las generaciones más jóvenes, de los cuarenta hacia abajo, han crecido en pleno auge de lo que muchos llaman comida basura, pese a que un nada despreciable número de personas la aprecia y valora, hasta el punto de considerarla una parte imprescindible de su dieta.
Ciertamente, en su composición entran no pocos elementos que pueden ser considerados auténtica basura; mejor no entrar en detalles en atención a los muchos consumidores de este tipo de alimentos. Pero leo en una revista científica que se nos viene encima una comida basura en la que esta palabra pierde su componente metafórico para recuperar su sentido literal, aunque un tanto eufemístico.
Eufemístico, porque una cosa es basura, así en general, y otra las propias heces y la orina. Bien, pues la NASA está investigando la posibilidad de reciclar ambos desechos digestivos para alimentar en un futuro a los astronautas, en los viajes que se prevén de larga duración y que, de momento, parecen más hipotéticos que realizables.
La cosa, por mucha repugnancia que la idea nos produzca, tiene bastante lógica. Plantéense ustedes el envío de una expedición de ocho o diez personas a Marte. Sólo ida, por el momento. Tendrían que solucionar cómo y dónde almacenar comida y agua para alimentarlos durante un año. Espacio y peso: algo que en una nave espacial falta y sobra, respectivamente.
El problema no es nuevo, claro está. Repasen ustedes las narraciones de los viajes marítimos de los tiempos de las grandes navegaciones, de los grandes descubrimientos. La lectura del diario de Pigafetta sobre el viaje de Magallanes resulta, en este sentido, estremecedora. Pero, si prefieren lecturas más amenas, acudan a Verne, Salgari... Ya verán, ya, cómo lo pasaban navegantes y náufragos.
Viaje espacial Por lo menos, aquellos marinos contaban siempre con la posibilidad, incluso en mares desconocidos, de dar con una isla en la que hacer aguada, recolectar frutas y verduras, cazar o adquirir esos productos de los nativos. En un viaje espacial, el reavituallamiento en ruta es, de momento, bastante más problemático.
Sigamos con la lógica. Que las heces contienen todavía nutrientes es algo que sabían muy bien los agricultores que las usaron como abono, por no mencionar seres como las gallinas, las moscas y los escarabajos peloteros. Se trata de eliminar lo no aprovechable y reciclar esos nutrientes. No parece que sea imposible, como no lo es obtener agua a partir de la orina.
De manera que es lógico y, además, es posible. Se hará. No sé si se irá a Marte, pero esto se hará. Ya ven que la vida real de los astronautas, en esa gravedad cero que obliga a entrenarse mucho para hacer cosas tan sencillas en la Tierra como comer, beber o descomer, nada tiene que ver con la de Luke Skywalker, el doctor Spock, Flash Gordon, Diego Valor...
Después de todo, lo de guardar las heces es algo que ya sucede en algunos lugares del planeta. Si ustedes deciden darse un garbeo por la Antártida, ya saben que cuando hagan sus necesidades deberán guardarlas en una bolsa y llevárselas consigo: allí no hay a mano contenedores para echar la bolsita con las caquitas del perro, ni las propias. El paso siguiente es reciclarlas no como fuentes energéticas o fertilizantes, sino como alimento.
Tecnología ¿Qué alimento? ¿Podrá resultar medianamente atractivo? No será difícil; no hay más que poner el producto en manos de cocineros adictos a la alta tecnología, que a base de productos utilizados en la industria alimentaria son capaces de hacer parecer comestible, y hasta de que a veces lo sea, cualquier cosa. Si la población sigue creciendo al ritmo actual, y dado que el terreno agrícola disminuye, el reciclado de las heces podría ser una solución a medio o largo plazo. Permítanme que me horrorice tal posibilidad, aunque reconozca, insisto, que es lógica y es posible. Si la cosa funciona y llega a nuestro día a día, o al de quienes nos sucedan, quedará obsoleto llamar comida basura a lo que ahora bautizamos así, aunque... no sé, pero me parece que a ese producto no costará mucho darle apariencia de hamburguesa.
Esto pasará. Seguramente ni usted ni yo lleguemos a verlo, lo que me consuela bastante; pero llegará a la vida diaria, así que, al final, será verdad aquello de que veinte mil millones de moscas no pueden equivocarse. ¡Si hasta trabajan para la NASA!