Pamplona - La aparición del cadáver de Antonio Falcón, un policía municipal de Ofidia, pone en marcha una investigación en la que el inspector Herodoto Corominas deberá lidiar con la presión constante de sus jefes para atrapar al asesino de un tipo al que nadie llora. En su segunda novela negra, Carlos Bassas (Barcelona, 1974) bucea en una trama con tantos bocados de realidad que a veces duele por el reflejo que compone a partir de pedazos de la vida cotidiana.
Vuelve con una nueva peripecia del inspector Corominas, ¿es más difícil publicar la primera o la segunda novela?
-Hoy en día, publicar una primera novela dentro del sistema -es decir, bajo el sello de una editorial- es una odisea, pero publicar la segunda es aún más difícil. Porque, en gran medida, depende de lo bien o mal que haya ido la primera. Y porque conlleva una presión añadida, personal, de demostrar que uno ha dado un paso adelante en cuanto a calidad y oficio. Y me temo que la tercera lo será aún más, porque a todo lo anterior se le añadirá el seguir siendo fiel a un estilo y a unas expectativas. Toda novela es una promesa al lector; romperla significa perderle de un modo definitivo.
¿Qué tiene este personaje, Corominas, que le parezca merecedor de un desarrollo, de una saga?
-Corominas es un tipo normal, un policía de mediana edad, muy pegado a todo lo que le rodea, con mujer, con hijo, con padre, con sus problemas, los mismos por los que pasamos todos: médicos, sentimentales, familiares. No es un investigador excepcional como Sherlock Holmes, ni un antihéroe descreído con corazón de oro. Tampoco se enfrenta a brillantes y despiadados Moriartys, sino que lidia como puede, con lo que tiene, con el trabajo policial más común, con el crimen real, que, en muchas ocasiones, es bastante banal. Todo eso hace que sea un personaje con el que el lector puede identificarse más allá de lo meramente policial. Hablando con un crítico, me dijo que Corominas pertenecía a un subgénero que podríamos denominar noirmalidad, y creo que es bastante acertado. En mis novelas, lo criminal, lo personal, lo social, lo político y lo narrativo y dramático tienen la misma importancia.
¿Cómo ha evolucionado el personaje desde que le conocimos y hasta ahora?
-Corominas se hace mayor, tiene la jubilación cada vez más cerca, ve cómo algunos compañeros se acaban de retirar, llega poco a poco al final de su carrera, lo que le da una perspectiva, una experiencia, una forma de mirar y un sentido común que otros aún no han alcanzado. Es un hombre que tiene que ir al médico. Es un tipo que tiene discusiones conyugales, al que le preocupan cosas como la vejez o la soledad y que es cada vez más consciente de que, en este mundo, nadie es imprescindible.
¿Qué peso tiene la vida personal, la vida en general, en sus novelas, al margen de los casos criminales concretos?
-La vida personal de cualquiera, tenga la profesión que tenga, le afecta. La llevas a cuestas al despertar, y no la puedes dejar con la ropa sucia en el cesto cuando te metes en la cama. A veces, uno va al trabajo cabreado, sin dormir porque algo no va bien en su pareja, porque está preocupado por el futuro de un hijo?, y eso se nota. Un policía no es distinto. Trato de reflejar eso, de que mis personajes tengan vida y profundidad dramática más allá de la trama criminal; de reflejar que, como nos sucede a todos, lo personal no se puede separar de lo profesional. Corominas no es ni un héroe ni un antihéroe. Es un tipo común. Y, después, está el componente social, crítico, despiadado a ratos, con la realidad que me rodea. Siempre he pensado que la crítica social, política, el status quo, además de la propia naturaleza humana, es un componente esencial de la novela negra que me gusta.
¿Y cómo ha evolucionado Carlos Bassas como escritor?
-Espero que a mejor, tanto en lo literario como en lo narrativo y en lo dramático. Uno aprende a medida que escribe, y a medida que los lectores le dicen de mil modos qué funciona y qué no. Y aprende muchísimo de sí mismo tratando de enseñar a escribir a otros, como en mi caso. Siempre suelo decirles a mis alumnos que aprendo mucho más yo de ellos que ellos de mí. No es una frase hecha, es rigurosa y literalmente cierto. Espero que después de esto no me hagan pagar por dar clases (ríe). Y luego hay otro elemento fundamental para crecer como escritor, que es la lectura. Leer a compañeros, a gente que lleva más tiempo que tú en esto, a gente a la que admiras.
Además de esta saga, tiene otra, esta vez de aventuras ubicada en el Japón del siglo XVII, ¿cómo hace para encajar esas dos líneas de trabajo?
-Pues diría que una me salva de la otra. Suelo alternar la escritura de los distintos libros, una novela negra, una de aventuras, otra negra? Cambio bastante de una a otra, no ya únicamente en lo que al contenido se refiere, sino también en la estructura, la forma de narrar, el estilo y el propio vocabulario. Y viajo a un universo, el del Japón del periodo Edo, radicalmente distinto, aunque no exento de elementos comunes. Las novelas de Aki Mongatari son historias de aprendizaje, de principios, de conocimiento y autoconocimiento, un viaje de la adolescencia a la madurez de un personaje que empieza a conocer el mundo y el lugar que ocupa en él a manos de su maestro, un viejo samurái. Honor, lealtad, justicia, deber?
Volviendo a ‘Siempre pagan los mismos’, el título ya es muy significativo, igual que ‘El honor es una mortaja’. ¿Ya desde el principio quiere darle información al lector y decirle algo del tipo de historia con la que se va a encontrar?
-Los títulos de mis novelas negras son casi una declaración de principios. Y, también en gran medida, un avance del contenido con el que se va a encontrar el lector. Pero trato de que no sean del todo explícitos. El honor es una mortaja es una historia de venganza, y algo de eso hay en el título, pero sustituyendo la palabra clave por un concepto asociado a ella, en este caso, el del honor y sus consecuencias. Siempre pagan los mismos es una frase hecha, pero no exenta de verdad. Nos habla de cómo funciona la sociedad en la que vivimos. Si la analizamos detenidamente, nos damos cuenta de que, en el fondo, la usamos como excusa; como una afirmación rotunda de que las cosas son como son y no se pueden cambiar. En ocasiones, no obstante, una decisión, aunque sea pequeña y parezca insignificante, puede detener el rodillo. De eso habla la novela. Tiene que ver con si uno está dispuesto a tomar partido o no a pesar de las consecuencias.
Nuevamente, igual que en su novela anterior, conocemos a uno de los responsables del crimen enseguida, ¿por qué? ¿No es más difícil así, como escritor, mantener la atención del lector?
-Lo es. Pero es mi modo de abordar el género. No me interesa tanto ocultar al lector la identidad del asesino como sucede en el misterio más clásico, en el thriller, en las novelas de detectives, en la novela enigma o en el tipo de relato más puramente lógico-deductivo de grandes escritores como el japonés Keigo Higashino, por ejemplo, sino centrarme en sus motivos. Y en las consecuencias que trae consigo el crimen.
Entonces, ¿es el crimen lo de menos respecto a otras cuestiones en esta narración?
-No es que sea lo de menos, porque, en el fondo, es uno de los elementos definitorios del género y mi protagonista es un inspector de homicidios. Pero, efectivamente, lo que más me interesa no son tanto ni el acto criminal en sí, ni la identidad de quien lo perpetra, sino todo lo que lo rodea; lo previo y lo posterior, no únicamente a nivel individual, moral, ético, sino también social. Esas callejas de toda ciudad en las que no solemos querer entrar porque nos da pánico lo que podamos descubrir de nosotros mismos al fondo, donde no hay ya luz. La novela empieza con una cita de Emile Cioran: “¿Es imaginable algún ciudadano que no posea un alma de asesino?”. La respuesta es lo que produce vértigo.
¿Es la novela negra la que está ajustando cuentas con la realidad que nos está tocando vivir?
-Hablábamos de eso el otro día en Valencia Negra. Para mí, la novela negra tiene un fuerte componente social, además del más destinado a entretener, que también es importante. Decía Alexis Ravelo, uno de mis escritores más admirados, que él no quiere escribir novela simplemente de evasión, sino de invasión. Me recordó a García Lorca cuando exponía los motivos por los que escribía en una entrevista que le hicieron en el año 35. Yo, como él, escribo para protestar. Escribo porque quiero cambiar algo de lo que me rodea, aunque sea minúsculo. Y eso me lleva, más que a ajustar cuentas, a mirar de un modo crítico y contar sin azúcar la realidad que observo. Y lo hago a través de la novela negra. Sin olvidar jamás, eso sí, que, por encima de todo, uno debe narrar bien una buena historia. Si lo que te interesa es simplemente lo otro, existen otros géneros y cauces.
¿Cree que el lector es plenamente consciente de ese componente de crítica social o se queda más con el entretenimiento/divertimento?
-Hay muchos tipos de novela negra. Y subgéneros dentro de los subgéneros, textos híbridos, fronteras parcialmente agrietadas, otras directamente rotas, pasadizos que los conectan, o, directamente, puertas abiertas de par en par. Lo que sucede en la actualidad es que vivimos un pequeño boom del género y muchas cosas se etiquetan como negras aunque no lo sean desde un punto de vista, digamos, más academicista. Pero... ¿a quién le interesa lo academicista? Hay lectores que lo único que buscan es entretenerse con un enigma. Y es genial. Hay otros que, además del enigma, del misterio, buscan algo más, crítica social cruda, mordaz. Y también es perfecto. A medida que lee libros, uno descubre a los autores que le gustan y le aportan lo que quiere, y descarta a otros. Pero entiendo que lo menos crítico, duro, político, social y mordaz es más fácil de leer y gusta a un público más amplio.
Hábleme de Ofidia, ¿qué tipo de ciudad es y por qué este nombre?
-Pues Ofidia es cualquier ciudad mediana, cualquier capital de provincia del estado, con un equipo en Primera División, pero que también ha estado en segunda, un restaurante de estrella Michelin, barrios periféricos crecientes, una universidad y en la que gobierna un partido de derechas. Es decir, muchas. De hecho, para los nombres de las calles, uso de diferentes localidades: Pamplona, León, Zaragoza, Burgos, Valladolid? Me apetecía reflejar la realidad del trabajo policial fuera de la gran urbe, que ha sido mucho más tratado, con sus características peculiares y sus dificultades. Y el nombre, pues porque, en el fondo, se trata, como toda ciudad pequeña, de un nido de víboras.
En sus libros también hay unos cuantos homenajes a escritores de novela negra de Navarra y del resto del Estado.
-Es otro de mis, digamos, sellos. Todos los personajes de mis novelas tienen nombres y apellidos de otros escritores de novela negra del Estado a los que conozco personalmente, de los que soy lector y, en muchos casos, amigo. Únicamente el nombre, eso sí, no los asigno por ninguna otra razón -no vaya a protestar alguno-. Es una forma de homenajearles, de mostrarles mi admiración. Y seguirán cayendo más.
Vista la interacción que mantienen los autores de novela negra de Navarra y la CAV y otros en las redes sociales, se diría que se llevan bien, que hay armonía en el negro español.
-Es así. Solo tienes que acercarte a una de las distintas semanas negras que se organizan a lo largo y ancho del Estado para darte cuenta de que la mayoría somos amigos, colegas, y nos respetamos y admiramos en muchos casos. Fue una de las cosas que más me chocó en un principio, pero de la que ahora disfruto. Mucha gente podría pensar que, ya que somos competencia directa, nos llevamos mal, pero no es así. De hecho, aquí en navarra hemos formado un grupo de escritores, Nafar Literatura Navarra, con página de Facebook y todo, y solemos vernos a menudo, ir los unos a las presentaciones de los otros, presentarnos entre nosotros los libros, y, por encima de todo, pasar muy buenos ratos entre cervezas y pintxos; destripándonos, por supuesto (ríe). Gente como Patxi Irurzun, Carlos Erice, Alejandro Pedregosa, Jon Arretxe, Maribel Medina, Estela Chocarro, Begoña Pro, Aitor Iragi, Rebeca Viguri, Carlos Aurensanz, Miguel Izu, Ignacio Lloret, Mikel Zuza? Y crecemos cada día un poco más.
Usted creó la primera edición de Pamplona Negra, que se celebró en enero de este año con notable éxito, ¿habrá segunda?
-Eso espero, porque el impacto que ha tenido en el mundo de la novela negra del resto del Estado ha sido tremendo. Las expectativas de cara a la segunda edición son muy altas. Altísimas, diría yo. Somos un festival pequeño, con nuestras características diferenciadoras que nos hace únicos, detalles que nos definen y que han hecho posible que no solo hayamos disfrutado ya de la presencia de algunos de nuestros mejores escritores de novela negra, sino que haya muchos otros, grandes nombres, que estén deseando venir. Ya tengo diseñada la segunda edición.
Por último, ¿habrá Corominas para rato?
Eso espero. Pero no depende solo de mí, sino de la editorial y, por encima de todo, de los lectores.
Novela. Siempre pagan los mismos (Editorial Alrevés).
Extensión. 250 páginas.
Precio. 17 euros.
Lugar y fecha de nacimiento. Barcelona, 1974. Vive en Pamplona desde 1992.
Formación. Licenciado en Periodismo y doctor en Comunicación Pública.
Guionista. Trabaja habitualmente como guionista de cine, publicidad y vídeo institucional.
Profesor. Imparte cursos de guión y escritura en varios centros.