Vitoria - Las ansias de vivir, las preocupaciones universales, no conocen fronteras. Patxi Zubizarreta tenía en la cabeza contar la historia de un chaval que nunca había podido comer una naranja. Hace unos tres años, se encontró con un reportaje sobre las condiciones de los habitantes de un barrio de El Cairo donde residen cristianos coptos y que es conocido como La ciudad de la basura. Era el lugar idóneo para un relato con el que “dar que pensar, hacer sentir”, descubrir otras situaciones diferentes a las cercanas pero que, en el fondo, pueden tener puntos de coincidencia. Hoy Laranja bat zaborretan (Elkar) es una realidad que se encuentra con los lectores, con un público “a partir de 13 ó 14 años” para arriba, como explica el escritor residente en Gasteiz.

Pero si son varios los sustratos que componen el ir y venir del joven protagonista de la novela, también el libro que contiene su relato presenta diferentes caras. Por supuesto, la de la palabra, pero también la del dibujo realizado por Alfredo Fermín Cemillán Mintxo, con el que Zubizarreta ya ha colaborado en ocasiones anteriores (una editada, otras no). Pero hay un tercer elemento en liza que a buen seguro sorprenderá a algunos lectores como lo hace con el propio escritor ya que entre las páginas, para determinadas partes, se han incluido códigos QR a través de los cuales encontrarse con la voz de Felipe Barandiaran.

Pero antes de seguir adelantando acontecimientos, hay que poner la mirada en Karabino, el joven que Zubizarreta coloca en primer término ante los ojos del público, un muchacho residente en ese barrio de los basureros donde el calor, el olor y la pobreza forman una vida cotidiana de la que sueña con escapar para poder jugar con sus hermanas y estar tranquilo. Un día, en la zona acomodada de la capital egipcia, ve una escena que le impacta: un padre le ofrece a su hija una naranja entera antes de entrar en la escuela que ella tira a la basura. “Todas las buenas historias nos cuentan que alguien está deseando algo, cómo lo quiere conseguir y si, al final, lo consigue o no; pues esa es la idea”, describe el autor, que también introduce otros conceptos en ese tronco principal como la necesidad de la convivencia entre personas, culturas y religiones, y que se sirve de otro personaje, un ciego del barrio de La ciudad de los muertos, para desgranar otros relatos, sobre todo la historia de José, que es compartida, por cierto, por las confesiones judía, cristiana y musulmana.

Como el escritor quería una ilustración “realista y poética” al mismo tiempo, tenía claro que tenía que contar con Mintxo, a quien presentó su relato la pasada primavera. “Patxi es un contador de historias universales en el tiempo y en la cultura”, apunta el artista, que sostiene entre las manos el libro en el que hizo los bocetos y los apuntes. “Lo que engancha de Laranja bat zaborretan es la ternura que emana. Cuenta una historia muy fuerte pero con una delicadeza que te va enganchando, con esa cadencia del cuentacuentos que te va intrigando, que te provoca interés. Es un cuento delicado”.

Zubizarreta le mira encantado, mientras abre su libro por esa vista general de El Cairo hecha por Mintxo utilizando los desechos de la goma de borrar y las cenizas de un cigarro. “Es genial”, dice, al tiempo que sostiene que, como el protagonista de su última creación, “nosotros dos también somos soñadores, sino no estaríamos aquí”.