rolling Stones concluyeron su gira en Québec, el pasado mes de julio, pero el pirata del grupo, su eterno guitarra rítmica y quien mejor representa el espíritu de la banda (y del rock), Keith Richards, ha preferido no descansar y vuelve a la palestra con Crosseyed heart (Virgin. EMI), su tercer disco en solitario, primero tras 23 años de silencio, que se publicará el viernes. “Es solo rock´n´roll y nacimos para divertirnos. Si te lo tomas muy en serio, estás jodido”, ha explicado Richards. A punto de retirarse en 2011 tras entregar su magnífico libro de memorias, Life, y dedicarse a ejercer de aitite, el hombre que asegura “no haber tocado una canción igual dos veces”, aquel que dijo “Hitler iba a por mí” porque nació bajo los bombardeos nazis de Londres, está de vuelta. Puede tener mucha pasta y años, pero el músico verdadero -lo probaron John Lee Hooker, B.B. King o su admirado Chuck Berry- no se retira nunca. No en vano, en Life, Richards aseguraba que “a mi esposa y a mis hijos los quiero la mayor parte del tiempo; a la música, siempre”.
La prueba es su tercer disco, que el guitarrista de 71 años publica meses después de concluir la penúltima gira de los Stones, en la que tanto él como Jagger llegaron a hablar de la posibilidad de grabar un disco nuevo del grupo para aprovechar “la energía” desplegada en estos conciertos. Y es que hay que remontarse hasta 2005, a A bigger band, para recordar la última vez que Richards estuvo trabajando en un estudio de grabación. “Desde 2004 no los había pisado, lo que es muy extraño. Faltaba algo en mi vida”, ha explicado Richards al New York Times.
Los adictos al sonido Stones están de enhorabuena con un disco que llega 23 años después de Main ofender y 27 de Talk is cheap, su debut en solitario. Al igual que ellos, ha rescatado a sus X-Pensive Winos, con Steve Jordan (batería y co-compositor) al frente. El plantel lo completan el guitarrista Waddy Wachtel; el compositor de Stax y teclista Spooner Oldham; Larry Campbell a la pedal steel; Aaron Neville a los teclados y coros; y su gran amigo Bobby Keys, habitual de los discos de los Stones desde los 70 y fallecido recientemente. “El disco se acabó hace como un año, cuando el grupo regresó al trabajo. He estado aguantando y esperando el momento adecuado para editarlo”, explica Richards. “Tuve suerte haciendo este disco con Jordan y Watchel de nuevo. No hay nada como entrar en un estadio sin tener ni idea de lo que vas a obtener al final”, explica el músico sobre Crosseyed heart, un álbum de guitarras, en el que el británico, cantante mediocre y de voz casi atonal pero con gran personalidad, regala un montón de riffs marca de la casa y solos cortos, emotivos y sentidos, alejados del efectismo.
cinco estrellas El álbum incluye un magnífico boogie con ecos de su amado Chuck Berry titulado Blues in the morning, en el que se luce también el fallecido Keys al saxo. Oyendo el CD, parece que Richards desayuna blues, come con country, merienda con reggae, cena con rock y oye algo de soul antes de acostarse. Rastros de todos estos estilos aparecen en este viaje musical que roza las cinco estrellas y podría estar grabado hace varias décadas. Disco alejado de modas, recupera el espíritu de la música que influyó a su autor, Jagger y Brian Jones a la hora de formar Rolling Stones.
Grabado sin una producción importante, a pelo en ocasiones, el disco se abre con la canción titular, un blues acústico en el que Keith parece poseído por el espíritu de Robert Johnson, y se cierra con Lover s plea, con el viejo pájaro mostrando su corazoncito con una delicia, en tono de súplica, en clave soul y con metales. En el camino, lo dicho: de todo y con un nivel medio a la altura de su leyenda.
En Heartstopper, juega con el r&blues, mientras que en Amnesia, saca a pasear el ya clásico riff rítmico stoniano y se marca un solo sencillo y corto pero de escándalo en emotividad y clase. El álbum alterna los pasajes más rock y eléctricos, caso de Trouble, tema de estribillo efectivo, con un buen montón de baladas, con Suspicious y Robbed blind, a la cabeza. Esta última suena demoledora en su desnudez acústica de ecos country. En ella, Richards regresa a los primeros 70, a sus correrías (no solo musicales) con Gram Parsons. Una joya, con escalofriante solo acústico y en la que se atreve con registros vocales más agudos.
El álbum, que se acerca a lo mayoritario en el dúo con Norah Jones en Illusion, también juega con el funk en Substantial damage, y con el reggae en su versión de Love is overdue, de Gregory Isaacs. No es la única canción ajena entre las 15 de Crosseyed heart, ya que se atreve con el clásico folk Goodnight Irene, de Lead Belly, como hicieron antes Sinatra, Tom Waits o Van Morrison. El aitite vuelve en buena forma con un disco de sonido stoniano, de la vieja escuela. Y nos gusta, aunque no sea solo rock’n’roll.