Vitoria - El Principal se despidió ayer de la sección del Jazz del Siglo XXI, dejando de nuevo un gran sabor de boca en lo musical y una asistencia media a las actuaciones que sin ser ideal ha estado en la línea de otras ocasiones.

Este año el certamen ha cambiado sus costumbres y en vez de abrir su paso por la calle San Prudencio con Konexioa, el martes recibió a otro de los miembros de la saga Marsalis que ya sabe lo que es actuar en la capital alavesa. Eso sí, fue la primera vez que Jason se presentó con su cuarteto y al frente del vibráfono para desgranar varios temas orginales de su último trabajo y unirlos con algunos standar.

De menos a más, el de Nueva Orleáns puso el listón alto, dejando unos cuantos destellos de calidad, sobre todo en los momentos que, incluso con el resto de instrumentos en silencio, el vibráfono tomó todo el protagonismo. Sin parar de mirar al reloj, Marsalis pareció quedarse con ganas de más en una hora y media de actuación en la que Austin Johnson al piano tuvo un papel destacado como perfecto secundario.

El miércoles fue el turno para el debut en la capital alavesa de la nueva Euskadiko Ikasleen Jazz Orkestra (EIJO), un proyecto puesto en marcha este mismo año que además protagonizó la Konexioa de esta edición junto al saxofonista norteamericano Jim Snidero. La apuesta demostró virtudes y cómo cuando el trabajo previo se hace bien, las cosas caminan por donde deben. Bien dirigidos por Josetxo Silguero e Iñigo Ibaibarriaga, los jóvenes músicos presentaron credenciales de un sonido compacto que vivió sus mejores momentos en la versión del Aitormena de Hertzainak o en el estreno de la composición de Angel Unzu, también presente sobre las tablas.

Pero el concierto tuvo un problema y demostró una carencia. El primero, que la hora y casi tres cuartos fue excesivo. Con tres temas menos en el repertorio, el recital hubiese ganado. La carencia, que en varios de solos quedó patente que a los intépretes, todavía en periodo de formación, les queda camino por recorrer para poder encontrar la chispa que se les intuye pero que no terminan de demostrar. Aún así, ojalá la EIJO tenga un largo futuro. Será bueno para todos, empezando por la escena vasca y su público.

Ya el jueves, la sección volvió, por así decirlo, a su normalidad con el estreno en la capital alavesa del francés Vincent Peirani. Y la verdad es que es complicado encontrar mejor tarjeta de presentación para el acordeonista, que acudió muy bien arropado para presentar su disco Living being. Eléctrico desde el segundo uno, el grupo caminó sin problemas por una actuación en la que el jazz y el rock se fueron uniendo, pero sin menospreciar otros aires. De hecho, para el bis hubo viaje incluido al folklore macedonio.

Peirani, que aunque todavía joven tiene ya carrera a sus espaldas, supo compartir en todo momento el protagonismo sobre todo con un Emile Parisien incluso un tanto excesivo en su gestualidad a la hora de tocar el saxo y un Yoann Serra a la batería que tuvo momentos de gran inspiración. La hora y media de actuación se hizo corta para más de uno (también hubo quien no conectó, eso sí) y por eso el público despidió a los músicos con una gran ovación y puesto en pie.

En lo que respecta al viernes, al acordeón le tomó el relevo el arpa. Al francés, el colombiano, aunque residente ahora en Estados Unidos, Edmar Castañeda. La suya era una propuesta esperada por el instrumento en sí y por el hecho de acudir solo a la cita, quedando al final la curiosidad más que satisfecha aunque el recital se quedó corto, casi no llegó a la hora.

En esos 56 minutos, eso sí, el intérprete dejó a sus dedos sin fuerzas en una más que interesante propuesta donde la samba, el flamenco, el joropo... se pusieron al servicio de la causa, haciendo que por momentos pareciese que en las tablas también estaban un contrabajista, un pianista y un guitarrista. Castañeda supo ser enérgico y delicado al mismo tiempo, inteligente también a la hora de gestionar los tiempos muertos en los que dejar descansar su cuerpo derrochando simpatía.

El broche lo puso ayer James Brandon Lewis en formación de trío, un joven músico norteamericano que está a punto de editar su nuevo disco, Days of Freeman y que demostró a su paso por la capital alavesa que son muchas las miradas puestas en él por algo. En un concierto que supo a poco aunque duró casi hora y media, el músico derrochó aptitud y actitud ya caminase por la senda del funky, de la salsa, del free, de...

Intenso cuando era preciso, sucio y desafinado en el momento adecuado, delicado si era necesario, el saxofonista, muy bien acompañado sobre todo por el batería, mostró credenciales de un futuro que promete mucho si él es capaz de seguir evolucionando y creciendo. Un final a la altura de este año.