía a cotas subterráneas. Esperemos que el nuevo gobierno programe de nuevo en las televisiones Barrio sésamo. Para que muchos aprendan lo que significa “abajo”, “arriba”, “lejos”, “cerca”, “realidad” y “ficción”. De verdad, no es tan difícil: salir a la calle portando un cartel que proclame Gora ETA no es lo mismo que el hecho de que un títere en una obra teatral aparezca con una pancarta en la que se pueda leer Gora Alka-ETA. Nos podrá hacer o no gracia. Podrá ser acertada o no. Pero no se puede encarcelar a un actor por ello. Es arte. Es libertad de expresión. Es ficción. Como mucho uno puede dejar de visionar esa obra. Llevarse a los niños. Quejarse al programador. Pero no llamar a la Policía. ¿Qué la obra a la que nos referimos no era para niños? Bien, se exigen responsabilidades. Pero no se enchirona a unos artistas por ello. ¿Acaso el señor juez cree que ETA está entrenando titiriteros para enviarlos a Madrid con el fin de sembrar el terror entre los niños? El problema estriba en que lo que ha sucedido no es ficción, es realidad: dos artistas imputados por un mensaje lanzado por su personaje de ficción.

Esto es lo que sucede cuando no se invierte en educación. Cuando no se invierte en cultura. Que lo que un niño de cinco años es capaz de distinguir no lo distinga ya un adulto? eso está ocurriendo hoy en día y aquí. Y sólo puede ser por dos razones: o ese adulto es un ignorante o su mente está cargada de fines ocultos. No hay terceras razones.