La lluvia se empeñó en tener su protagonismo. También aquellos, pocos pero implacables, que desvirtuaron un tanto la figura formada entre los suelos de las plazas Virgen Blanca y Nueva llevándose más de un par de zapatos. Y hubo alguna que otra incidencia más. Pero todo ello no fue sino el testigo de que la instalación artística El Príncipe y el Pueblo estaba viva. De hecho, la satisfacción era patente a eso de las seis de la tarde, cuando todo se estaba recogiendo ya, en las caras tanto de los voluntarios como de la artista gasteiztarra Irantzu Lekue. La huella permanece, tanto la de la crítica por los recortes públicos en el sector cultural como la del reproche al alcalde Javier Maroto por su campaña sobre la RGI.
Se superaron las previsiones. Fueron más de 6.000 zapatos los donados por la ciudadanía tanto de Álava como de Bizkaia y Navarra, aunque el número sea lo que menos importe puesto que la utilización del calzado no era más que un símbolo. Una metáfora con diferentes sentidos: el de la unión de los distintos en el mismo camino, el de los pasos dados que no se deben olvidar, el de aquellos que no están dispuestos a quedarse quietos ante lo que acontece... El arranque estaba en el ya conocido seto de Vitoria-Gasteiz formando “curvas orgánicas como si de redes sanguíneas o neuronas se tratasen”, dirigiéndose en dos filas hacia la Plaza Nueva donde se juntaban y formaban una flecha señalando a la fachada del Ayuntamiento de la capital alavesa, situando además una serie de zapatos “dando la espalda” a las políticas del Consistorio.
“La obra expresa la unidad del pueblo sin olvidar que cada persona es diferente”, apuntó Lekue, que estuvo sin parar, atendiendo a medios, curiosos, voluntarios y demás desde las ocho de la mañana, cuando comenzó el montaje, hasta bien pasadas las seis de la tarde, cuando el calzado se recogió para tener ahora una nueva vida. Y es que, cabe recordar, los zapatos (recopilados durante este último mes) que estén en mejores condiciones serán donados tanto a Cáritas como al Sáhara para su uso por personas necesitadas, mientras que el resto serán reutilizados.
Dos momentos, eso sí, marcaron la jornada para la creadora. El primero, a eso de las once de la mañana, con la lectura del manifiesto que sirve como base a la instalación, una descripción de las dos motivaciones principales que sustentan la intervención en el centro de la capital alavesa frente a un primer edil cuya intención es la de que “Vitoria siga siendo un páramo cultural, un lugar sin colores ni olores y con guerra de banderizos”. “En esta ciudad cada día menos green y más gris” es, a juicio de la artista, “el pueblo quien debe decir ya basta, quien debe rebelarse, quien no debe aguantar más esta asfixia”. El otro se produjo al terminar el proyecto, con un taller que se llevó a cabo de manera específica con una veintena de niños y niñas que, con sus zapatos, realizaron sus particulares dibujos sobre el suelo.
Toda la jornada, que también contó con los sonidos del músico Imanol Martínez Hervias, fue registrada para que quede testimonio de una obra que, al fin y al cabo, es efímera. Además, la instalación tuvo un seguimiento casi al segundo en las redes sociales, más allá de que cientos de teléfonos móviles se detuvieron a lo largo del día frente a los zapatos para guardar una imagen de la propuesta. Y, cómo no, los comentarios fueron de todo tipo. También despectivos. Calro que la provocación es un valor.