BILBAO - El jurado de la trigésima edición de los Goya no lo tuvo fácil. Eligió entre 143 películas y apuntó hacia Truman, de Cesc Gay, director que ya había sido nominado otras veces por Krámpack y En la ciudad. La película sumó también otros premios importantes, como el de mejor director o el de mejor actor. En total fueron cinco. El de actor protagonista lo recogió Ricardo Darín. El argentino se acordó en su discurso de los políticos, a los que invitó a “preocuparse por la cultura”, e hizo suyas las palabras del realizador Fernando de Aranoa: “Aquí no competimos, aquí sumamos entre todos”. El éxito de Truman no se quedó ahí, y Javier Cámara recogió el tercer cabezón, el de mejor actor de reparto, sumando sus emociones a las de su compañero de película.

Paula Ortiz, que ya se quedó con la miel en los labios en 2011, cuando fue nominada por su ópera prima De tu ventana a la mía, volvió a quedarse a las puertas del Goya con La novia, que partía como gran favorita con 12 nominaciones.

La otra sorpresa de la noche llegó en el apartado de mejor actriz protagonista, que recayó en la jovencísima actriz Natalia de Molina, por su papel en Techo y comida. La andaluza subió al estrado emocionada y regaló una reverencia al resto de actrices nominadas. “Esto es increíble”, dijo De Molina, “no sé qué hago aquí”, repitió una y otra vez.

Otro de los momentos más conmovedores de la gala lo protagonizaron el director y el actor de A cambio de nada; Daniel Guzmán se llevó la estatuilla al mejor director novel y Miguel Herrán la de actor revelación.

Entre los vascos no hubo demasiada suerte. Asier Etxeandia se quedó a las puertas del Goya, al igual que Iraia Elias. En cambio, Lara Izagirre, directora de Un otoño sin Berlín, se consoló (y se emocionó) con la estatuilla recogida por la actriz protagonista de la película, Irene Escolar, mientras que el director navarro Patxi Uriz consiguió un cabezón por Hijos de la Tierra mejor cortometraje documental.

sin acritud Dani Rovira hizo de maestro de ceremonias por segundo año consecutivo, presentó las películas nominadas a ritmo de rap y en su discurso se mostró punzante con la política del PP, que en su momento subió el IVA cultural al 21% e impuso los recortes al Fondo de Cinematografía (de 100 millones iniciales a los 30 de 2015). El actor se quejó también de que en los debates políticos apenas se menciona la cultura, agradeció la visita de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, e instó a Sánchez, Iglesias, Garzón y Rivera (también presentes en la gala) a pactar en “una sala que hemos preparado, con plasma incluido, para que puedan hablar los cinco”, en clara referencia a Rajoy, al que volvió a parodiar después, dirigiéndose al ministro de Cultura en funciones, Iñigo Mendez de Vigo, que encajó las críticas con cierta naturalidad.

En un momento de su monólogo a Rovira le falló el micro pero el actor de los apellidos vascos y catalanes demostró tener reflejos. Repartió estopa, pero sin acritud, e intercaló juegos de magia y números musicales entre monólogo y monólogo.

Por su parte, Antonio Resines, presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, ofreció un discurso breve y directo, con pequeños guiños humorísticos. Resines dijo que su candidatura “está tratando de cumplir” las promesas que hicieron en su momento, incidió en que “se ha creado la Fundación de la Academia de cine”, mediante la cual “se está haciendo una importante labor pedagógica de promoción del cine”, apuntó hacia los políticos para recordarles que el cine debiera ser “cuestión de Estado” y les instó a luchar contra la piratería, constatando un dato preocupante: “en 2015 se descargaron 1.900 películas al minuto en España”. Exigió a las autoridades que actuaran con “más firmeza” en este asunto. Eso sí, no mencionó el escándalo de la autocompra de entradas, en el que están implicadas decenas de personas, incluido el expresidente de la Academia, Enrique González Macho, y donde están siendo investigadas 44 películas.

Para el anecdotario quedan las palabras de Mariano Ozores, Goya de Honor a sus 89 años, quien ofreció su cabezón al público; la intervención de Serrat; la presencia de Vargas Llosa, el recuerdo a los fallecidos y el gabon sonoro con el que se presentó Unax Ugalde; debió pensar que estaba en el Zinemaldia donostiarra.